El estudio del Paleolítico. Periodizaciones, clasificaciones y nomenclaturas

Decía el poeta Miguel Guardia que la belleza de las obras del hombre le había quitado la manera de aprender otro oficio. Esa frase refleja seguramente parte del pensamiento y sentimiento de quienes se ocupan de estudiar la historia de la humanidad a través de sus huellas materiales: arqueólogos, paleoantropólogos, prehistoriadores, historiadores del arte.

Una de las formas en que las ciencias y las humanidades han abordado el estudio de la historia humana ha sido a través de su división en periodos temporales. Con ello se ha organizado la información, se le ha relacionado con el tiempo y el espacio, y se han podido así entrever algunos de los innumerables capítulos que hay por contar, desde los referidos a los más grandes logros de la ciencia y la tecnología modernas, hasta los de sus humildes inicios, los tiempos paleolíticos. En lo que sigue, revisaremos algunos de los momentos en que se construyeron las principales periodizaciones del pasado humano más remoto que hoy utilizamos.

Edward_Burnett_TylorLa segunda mitad del siglo XIX fue una época de gran efervescencia en cuanto al estudio antropológico; obras muy influyentes que configuraron las diversas disciplinas antropológicas se publicaron en ese entonces: en 1871, Edward Tylor, a quien se considera padre de la antropología británica, publicó Primitive Culture[1] y en 1881 Anthropology: an Introduction to the Study of Man and Civilization[2], proponiendo en estas obras que habría tres etapas identificables en el desarrollo de la humanidad: el salvajismo, la barbarie y la civilización[3]. Lewis Morgan, su homólogo norteamericano, publicó en 1877 su Ancient Society[4] en donde también investigó los posibles estadios por los que había pasado la humanidad, sus formas de organización social y su gran antigüedad.

En lo que se refiere a la arqueología, en 1865 Sir John Lubbock, vecino y amigo de Darwin, publicó Pre-historic Times[5]. En este libro delineó contenidos para el área de estudio que llamó Arqueología Prehistórica, señalando que su campo de estudio habría de abarcar cuatro periodos de la historia antigua de la humanidad: dos correspondientes a la Edad de Piedra, que nombró Paleolítico y Neolítico, y dos a la Edad de los metales: la Edad de Bronce y la Edad de Hierro. Con ello dio nombre a cierta información que diversos arqueólogos, tanto ingleses como franceses, habían ya observado al estudiar los utensilios antiguos: en la manufactura de los útiles de la Edad de Piedra podían diferenciarse grosso modo dos tecnologías: una, más antigua, que señalaba un tiempo en que la piedra era trabajada más burdamente, quizá simplemente golpeada con un percutor de forma tosca; otra, presumiblemente posterior, que mostraba un trabajo más sofisticado que incluía una imposición de forma más definitiva y un trabajo técnico más complejo, incluyendo por ejemplo el pulido, entre otras técnicas. Por eso llamó Lubbock a estas dos etapas Paleolítico (o Arqueolítico), es decir, Antigua Edad de Piedra, y Neolítico, esto es, Nueva Edad de la Piedra[6].

Con el mayor avance tecnológico de la humanidad, aparecieron y se desarrollaron ampliamente nuevas técnicas y conceptos para la investigación de los vestigios materiales de la antigüedad humana, tales como el estudio de su ubicación espacial, tanto estratigráfica como en planta, de la naturaleza y procedencia de su materia prima y de las características funcionales y morfológicas de los útiles. La clasificación tipológica y la excavación cuidadosa comenzaron a ser marcas distintivas de la disciplina.

Daniel[7] señala cómo, por una suerte de inercia producida por la meticulosidad que se dio durante el último cuarto del siglo XIX y el primero del XX, la ciencia que recién había nacido para dar cuenta del pasado humano, tomó una ruta de sofisticación técnica que la despojó de su vocación original —la búsqueda del entendimiento sobre el pasado humano— y la transformó, por largo tiempo, en un elaborado cuerpo de clasificaciones y nomenclaturas. Muchas de las publicaciones de fines del siglo XIX tenían como objeto mostrar tipologías y ordenamientos de material. Este enfoque ganó gran influencia entre los practicantes de la disciplina, se mantuvo por largo tiempo y aún tiene muchas reminiscencias y ecos.

Gabriel de Mortillet (1821-1898)
Gabriel de Mortillet (1821-1898)

Una obra de esta etapa, de relevancia en la conformación de las clasificaciones de la arqueología prehistórica, la constituyen los diversos escritos de Gabriel de Mortillet. De Mortillet fue un estudioso francés que analizó y clasificó, desde 1865, los útiles e instrumentos que aparecían en la Dordoña y en el valle de la Somme[8].

En sus publicaciones fue describiendo los distintos tipos de utensilios que se encontraban en estas regiones, logrando identificar ciertas agrupaciones homogéneas que podían considerarse conjuntos culturales y que fue nombrando con relación a los lugares en que se encontraban más típicamente. Así, en 1883 define, siguiendo la idea del Paleolítico de Lubbock, cuatro fases paleolíticas para Francia: el chelense, el musteriense, el solutrense y el magdaleniense, en honor a las localidades de Chelles, Le Moustier, Solutré y La Madeleine[9]. De Mortillet amplía el número de sus fases en trabajos posteriores, incluyendo el acheulense por Saint Acheul y el auriñaciense por Aurignac. Muchas de sus denominaciones se utilizan aún hoy, aunque se han reformulado de distintas maneras. Así, por ejemplo, podemos encontrar periodizaciones de la prehistoria europea que van del acheulense al musteriense, al chatelperroniense, al auriñaciense, al gravetiense, al solutrense, hasta llegar al magdaleniense, época casi final del Paleolítico superior, caracterizada por ejemplo por su extraordinaria pintura rupestre o arte parietal.

Este tipo de clasificaciones se elaboraron en diversos países abarcando tanto el Paleolítico como el Neolítico. Fue creándose un conocimiento erudito y especializado de las distintas tipologías definidas regionalmente. En el perfeccionamiento de las técnicas de clasificación puede mencionarse como otra figura importante a A. H. Lane-Fox, mejor conocido como el general Pitt-Rivers, quien centró su análisis en el desarrollo tecnológico y la evolución de los artefactos. Como militar que era, Pitt-Rivers había desarrollado interés por coleccionar y estudiar armas antiguas y modernas. Había observado en sus colecciones cierta regularidad en la aparición y consolidación de las mejoras y consideró que un análisis taxonómico, semejante al que él hacía con el armamento, podía aplicarse a cualesquiera otros artefactos para estudiar su evolución y, consecuentemente, la evolución de la humanidad[10]; partía de las formas más simples a las más complejas. Pitt-Rivers es más conocido por su contribución al diseño y perfeccionamiento de métodos de excavación, pero también fue de gran importancia su contribución en la clasificación y el análisis del material, incluyendo sus hipótesis sobre la temporalidad del mismo.

Es así que este periodo de fines del siglo XIX se caracterizó por la construcción de nuevas visiones sobre las posibles etapas por las que había pasado la humanidad y por un énfasis particular en la clasificación y taxonomía de los bienes arqueológicos. La idea del pasado remoto humano estaba muy influenciada por la búsqueda de estadios o periodos históricos por los que supuestamente habrían pasado todos los grupos humanos, idea que ha sido refutada posteriormente desde muchos ángulos.

Sólo después de algunas décadas la arqueología en su conjunto volvió a orientar su propósito a su vocación primera: la búsqueda de la comprensión de una totalidad mayor, ya fuese el desarrollo general del ser humano o el desarrollo específico de las distintas sociedades. Esto sucedió sobre todo a partir de la importante obra de Vere Gordon Childe, que se revisará en otro momento.

Aura Ponce de León, Agosto de 2014.


Notas.

[1] Tylor, E. B. (1871/1889), Primitive Culture. Researches into the Development of Mythology, Philosophy, Religion, Language, Art and Custom, Nueva York, Henry Holt and Co.

[2] Tylor, E. B. (1881), Anthropology: an Introduction to the Study of Man and Civilization, New York, D. Appleton and Co.

[3] Tylor, 1871/89, op. cit., pp. 28-35; 1881, op. cit., p. 25.

[4] Morgan, L. H. (1877), Ancient Society or Researches in the Lines of Human Progress from Savagery, Through Barbarism to Civilization, New York, Henry Holt and Co., V-VI.

[5] Lubbock, J. (1865), Pre-historic Times, as Illustrated by Ancient Remains, and the Manners and Customs of Modern Savages, Londres y Edinburgo, Williams and Norgate.

[6] Lubbock, ibíd., 2-3, 60.

[7] Daniel, G. (1968), El concepto de prehistoria, Barcelona, Labor [original: 1960, The idea of prehistory, Londres, Watts & Co.], pp. 61-75.

[8] Mortillet, G. de (1866), “Note Sur la Classification des haches en Pierre”, en: Bulletin de la Societé d’Anthropologie de Paris, Tome Premier, IIe Série, Paris, Librairie Victor Masson et fils, pp. 211-214.

[9] Mortillet, G. de (1883/1885), Le préhistorique, Antiquité de l’homme, Paris, C. Reinwald, caps. II, IX, XIV, XVII.

[10] Palerm, A. (1977), Historia de la etnología: Tylor y los profesionales británicos, México, CIS-INAH, Ediciones de la Casa Chata, No. 5, pp. 51-59.


* Parte de este texto proviene del libro Arqueología cognitiva presapiens, 2005, CEFPSVLT, pp.39-42.

El nivel alfa-moral. En el principio era Darwin.

El nivel alfa-moral. En el principio era Darwin.

Por Camilo José Cela

De Genes, Dioses y Tiranos
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Al someter a análisis los diferentes niveles que pueden detectarse en el fenómeno del comportamiento moral, decía antes que los filósofos más reacios a aceptar cualquier tipo de determinación biológica no tienen, hoy por hoy, mas remedio que conceder al menos que la existencia de impulsos éticos en el ser humano es algo susceptible de ser explicado en términos de la genética evolutiva. En ocasiones a regañadientes, porque los buenos propósitos del empirismo clásico han sido ignorados por lo general por todos aquellos que se han aferrado al dualismo tajante establecido a través de la distinción entre ciencia y filosofía.

De hecho, el desinterés de los filósofos (perdón, de algunos de los filósofos) por la biología y la psicología ha ido aumentando precisamente a medida que las respuestas obtenidas desde esos campos respecto a las preguntas acerca de la naturaleza humana han ido proyectando una mayor luz sobre nuestro comportamiento. Parece como si la sentencia de Wittgenstein, animando a callar sobre aquello de lo que no se puede hablar, tuviera que tomarse en el sentido exactamente contrario. El salto que ha supuesto para la biología la aparición del darwinismo como cuerpo teórico no ha podido menos que aproximar los criterios e introducir a la larga un consenso, en ocasiones tan solo implícito, acerca de los fundamentos del comportamiento moral. Ese tipo de consenso podría ilustrarse con la frase de un autor tan declaradamente hostil a aceptar instrucciones científicas en estos terrenos, que titula el capítulo del que se extraen sus palabras bien claramente: “Ethics without biology”. Dice allí Thomas Nagel: “La biología puede decirnos algo sobre los inicios perceptivos y motivacionales de la ética, pero en su estado presente tiene escasa relación con el proceso de pensamiento mediante el cual se trascienden estos puntos de partida”.

Ludwig Wittgenstein (1889 -1951)
Ludwig Wittgenstein (1889 -1951)

Algo es algo. Parece, pues, que podríamos dar por paradigmáticamente aceptada la idea de la determinación biológica del nivel alfa-moral, y pasar a discutir la segunda parte del párrafo de Nagel. Pero me gustaría antes proponer algunas ideas acerca de la manera como aparece en el terreno de la biología semejante tesis (dentro de la teoría de la ética que construye Charles Darwin en su época madura) y de qué forma es heredera del pensamiento empirista que se remonta hasta Hume y Smith.

El alcance filosófico de la obra darwinista en general puede ilustrarse mediante un lugar común: la quiebra del optimismo racionalista a lo largo del siglo XIX por medio de la obra de las grandes figuras del nuevo irracionalismo. Y en lo que se refiere a la vinculación en que acaba por encontrarse el criterio racional respecto de la naturaleza, es Darwin el gran responsable. Nietzsche aplaude con júbilo (y no poca ironía) el sentido de esa idea, al margen de que puedan ser Schopenhauer o Paul Ree quienes inspiren sus palabras: “¿Como vino la razón al mundo? —se lee en Morgenrothe. De una manera racional, como debía ser: por virtud del azar. Habrá que adivinar este azar como un enigma”. La solución del enigma, en Darwin, adquiere, según una interpretación generalizada que no voy a discutir, la forma de una dependencia causal.

Sin embargo, sería arriesgado liquidar así, sin más, lo que se refiere a las concretas relaciones entre naturaleza y moral en los postulados éticos darwinistas. Por mucho que Darwin continúe sosteniendo el origen biológico de todo lo que se refiere al ámbito de la moralidad (el contenido de los cuatro niveles que antes señalaba yo), en ningún modo

puede mantenerse su figura como paladín de la jerarquía irracionalista. Voy a intentar explicar cómo se realiza el desarrollo de la teoría ética darwinista en virtud de las siguientes tesis:

  1. Darwin construye una teoría de la ética relacionada con la de los autores de la escuela del moral sense. En ella se mantiene una explícita distinción entre los niveles alfa y beta-moral, entre motivo y criterio. Aún así acaban por aparecer ciertos vínculos.
  2. La vinculación entre los dos niveles se realiza en sentido exactamente contrario al de las propuestas actuales de biologización de la ética, es decir, con dependencia del nivel alfa- moral respecto de los demás.
  3. La jerarquía racionalista puede sostenerse desde la posición de Darwin gracias a interpretaciones lamarckianas del proceso de la herencia genética.
  4. El sentido del racionalismo darwinista viene anticipado por aquellos autores (Hume y Adam Smith) que han efectuado la inversión de la teoría clásica del moral sense.

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En el capítulo III del Descent of Man Darwin se propone de forma declarada el demostrar que no hay diferencia esencial alguna entre las facultades del nombre y las del resto de los mamíferos superiores. Estos cuentan con facultades simples —memoria, atención, asociación de ideas e imaginación, todas ellas detalladamente analizadas y explicadas por Darwin— y, en consecuencia, gozan también de racionalidad en un sentido amplio, puesto que las características que nosotros asociamos a la racionalidad humana —como la abstracción y la conciencia de sí mismo— no son sino una combinación de las facultades simples compartidas. Es el capítulo siguiente, el IV, el que contendrá el cuerpo central de la teoría ética darwinista, que se construye como una especulación acerca de las similitudes y diferencias que mantienen los hombres y aquellos animales que cuentan también con una vida gregaria. El formar grupos es, en unos y otros, algo natural, y el hecho de la asociación puede explicarse a través de la existencia de los instintos sociales. Pero en la vida en comunidad del hombre aparece un fenómeno nuevo: el sentido moral (moral sense); algo capaz de cambiar de raíz ciertos aspectos de la conducta social, introduciendo rasgos diferenciales. Algo, por último, que se relaciona con un elemento instintivo existente en el hombre y capaz de fundamentar en principio la conducta ética: la simpatía.

El contexto en el que Darwin construye su propia teoría acerca del moral sense incluye, pues, la admisión del presupuesto dualista kantiano. Eso significaría la posibilidad de atender tan solo a los aspectos alfa-morales, desentendiéndose de los criterios éticos, e incidir así en una de las grandes polémicas del momento: la de la existencia o no de un sentido moral innato capaz de fundamentar las acciones humanas.

Alexander Bain (1818-1903)
Alexander Bain (1818-1903)

Sin embargo, y pese al talante general que cabría atribuir a la obra de un naturalista, Darwin va a proponer tesis fuertes en lo que se refiere tanto al criterio beta-moral como a las normas de moralidad empírica gamma-morales, e incluso a cuestiones relativas al fin último que, desde la perspectiva que utilizo, se consideran delta-morales. Semejante amalgama se encuentra ya indicada en el análisis del mecanismo de la simpatía que realiza Alexander Bain (Mental and Moral Sciences, 1868) en quien dice apoyarse Darwin a la hora de hablar del moral sense. Bain entiende que el contacto simpático es capaz de moldear los sentimientos y puntos de vista de los otros, de tal forma que los credos, sentimientos y opiniones ganan una fuerza capaz de justificar su uniformidad y conservadurismo. Será Darwin quien proporcione un modelo integrado del proceso y de su sentido filogenético.

Fragmento del capítulo segundo del libro De genes, dioses y tiranos. Las bases biológicas de la moralidad. Ediciones del CEFPSVLT, México, D. F., 2011.

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El exceso de excluir a la razón. Reflexiones para una historia de la filosofía de la ciencia

El exceso de excluir a la razón. Reflexiones para una historia de la filosofía de la ciencia

Por José Sanmartín Esplugues.

Puedes acceder al libro en PDF aquí o al final del artículo.
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Y a todas estas, ¿qué pienso yo? Me declaro un naturalista practicante, pero un naturalista sensato. Pienso que la filosofía y, en particular, la filosofía de la ciencia deberían dar acomodo a aquellas áreas del saber y técnicas que pudieran enriquecer su discurso. Tras pasar un cierto tiempo en el instituto creado por Konrad Lorenz en Seewiesen, creo que no sólo sé, sino que tengo, asimismo, la impresión de que jamás pensó que sus desarrollos científicos pudieran suplir la grandeza filosófica de Kant. Todo lo contrario. Lorenz creyó que desde la biología y, en particular, desde la etología humana podía contribuir a que se afianzase una parte débil del pensamiento kantiano: el origen del a priori.

¿Por qué no valernos en filosofía de la ayuda de la ciencia? Estoy firmemente convencido de que hay que hacerlo. Ya he dicho que soy un naturalista sensato, por eso mismo creo en la ayuda, pero no en la sustitución.

Estoy con aquellos filósofos que sostienen que la filosofía ni es ciencia, ni debe aspirar a serlo. Decía Ortega que la filosofía a finales del XIX tuvo un pasajero ataque de modestia y quiso ser una ciencia. Estoy plenamente de acuerdo con Ortega. Quizá convendría matizar lo de “pasajero”, porque, desde los días del Círculo de Viena, ya en el siglo XX, hasta ahora mismo sigue habiendo en filosofía una corriente neopositivista (más o menos descarada) no minoritaria que la ve como un saber (como mucho) adjetivo: adjetivo, repito, no sustantivo. Para esa corriente saberes sustantivos son las ciencias; la filosofía a lo que puede y debe dedicarse es a analizar el lenguaje en el que se expresa la parte lógicamente articulada de tales ciencias: las llamadas “teorías científicas”. También le compete fijar las reglas de la honradez científica que, en el caso del neopositivismo sensu stricto, se reducen, como ya hemos visto en el capítulo 2, a dos mandamientos: sólo admitirás hipótesis (al menos, en principio) empíricamente contrastables e hipótesis ya contrastadas con resultado positivo (verificadas o confirmadas). La contrastación es la piedra de toque.

Thomas Kuhn (1922-1966)
Thomas Kuhn (1922-1966)

Opino que la visión neopositivista de la filosofía de la ciencia es pacata y cicatera. Su reducción al análisis del lenguaje y a las tareas, por un lado, de deslindar entre la ciencia y la pseudociencia, y por otro, de reconstruir lógicamente las teorías científicas y, finalmente, de establecer criterios que permitan elegir racionalmente entre teorías conlleva dejar fuera todo un universo de cuestiones. Aquellas que, precisamente, atiende Kuhn; las que tienen que ver con la práctica científica, con la conducta real y no imagina.da de los científicos. Cabe señalar aquí que pese a que Popper tiene mayor amplitud de miras que el neopositivis.mo, su filosofía sigue siendo alicorta a este respecto.

¿De qué se tiene miedo? ¿De abandonar el cómodo reino de la razón lógica? En este punto me viene a las mientes la frase de Pascal, que parafraseo en la introducción de este libro y que dice, más o menos, que tan necio es excluir la razón como no admitir más que la razón. En cualquier caso, obsérvese que estoy haciendo un uso muy restringido del concepto de razón, algo, por lo demás, muy común en filosofía. He equiparado razón y lógica. Me atrevería a decir (pero lo dejo para otra publicación) que, aun.que en la práctica científica influyan otros factores más allá de la lógica, tal vez la práctica científica no esté en todo momento presidida por la razón lógica, por la razón pura; además, cuando no lo está, es

Ortega y Gasset (1883-1955)
Ortega y Gaseet (1883-1955)

muy probable que tome el timón otro tipo de razón, la denominada por Ortega “razón histórica”. Tampoco habría que perder de vista que son múl.tiples las ciencias que focalizan aspectos parciales de esa práctica, tales como la sociología, la sociología de la ciencia, la sociología de las comunidades científicas, la economía, la psicología, y un largo etcétera. Su ayuda puede serie inesti.mable a la filosofía en sus indagaciones acerca de la ciencia, sin que ello signifique en modo alguno incurrir en círculos viciosos. Resumiendo:

l. ¿Debe ocuparse la filosofía de la ciencia de la existencia, o no, de criterios que permitan distinguir la ciencia de la pseudociencia, y la ciencia mejor de la peor?

Sí, debe ocuparse. Esos criterios existen. Por supuesto que existen. Se empeñen en lo que se empeñen, hay criterios que en forma de reglas (a veces no expresas) permiten elegir racionalmente entre una teoría u otra. ¿Alguien puede decir que no hay medio de elegir racionalmente entre el lamarckismo y el darwinismo? Alguien en su sano juicio, claro está. Me parece increíble que se asevere que no se elige más que por gusto o porque sí. La historia muestra que se elige porque la nueva teoría lleva a resultados que la antigua o antiguas no alcanzan o lo hacen con gran dificultad y complejidad. Que en este proceso se vean verificaciones, falsaciones o cambios de problemas progresivos quizá sea lo de menos. Lo relevante es que hay elementos racionales a los que atenerse en la toma de decisiones. Sostener lo contrario puede llevar a discursos provocadores, con el atractivo que la provocación desde la iconoclasia (en sentido amplio) suele encerrar. Pero discursos, a la postre, excéntricos y con pies de barro.

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2. Además de tales reglas (ya digo, a veces incluso no expresadas), ¿hay otros elementos en torno a los cuales la filosofía de la ciencia deba realizar sus indagaciones?

Por supuesto que los hay. Sin ir más lejos, están los valores (y no únicamente los valores epistémicos de los que nos habla Kuhn) por los que, con cierta flexibilidad, se rige la práxis científica. No todo en la ciencia empieza y acaba con la elección lógicamente racional entre teorías en conflicto. ¿Qué tipo de ciencia se prefiere: una ciencia amable con el medio o depredadora?, ¿qué tipo de actividad científica se prefiere: la sujeta a los intereses del mercado o la tendente a resolver necesidades básicas de la humanidad?, ¿qué clase de ciencia se prefiere: sólo la aplicada o también la básica? Esta y otras cuestiones son de importancia extrema. ¿Irracionales? No, desde luego que no. Quizá no lógicamente racionales, pero históricamente racionales, desde luego. Estas cuestiones y mu.chas otras del mismo tenor, ¿deben quedar fuera de la reflexión filosófica sobre la ciencia? Opino que no. Tal vez sean problemas de historia externa, pero no por eso menos importantes que las cuestiones de la historia interna. Son las dos caras de una misma hoja. Una hoja que, hasta el momento, sólo ha sido considerada en su haz o en su envés, no en su totalidad. Porque así es la filosofía -quizá porque así es el pensamiento humano, dicotómico.

Es obvio que a la hora de responder estas cuestiones de historia externa o interna la filosofía debe hacer uso de las herramientas a su alcance. Lo contrario sería de imbéciles. Eso no significa que la filosofía empiece y acabe con las contribuciones de estas herramientas, entre las que figura en lugar de honor la ciencia. Hay mucho que hacer fuera del reducido ámbito de las contribuciones de la ciencia. Fragmento del capítulo final del libro con el mismo nombre

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Colección Eslabones en el Desarrollo de la Ciencia. Ediciones del CEFPSVLT, México, D. F., octubre de 2013, en prensa.

Fotografia de José Sanmartín albergada en www.esacademic.com

 

Conocer a México, requisito para transformarlo.[1]

Conocer a México, requisito para transformarlo.[1]

Por Cuauhtémoc Amezcua Dromundo.[2]

...sin conocer las formas peculiares del desarrollo histórico de México, es imposible...
…sin conocer las formas peculiares del desarrollo histórico de México, es imposible…

Pero no basta con el conocimiento de la filosofía del proletariado para ser un dirigente político revolucionario capaz de cumplir sus funciones transformadoras de la realidad social en una cualitativamente superior, porque “sin conocer las formas peculiares del desarrollo histórico de nuestro país y sin aprovechar las experiencias de su pueblo, es imposible que el partido… pueda tener influencia en la clase obrera y en las grandes masas trabajadoras que constituyen la mayoría de la población”, escribió Vicente Lombardo Toledano[3].

Consecuentemente, dedicó su esfuerzo a ahondar en este conocimiento, armado del método dialéctico que dominó como pocas otras personalidades, y trazó los rasgos medulares de lo que denominó “la personalidad de México”, mismos que sintetizó en estas líneas:

“Tres revoluciones populares intensas y dramáticas; dos guerras injustas que mutilaron físicamente el país y desangraron grandemente a su pueblo; varias invasiones militares de su territorio por tropas extranjeras, y un tronco histórico formado por las civilizaciones indígenas y la española del siglo XVI, que dio frutos propios y ricos en todos los órdenes de la vida social y sigue floreciendo de manera inagotable, han formado la personalidad de México”.[4]

Respecto a nuestro tronco histórico y su componente indígena, Lombardo explica que al arribo de los europeos, a finales del siglo XV, existían en nuestro territorio numerosas tribus que todavía no eran naciones en el sentido estricto de la palabra. Algunas todavía estaban en la etapa del nomadismo y se dedicaban a la caza la pesca y la recolección, pero otras poseían conocimientos, que aún hoy asombran por el desarrollo que alcanzaron, de disciplinas como la astronomía, la medición del tiempo, con mayor precisión que los europeos de entonces, y medicina herbolaria. También construían obras de riego y practicaban con talento sorprendente la arquitectura, la escultura, la pintura, la orfebrería, la cerámica y la literatura. Gracias a esas habilidades y conocimientos, y a sus portentosas culturas, los conquistadores españoles fracasaron en su intento de borrar su huella, a pesar de que destruyeron sus ciudades, sus palacios y templos, quemaron sus códices y anatematizaron sus creencias religiosas.

...los conquistadores fracasaron en su intento de borrar su huella, a pesar de que destruyeron sus ciudades, sus palacios y templos, quemaron sus códices y anatematizaron sus creencias religiosas...
…los conquistadores fracasaron en su intento de borrar su huella, a pesar de que destruyeron sus ciudades, sus palacios y templos, quemaron sus códices y anatematizaron sus creencias religiosas…

No obstante todo eso, los pueblos indígenas imprimieron su impronta sobre las expresiones de la civilización mediterránea que trasplantaron los europeos, por lo que aquí, en nuestro territorio, esas expresiones se mexicanizaron.

Por eso, escribe Lombardo, “El mestizaje fue el signo del país desde el siglo XVI, lo mismo en la sicología del pueblo nuevo que surgía de la unión de españoles e indígenas, que en las costumbres, en las artes plásticas, en la literatura y en la música.”[5] Es decir, debido a la riqueza de las culturas indígenas emergió una nueva cultura, una cultura mestiza, que es la que distingue a México respecto de otros pueblos del mundo.

Además del surgimiento de una cultura nueva, rica y vigorosa, el mestizaje incidió en cuanto a que el nuestro no fuera un país de inmigrantes, y también aportó otro rasgo singular:

“Fue la raza propia, la mestiza, la que creció y la que hoy constituye nuestro pueblo. Por eso cada mexicano, aún el que tiene ascendientes europeos, está arraigado profundamente a la historia colectiva a la que pertenece, y se siente dueño de su país con un sentido de propiedad más importante que el jurídico. El derecho de autodeterminación es congénito al pueblo mexicano”.[6]

Cuando se refiere a la primera de las “tres revoluciones populares” que Lombardo estima que contribuyeron poderosamente a forjar la

...la revolución de independencia, encabezada por...  Hidalgo...
…la revolución de independencia, encabezada por… Hidalgo…

personalidad de México, habla de la revolución de independencia, encabezada por Miguel Hidalgo, y en su momento, por José María Morelos, que fueron sus figuras más prominentes. En su opinión, a esa lucha no la motivó el anhelo de liberación política, solamente, sino también y sobre todo el hecho de que las fuerzas productivas materiales, a pesar de su lento desarrollo, habían entrado en contradicción con las relaciones de producción existentes que trababan el ulterior desenvolvimiento de la economía. “La revolución ha estallado porque el régimen colonial ha paralizado la vida del país con sus monopolios materiales y políticos…”.[7]

Además, considera que hubo la influencia del pensamiento liberal más avanzado de la época en los dirigentes de la revolución de independencia, puesto que Hidalgo y varios otros de sus capitanes leyeron las obras de Voltaire, Rousseau y Montesquieu, entre otros,  “encontrando en ellos la confirmación teórica plena de los ideales surgidos en México por razones exclusivamente mexicanas”.[8]

La segunda de esas tres revoluciones populares intensas y dramáticas, fue la de la Reforma, cuya principal figura fue Benito Juárez: “el movimiento de los liberales mexicanos contra el régimen del monopolio de la tierra y de la conciencia en manos de la Iglesia Católica, y a favor de los derechos del hombre, de la libertad de comercio en el interior del país y en el campo internacional…”[9] Esta revolución fue necesaria porque, como él afirma, “los insurgentes habían logrado la independencia política de México; pero no la emancipación de su pueblo respecto del régimen colonial… [por eso] fue

La segunda gran revolución popular fue la de la Reforma...
La segunda gran revolución popular fue la de la Reforma…

menester una nueva revolución que acabara con la estructura económica de más de tres siglos…”[10]

Y la tercera revolución fue la que estalló en 1910 y es ampliamente conocida con el nombre de Revolución Mexicana, a la que nos referiremos en un fragmento posterior.

Cuando Lombardo menciona como otro de los elementos determinantes de la personalidad de México las “dos guerras injustas que mutilaron físicamente el país y desangraron grandemente a su pueblo”, es evidente que se refiere a la que el gobierno estadounidense impuso a nuestro país y cuyo desenlace fue el despojo de más de la mitad del territorio nacional, en 1847. Esa acción de filibusterismo, por sus consecuencias sico-sociales, Lombardo la juzga “el factor más importante para la formación de la conciencia nacional antiimperialista”.[11]

Y se refiere también a la que Carlos Luis Napoleón Bonaparte, Napoleón III, apodado “el pequeño”, impuso a México en 1862:

“La guerra de 1847 y la de 1862, que ningún otro pueblo del Continente Americano ha sufrido en su propio hogar en parecida forma, constituyen, por su carácter, por la movilización de las fuerzas sociales que produjeron, por los principios que levantaron y por sus resultados, uno de los factores principales de la personalidad inconfundible de México”.[12]

De acuerdo con la ideas de Vicente Lombardo Toledano, ¿por qué otras razones es necesario que todo luchador revolucionario mexicano estudie y conozca la realidad nacional con profundidad? Porque, en opinión del destacado pensador marxista y dirigente político revolucionario:

“Sin conocer sus raíces, los sacrificios y las luchas tremendas de su pueblo en todas las etapas de su evolución, las ideas positivas y negativas que este doloroso y brillante proceso representa, no es posible llegar a una teoría revolucionaria y a una línea estratégica y táctica revolucionaria para acelerar en nuestro país el advenimiento de la sociedad socialista”.[13]

[1] Tercer fragmento de mi investigación titulada “Lombardo y sus ideas. Su influjo en la vida política y social de México en los siglos XX y XXI”, recién concluida.

[2] Maestro en Ciencia Política por la Universidad Nacional Autónoma de México. Investigador de tiempo completo. Coordinador de Investigación del Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales “Vicente Lombardo Toledano”.

[3] Lombardo,La personalidad de México”, en ¿Moscú o Pekín?, La vía mexicana al socialismo. Editorial Combatiente, México, 1975, pág. 81.

[4] Op cit., pág. 103.

[5] Op cit, pág. 82.

[6] Op cit., pág. 83.

[7] Vicente Lombardo Toledano, Contenido y trascendencia del pensamiento popular mexicano. Mensaje de la Universidad Obrera de México a la UNESCO. Noviembre-diciembre de 1947. Primera edición, 1947, Universidad Obrera de México. Segunda edición facsimilar, 2010, CEFPSVLT. Pág. 12.

[8] Op cit., pág. 13.

[9] Op cit., pág. 16.

[10] Ibidem.

[11] Lombardo, La personalidad de México”, en Moscú o Pekín, pág. 87.

[12] Op cit., pág. 89.

[13] Op. Cit., pág. 103.

Lombardo asume la filosofía del proletariado

Lombardo asume la filosofía del proletariado

Por Juan Campos Vega

Aunque los efectos del estudio de las obras del marxismo no se producen inmediatamente, es perceptible un cambio de actitud de Vicente Lombardo Toledano hacia Carlos Marx y sus ideas.

Para finales de 1925, escribe un artículo donde se opone a los criterios anarquistas contrarios a considerar como positivos para el proletariado los conceptos de patria, bandera y soberanía nacionales y a los hombres que las hicieron posibles. Argumenta que los individuos que pueden figurar en la lista de héroes del proletariado son los que han logrado, en parte, la manumisión de sus semejantes, que los han liberado de la opresión nacional o extranjera, por lo que en la lista de los héroes del proletariado del mundo deben estar Jesucristo, Miguel Hidalgo y Costilla, Karl Marx y Benito Juárez, porque se propusieron realizar obras de redención y las lograron, en parte, con la idea y con el amor, con la polémica que dio origen a una nueva situación en la vida y con el ejemplo que produjo nuevos horizontes en el mundo [i].

Benito Juárez
Benito Juárez

En noviembre, en el debate del dictamen de la ley relativa al trabajo y a la previsión social, responde a las posiciones que defienden los derechos individuales frente a los colectivos. Expresa que sólo hay una manera de acabar con el capitalismo o, cuando menos, defenderse de él, presentar un frente único, por eso considera una claudicación doctrinaria y en los hechos, plantear que para que el frente único del proletariado, predicado por Karl Marx, pueda llevarse a cabo, se aniquilen los grupos obreros de México, porque la única manera de garantizar el frente único es por medio de la existencia de las mayorías organizadas [ii].

En diciembre, en otro debate parlamentario, se declara partidario de Marx, aunque no totalmente; pero a diferencia de lo planteado seis años antes, ahora se opone a la dependencia del mercado externo y de los capitales extranjeros, afirma no ser partidario a pie juntillas de la teoría de Marx, pero que en un país como México no se necesita ser marxista para ver que el país no produce, que es esclavo del mercado extranjero [iii].

En junio de 1926, publica un artículo a favor de la creación del Banco Cooperativo Agrícola de la CROM; sus planteamientos reflejan una combinación de posiciones socialdemócratas y marxistas [iv]; en el mismo mes, el jefe de la división de Investigaciones de la Oficina Internacional del Trabajo, Fernand Maurette, le solicita la elaboración de un trabajo sobre la libertad sindical. En octubre, Lombardo envía a la oit su trabajo La libertad sindical en México, que aborda el desarrollo histórico del movimiento sindical y de la legislación laboral.

En enero de 1927, publica la revista Derecho Obrero, que plantea problemas jurídicos del movimiento sindical [v]. Organiza el congreso de maestros que constituye la primera organización sindical nacional de profesores: la Federación Nacional de Maestros, y elige el comité ejecutivo, que encabeza Lombardo en su carácter de secretario general [vi].

En marzo, se produce un conflicto entre los gobiernos de México y Estados Unidos, por la expedición de una ley sobre el petróleo. Lombardo dicta una conferencia: La Doctrina Monroe y el movimiento obrero. Expresa que la filosofía social actual arranca con la concepción materialista de la historia de Marx, que interpreta la evolución política e intelectual de la sociedad, como producto de cambios en las relaciones económicas, las fuerzas de productivas y el modo de producción. Considera que esa interpretación es cierta, pero, no de un modo absoluto, porque junto a las fuerzas de la producción material existen factores de orden moral que influyen en los económicos. Afirma que es marxista, pero considera que hay más cosas de las que pensó Marx; está convencido que sin trabajar por la elevación de una clase, no se puede contribuir eficazmente a la libertad mundial, que es necesario convertir en realidad la patria del proletariado mexicano, para unir a los proletarios organizados del mundo, y propone a la crom la depuración de la Confederación Obrera Panamericana, para enfrentar al imperialismo yanqui[vii].

En agosto, en la Octava Convención Nacional de la crom, sostiene que a pesar de que el artículo 123 constitucional plantea que sus leyes reglamentarias incluyan bases que amparen a toda persona que tenga un contrato de trabajo, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, los tribunales comunes y del trabajo, el gobierno federal y los de los estados, restringen la legislación del trabajo al aspecto obrero, no consideran trabajadores a los técnicos de las empresas privadas y a los técnicos y profesores que laboran para el Estado, y los excluyen de toda organización sindical. Argumenta que los trabajadores intelectuales tienen los mismos derechos y obligaciones que los manuales, y que el Estado, cuando utiliza sus servicios, debe considerarse como patrón respecto de ellos; plantea la necesidad de organizarlos, que la crom convoque a un congreso para constituir la Federación Nacional de Trabajadores Intelectuales [viii].

En septiembre, en el marco de la huelga de profesores del estado de Veracruz, lucha porque sean atendidas las demandas salariales de los maestros y entabla una polémica con autoridades municipales y de la entidad, acerca de la responsabilidad del Estado respecto de los maestros, sus trabajadores. Lombardo gana la polémica y se sienta el precedente de que el Estado debe ser considerado patrón. En el informe a la Federación Nacional de Maestros, explica:

Se creyó en un seguro fracaso de la huelga de maestros, en virtud de que la Constitución del estado de Veracruz desconoce los derechos de los maestros y empleados públicos como trabajadores, apartándolos del beneficio del artículo 123, y de hecho el gobierno declaró ilegal la huelga para hacerla fracasar. A pesar de todo esto, la huelga de maestros triunfó, y estableció un precedente que servirá en lo futuro para obtener el respeto hacia las organizaciones magisteriales [ix].

En noviembre, al intervenir en un debate parlamentario, afirma haber corregido un poco a Marx, porque dice que la experiencia siempre resuelve los problemas que desconciertan a la inteligencia pura, que los que sostienen la idea socialista, han encontrado que no todo está contenido en los libros de El capital, que además del aspecto económico, hay un fondo espiritual que no es producto de la economía [x]; criterio que refleja que Lombardo aún no abandona del todo las enseñanzas recibidas en la Universidad.

MPC

En agosto de 1928, elabora una “Bibliografía del trabajo y de la previsión social en México”; en octubre dicta la conferencia “El contrato sindical de trabajo”; de octubre a diciembre imparte un ciclo de conferencias organizado por la Universidad Nacional de México, denominado “La organización científica del trabajo”, donde opina que el socialismo de Marx es el primero que en forma metódica, sistemática, científica, tratar de explicar las razones de ser entre la economía política y las actividades de origen político, que hasta entonces eran consideradas del ámbito espiritual, y explica aspectos de la economía marxista: al referirse al valor de la mercancía, dice que su utilidad es una condición, una cualidad, pero que no indica que da el valor real de las cosas, que el único medio de establecerlo es mediante el trabajo humano. Limitando el tema a reivindicaciones inmediatas, explica lo que representa la lucha de clases planteada en el Manifiesto del Partido Comunista: ha tenido tres etapas: la primera origina la formación del sindicato como liga de resistencia; la segunda produce el contrato colectivo del trabajo, y la tercera, la participación o intervención obrera en la dirección de las empresas [xi].

La Novena Convención de la crom, de diciembre, elige a Lombardo como secretario general; aunque interviene en dos ocasiones para retirar su candidatura, se insiste en elegirlo, por lo que los miembros del Grupo Acción, de Luis N. Morones, meten “credenciales falsas en las ánforas de los votos [xii]” para elegir a uno de sus integrantes.

En junio de 1929, en el diario Excélsior, señala que la teoría de la plusvalía de Marx, es el origen del reparto de utilidades, “de hacer partícipes a los obreros en los beneficios de las empresas [xiii]”; enarbola la crítica a los empresarios por haber “convertido el trabajo humano en una mercancía, según la elocuente frase histórica de Marx [xiv]”; plantea como solución transitoria el contrato colectivo de trabajo, pero destaca que éste “no ha logrado extirpar totalmente de las relaciones obrero-patronales el germen de la lucha [xv]”; y al referirse a la educación, afirma que “los religiosos creen, incidiendo en el error de Karl Marx, que la vida tiene una sola explicación: divina para ellos, materialista para el teórico del socialismo [xvi]”.

Carlos Marx
Carlos Marx

En octubre, en el diario El Universal se publica un artículo donde critica la conducta de los patrones del país, y amplía su oposición al papel determinante de la economía, considera que esa es una explicación simplista, porque además del aspecto económico, en la sociedad influyen factores de conciencia y psicológicos. Pone como ejemplo que el materialismo histórico afirma que el derecho no puede modificar la estructura de la sociedad porque la evolución del derecho depende de la transformación económica, y que paradójicamente los patrones asumen ese planteamiento, al señalar que el Estado, cuando legisla, tiene límites más importantes que la Constitución: la ciencia económica y la realidad, por lo que “son más marxistas que la clase obrera [xvii]”.

En enero de 1929 elabora programas, para las cátedras de Legislación del Trabajo y de la Previsión Social, y para la de Derecho Industrial; escribe artículos y dicta conferencias referentes a temas laborales y sindicales. En diciembre, intenta convertir al Partido Laborista Mexicano en un partido de clase, revolucionario, por lo que elabora un documento sobre la acción política del proletariado, en el que indica la diferencia entre sindicatos y partidos políticos.

De 1925 a 1929, cita repetidamente a Marx, aunque aún no asimila totalmente sus tesis; en algunos casos, mantiene su oposición a ciertos postulados del marxismo, “puede todavía ser considerado un socialista evolutivo, en la tradición de la Segunda Internacional [xviii]”. Es evidente que en esos años, una transformación profunda ocurre en su forma de entender el mundo y la realidad de México.

A partir de 1930 —cuando su formación marxista ya se ha consolidado—, es cuando realiza sus mayores aportes a la organización de los trabajadores y a las luchas del proletariado mexicano; es la etapa en la que crea las herramientas educativas, y participa en la constitución de las organizaciones sindicales que influyen de manera decidida en la conciencia de los trabajadores y en los acontecimientos de la época.

[i] VLT, “La crom y el culto a los héroes”, Obra histórico-cronológica, t. I, vol. 2, México CEFPSVLT, p. 228.

[ii] VLT, “La mayoría obrera es la única que tiene derecho de contratar”, op. cit., pp. 245-246.

[iii] VLT, “Golpe de gracia al individualismo y a la vieja Constitución liberal”, op. cit., p. 262.

[iv] VLT, “El primer banco de la crom”, op. cit., pp. 309-310.

[v] Rosa María Otero y Gama, Vicente Lombardo Toledano. Datos Biográficos, México, UOM, pp. 11-21.

[vi] VLT, “Primer Congreso Nacional de Maestros”, Obra histórico-cronológica, t. I, vol. 3, México CEFPSVLT, p. 255.

[vii] VLT, “La Doctrina Monroe y el movimiento obrero”, op. cit., p. 283 y 337.

[viii] VLT, “Los derechos sindicales de los trabajadores intelectuales”, op. cit., pp. 349-360.

[ix] VLT “La huelga de maestros en Veracruz”, Obra histórico-cronológica, t. I, vol. 4, México CEFPSVLT, p. 41.

[x] VLT, “Es necesario incorporar a los técnicos a las funciones del Estado”, Obra histórico-cronológica, t. I, vol. 3, México CEFPSVLT, p. 390.

[xi] VLT, “La organización científica del trabajo. Cuarta conferencia”, Obra histórico-cronológica, t. I, vol. 4, México CEFPSVLT, pp. 197-198 y 200.

[xii] VLT, “Discurso pronunciado ante la Convención Extraordinaria de la crom”, Obra histórico-cronológica, t. II, vol. 4, México CEFPSVLT, p. 56.

[xiii] VLT, “La participación en las utilidades y el proyecto de Código del Trabajo”, Obra histórico- cronológica, t. II, vol. 1, México CEFPSVLT, p. 61.

[xiv] VLT, “Un acierto del código: el consejo nacional del trabajo”, op. cit., p. 69.

[xv] Idem.

[xvi] VLT, “Católicos y jacobinos vs. la escuela de la Revolución Mexicana”, op. cit., p. 104.

[xvii], Obra histórico-cronológica, op. cit., p. 133.

[xviii] Robert P. Millon, Vicente Lombardo Toledano… op. cit., pp. 23-24.

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