De una Vindicación de Pangloss. Puntualizaciones para una 
Historia de la Mente

De una Vindicación de Pangloss.
Puntualizaciones para una
Historia de la Mente1

Jonathan Echeverrí Álvarez2

ABSTRACT. This paper recalls the famous discussion on adaptationism put forward in 1979 by Stephen Jay Gould and Richard Lewontin, in which the work of Voltaire “Candide or optimism” was used to contextualizes some tendencies when reconstructing the evolutionary past of the human mind. The theoretical considerations by Daniel C. Dennett’s “panglossian reasoning” or “adaptationist program” are essential for the further empirical research in evolutionary psychology. It becomes impossible to historize the mind without a vindication of Pangloss, stronghold of the “reason” inherent in any optimal solution in nature, recognizing as well the constraints imposed by randomness and contingency. Finally, the text presents a set of criteria that should guide the explanations about the mind’s past, taking the cautious stand of Martin and Candide towards the findings of Pangloss about the “rationale” of things arranged in the world.

KEY words. Adaptationism, intentionality, evolution, Dennett, Gould, evolutionary psychology, panglossian.

No pasa un día sin que usemos la palabra optimismo, que fue acuñada por Voltaire contra Leibniz, que había demostrado (a despecho del Eclesiastés y con el beneplácito de la Iglesia) que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Voltaire, muy razonablemente, negó esa exorbitante opinión. (En buena lógica, bastaría una sola pesadilla o un solo cáncer para anularla.) Leibniz pudo haber replicado que un mundo que nos ha regalado a Voltaire tiene algún derecho a que se lo considere el mejor.

Jorge Luis Borges, Voltaire, Cuentos.

Al leer recientemente una de las pocas traducciones que se han hecho en Colombia sobre el Cándido o el optimismo de Voltaire, fue inevitable rememorar aquellas reflexiones características de Pangloss con relación a la “razón de ser” de las cosas en el mundo. No es suficiente con asumir que las cosas están bien, es imprescindible afirmar que las cosas están de la mejor manera posible. Es habitual interpretar el Cándido como una sátira del optimismo característico de la nobleza de la época, en tanto otros aseveran que igualmente puede considerarse como una diatriba contra el propio optimismo de Voltaire, cultivado y justificado en su obra anterior a la publicación del texto en 1759. Así como este relato ha desatado múltiples discusiones acerca de las posibles verdaderas intenciones de Voltaire, el año de 1979 dio a luz a una de las discusiones académicas más interesantes sobre la filosofía de Pangloss en la reconstrucción histórica de nuestro pasado evolutivo.

El debate fue iniciado por Stephen Jay Gould y Richard Lewontin con un texto titulado “The spandrels of San Marco and the Panglossian paradigm: A critique of the adaptationist programme”, publicado en 1979 en la revista Proceedings of the Royal Society of London 3. La tesis de estos dos autores postula que los argumentos adaptacionistas de la biología evolutiva son panglossianos. Un argumento adaptacionista consiste en ofrecer una “razón de ser” de una determinada característica biológica de un organismo, la que suele asimilarse con la función específica que cumple la característica a analizar y sobre la cual se diseña una historia que postule el surgimiento biológico de dicha función. Así por ejemplo, en un caso extraído de Gould y Lewontin (1983), explicar un hecho como la masculi- nización de la vulva en la hiena consiste en identificar la función supuesta del órgano y suponer que éste ha sido creado para tal función.

Esta forma de ofrecer explicaciones constituye un razonamiento pan- glossiano con serias deficiencias conceptuales y metodológicas. Parece que la afirmación “las cosas están dispuestas de la mejor manera posible”, con una “razón de ser” identificable, es una aseveración ubicua en las explicaciones adaptacionistas. ¿Y qué decir de las características más complejas y sobresalientes de la mente? ¿Cómo apelar a una reconstrucción evolutiva de la mente sin recurrir a Pangloss y sus habituales optimismos? Antes de ofrecer una respuesta a estas inquietudes es necesario detenerse a explorar con más profundidad la discusión reseñada con anterioridad. Gould y Lewontin (1983) señalan que no todas las características de un organismo por definición son adaptativas. Esto les lleva a exponer un ejemplo paradigmático de la arquitectura —el mosaico de la cúpula central de San Marcos— que devela cómo una serie de características adecuadamente dispuestas constituyen un efecto fortuito y no una “razón de ser” en la disposición de una construcción determinada.

La armonía y perfección del mosaico suscita la tentación de suponer a éste como la causa del edificio arquitectónico. En realidad, este es una necesidad arquitectónica que da lugar a esa forma particular de mosaico, un efecto fortuito y un caso ejemplar de cómo un resultado contingente —en este caso los cuatro tímpanos generados en los vértices de los cuatro arcos que sostienen la cúpula— es utilizado posteriormente para la exposición de una admirable obra de arte. El uso ornamental de estos espacios es secundario, pues no constituye en ningún sentido la “razón de ser” de la disposición arquitectónica de la cúpula (Gould y Lewontin 1983). Los autores esgrimen la siguiente idea. Este caso no se presenta en pocas oportunidades en la naturaleza, antes bien, semejante manifestación fortuita de las cosas es abundante. Desde esta perspectiva, la “razón de ser” no es transversal en la naturaleza; en diversos casos sencillamente no existe y, lo que es peor, suele ser inventada por las explicaciones adapta- cionistas.

En este sentido, los autores cuestionan el hábito mental en la biología de construir explicaciones evolutivas suponiendo “razones” que probablemente no existan. A esta forma de proceder se le denomina “programa adaptacionista” o “programa panglossiano”. Básicamente, tal hábito sostiene la omnipresencia de actuación de la selección natural en la naturaleza . De acuerdo con Gould y Lewontin (1983), el responsable directo de esta forma de razonar sobre el pasado no es Charles Darwin, como se podría suponer a primera vista, sino que le atribuyen la responsabilidad a Alfred R. Wallace y August Weismann, a finales de siglo XIX. Estos postulaban que todos los caracteres de un animal obedecen a una determinada adaptación, y por ende, a una específica “razón de ser”. En tal escenario, reconstruir el pasado evolutivo de un organismo consiste en desglosar o descomponer éste en sus partes elementales, para luego realizar una descripción detallada de cada parte en función de su respectiva utilidad adaptativa.

La adhesión al “programa adaptacionista” implica afirmar a -priori la utilidad adaptativa de las características de un organismo sin recurrir con posterioridad a ninguna confirmación confiable. Entre los defectos más relevantes de este programa se encuentra, primero, el privilegiar la utilidad de las características del organismo, excluyendo con antelación cualquier explicación que no recurra a la utilidad; segundo, analizar de forma separada las distintas partes componentes de un organismo ignora la importancia de concebirlo como una entidad integrada, lo que anula la posibilidad de estudiar una característica como resultado de una necesidad general de desarrollo; tercero, a menudo, cuando no es evidente el óptimo de una característica a analizar se invoca el compromiso de ésta con otra característica del organismo, es decir, el componente que carezca de un función claramente identificable se asocia inmediatamente con un subóptimo ligado a la utilidad de otra característica (Gould y Lewontin 1983).

Los autores finalizan el artículo indicando que el programa adaptacionista ha desarrollado todo un arte de narrar cuentos; además esbozan al parecer una propuesta más sensata de una adecuada reconstrucción del pasado evolutivo de las especies. El arte de narrar cuentos se manifiesta cuando los criterios para determinar la veracidad de las historias son demasiado vagos. De esta forma, una historia es plausible sin apelar necesariamente a una confirmación inmediata, y si posteriormente una evidencia empírica falsea la historia, sencillamente se cambia por otra. Ello conduce a una creación interminable de historias, adaptativas. Esta anotación no desconoce la importancia de modificar o cambiar la historia ante el encuentro indiscutible de la evidencia; hace énfasis en la importancia de contemplar historias no adaptativas en la reconstrucción de nuestro pasado. En otras palabras, es necesario contemplar con antelación otras explicaciones al servicio de la confirmación, con el fin de evitar un compromiso indisociable con la adaptación.

Las explicaciones alternativas evitan el panseleccionismo propio del programa adaptacionista, es decir, evaden la asunción de que la selección natural es responsable de todos los cambios evolutivos que acontecen a nuestro alrededor en el largo plazo. Gould y Lewontin (1983), a partir de la lectura que realizan de Charles Darwin, exponen la importancia de apelar a un compendio de explicaciones pluralistas sin renunciar a la actuación de la selección natural cuando sea necesario. Estas explicaciones comprenden el azar, el desarrollo integral de los organismos y la selección natural. El azar explica la aparición de efectos fortuitos en la naturaleza, donde la contingencia histórica adquiere relevancia en la trayectoria de las líneas evolutivas. El desarrollo integral concibe al organismo como un conjunto de bloques que no es posible descomponer, donde una característica no puede aislarse y por ende explicarse sin señalar las demás a las cuales está integrada. Finalmente, la selección natural es el último recurso de apelación explicativa.

¿Cuál fue la reacción de la comunidad académica ante las anotaciones teóricas realizadas por estos autores? ¿Qué importancia tiene la presente discusión para los estudios de la mente? Si bien las reacciones no se hicieron esperar, la principal y más reconocida oposición fue hecha por el filósofo Daniel C. Dennett, en el año de 1983, en la revista Behavioral and Brain Sciences, en un artículo titulado “Intentional systems in cognitive ethology: the ‘Panglossian paradigm’ defended 4“. Dennett (1991) defiende una postura que se articula con dos tesis, y que son fundamentales en su obra: primero, el pensamiento adaptacionista se apoya en la adopción de una posición intencional que permite descubrir “las razones de ser” en la naturaleza y, segundo, el pensamiento adaptacionista es tan provechoso en la biología como lo es el pensamiento mentalista en la psicología.

Para entender la postura del autor es indispensable presentar una pequeña aclaración sobre la actitud intencional. Dennett, a lo largo de su obra, expone tres posiciones o actitudes a partir de las cuales es posible entender el mundo que nos rodea: la posición física; la del diseño, y la intencional. Un artefacto físico o natural puede estudiarse ubicándose en cualquiera de las tres posiciones, además, son complementarias. La actitud física consiste en describir y explicar fenómenos naturales o artificiales apelando a leyes físicas. La posición del diseño es el nivel del software, es decir, un nivel de abstracción que describe y explica una amplia gama de fenómenos como si fueran procesos computacionales cuya base son el algoritmo. La actitud intencional consiste en interpretar “algo de naturaleza compleja (…) como uno o varios actores racionales e inteligentes que tienen planes, creencias y deseos, y que interactúan unos con otros” (Dennett 2007, p. 159).

En principio, la actitud intencional es usada para describir al “otro semejante” en función de sus posibles estados intencionales —deseos, creencias, expectativas— sobre la base de una presunción de “racionalidad”. Es decir, el otro se comporta de determinada manera por el hecho de que dispone de “razones” o estados intencionales para hacerlo. Para Dennett (1999) este aspecto explica la facilidad con la cual los seres humanos atribuimos contenidos intencionales en los demás para explicar el comportamiento, atribuciones no exentas de equivocaciones, pero cuyo riesgo es compensado con los enormes beneficios obtenidos cuando las explicaciones atribucionales son acertadas. Ahora bien, la posición intencional es determinante en el programa adaptacionista, puesto que posibilita dilucidar las “razones” en la naturaleza desde la presunción de la optimización. El papel de la selección natural en la evolución consiste en ofrecer soluciones óptimas a los problemas que amenazan la probabilidad de supervivencia o reproducción en las especies. La posición intencional caracteriza estas soluciones óptimas.

Dennett (1991) no duda en reconocer que el adaptacionismo supone un enorme riesgo cuando erige edificios teóricos que en cualquier momento pueden desmoronarse por la fragilidad plausible de las historias adapta- tivas. Aun así, es un riesgo asumible “puesto que el rédito es con frecuencia tan alto, y la tarea que el teórico más cauteloso y sobrio tiene que enfrentar es tan extraordinariamente difícil” (1991, p. 235). El adaptacionismo no es una teoría, es una actitud sustentada en la posición intencional para generar preguntas a la naturaleza que permitan reconstruir un pasado. Dicho de otro modo, es ingeniería inversa que intenta esclarecer las “razones” por las cuales las cosas están dispuestas en la naturaleza. En este sentido, “el razonamiento adaptacionista no es opcional; es el alma y el corazón de la biología evolucionista” (1991, p. 387). Esto no supone para Dennett (1999) negar el azar o el desarrollo integral de los organismos como posibles recursos explicativos de la naturaleza.

El adaptacionismo prevalece como una estrategia que se ocupa de lo más complejo e interesante disponible en la vida, resultado de la actuación de la selección natural. ¿Esto sugiere entonces que resultados complejos obtenidos en la historia de la naturaleza en ningún sentido obedecen a la actuación del azar con una u otra contingencia? Dennett (1999) no desconoce el papel del azar en las direcciones que ha tomado la selección natural, aunque realiza la siguiente observación: “¿Es simplemente un hecho contingente sólido que las circunstancias sean como son, o podemos leer alguna necesidad profunda en ellas?”. Su respuesta es llamativa: “ambas cosas, el matrimonio entre el azar y la necesidad es la marca característica de las regularidades biológicas” (1999, p. 204). Es en el escenario de la necesidad donde la investigación científica puede realizar anotaciones y avances importantes de regularidades biológicas identifica- bles. La necesidad entendida como la petición de una solución óptima a la selección natural.

Es posible entender las apreciaciones de IDennett (1991) como una justificada defensa del pensamiento panglossiano en la biología evolutiva. El autor señala que la posición de Gould y Lewontin (1983) encuentra un espacio en el pensamiento adaptacionista; no puede interpretarse como una clara refutación, lo cual ha sido habitual en varios autores. E)e acuerdo con Dennett (1999), la crítica puede entenderse como una reacción contra la pereza de no someter a prueba las explicaciones evolutivas de una determinada característica o comportamiento de un organismo. La historia de la vida en la Tierra ha sido testigo de cómo “las cosas están dispuestas de la mejor manera posible” a partir de las restricciones que impone el azar. Asumir que existe una “razón de ser” para todo es una hipótesis demasiado fuerte, pero no existe otra forma más oportuna de iniciar los análisis característicos de una historia evolutiva, y esto no supone comprometerse a ciegas con una razón que posteriormente pueda refutarse.

La disertación ofrecida por Dennett es de vital importancia para aquellos que nos ocupamos del estudio de la mente. Como cualquier objeto de la naturaleza que dispone de una historia, la configuración de la mente ha tenido que trasegar por determinados recovecos evolutivos. “Erase una vez una época en que no había mente, ni significado, ni error, ni función, ni razones, ni vida. Ahora, todas esas admirables cosas existen. Tiene que ser posible contar la historia de cómo llegó a existir todo esto” (Dennett 1999, p. 321). Esta preocupación histórica por la mente ha caracterizado a la investigación psicológica a partir de la década de los ochenta en cognición infantil, psicología comparada, estudios psicológicos en sociedades o poblaciones no industrializadas e inteligencia artificial, con el propósito de identificar rasgos cognitivos universales en la especie humana que puedan asumirse como indicios de soluciones óptimas en el advenimiento de la cognición.

La investigación interesada en este tipo de problemas sobre la mente es denominada psicología evolutiva 5. Esta realiza investigación empírica a partir de reflexiones filosóficas como las realizadas por Daniel C. Dennett sobre la posición intencional y el programa adaptacionista, y se asocia con la tradición conceptual de la síntesis moderna en biología evolutiva, que retoma la teoría de la evolución por selección natural de Charles Darwin y los avances de la biología molecular de siglo XX. Tales antecedentes le permiten a la psicología evolutiva concebir a la mente como “un conjunto de máquinas procesad oras de información diseñadas por selección natural para resolver los problemas adaptativos a los que se enfrentaron nuestros ancestros cazadores-recolectores” (Cosmides y Tooby, 1997, p. 1). Esta concepción de la mente asesta “un golpe fundamental al último refugio al que se había retirado la gente frente a la revolución copernicana: a la mente como un sanctasanctórum que la ciencia no puede alcanzar” (Dennett 1999, p. 333).

La cognición, como cualquier objeto de la naturaleza, dispone de una historia evolutiva susceptible de una explicación científica. De acuerdo con los planteamientos de Cosmides y Tooby (1997), la mente ha sido diseñada por la selección natural para resolver problemas adaptativos, entendidos como un compuesto estadístico de presiones selectivas, cuya solución tiene una influencia directa sobre la reproducción diferencial de la especie, a los cuales se enfrentaron los cazadores-recolectores. El 99 por ciento de la historia evolutiva de nuestra especie se ha dado en el contexto del cazador-recolector, lo que indica que “durante diez millones de años, la selección natural fue esculpiendo lentamente el cerebro humano favoreciendo la circuitería que era eficaz resolviendo los problemas del día a día de nuestros ancestros cazadores-recolectores” (1997, p. 13). Problemas relacionados con la negociación en la administración de recursos, elección de pareja, la crianza de hijos, entre otros.

Una reconstrucción evolutiva de la mente se inicia planteando las siguientes cuestiones: primero, ¿cómo trabajan los circuitos relevantes del cerebro que han dado lugar a soluciones óptimas en la historia de la misma?; segundo, ¿qué información procesan esos circuitos?; tercero, ¿qué programas de procesamiento de información configuran los circuitos?, y cuarto, ¿para qué se realizaron o por qué razón fueron diseñados los circuitos en el contexto cotidiano de un cazador-recolector? Estas preguntas intentan relacionar una neurofisiología básica que especifica un programa cognitivo con un determinado problema adaptativo en la historia que ha sido resuelto. ¿Indica esto una apología reciente del pensamiento de Pangloss? En todo caso, indicaría una defensa parcial sin desconocer las sutilezas de la contingencia. De este modo, el fenotipo de un organismo puede ser clasificado en adaptación, en subproducto, o en un efecto fortuito producto del azar en la evolución (Cosmides y Tooby 1997).

En el último capítulo del Cándido, de Voltaire, Pangloss consulta al mejor filósofo de Turquía en la época. “Maestro, le rogamos que nos diga, ¿por qué un animal tan extraño como es el hombre ha sido creado?” (Voltaire 2010, p. 171). Ante la negación del filósofo de contestar y la puntualización de Martín de que “trabajaremos sin razonar (…), es el único modo de soportar la vida” (p. 174), Pangloss insiste en que todo en el mundo posee una causa para “la mejor manera posible de las cosas”. Al final, Voltaire decide concluir con una afirmación de Cándido: “eso está bien dicho (…), pero hay que cultivar nuestro jardín” (p. 175). La crítica sugiere que esta es precisamente una de las conclusiones fundamentales del texto, el aprendizaje de Cándido ante su maestro Pangloss, de interrumpir sus observaciones y poner en consideración sus propias decisiones. En los estudios de la mente es necesario retornar al oficio de Pangloss, pero con el escepticismo de Martín y Cándido. Ello implica la posibilidad inquietante de una historia de la mente entre los caminos trazados por las razones y contingencias.

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Departamento de Psicología, Universidad de Antioquia, Medellin, Colombia. jonathanech@gmail.com.
Ludus Vitális, vol. XXI, num. 39, 2013, pp. 87-96.

NOTAS

  1. Este ensayo se deriva de un trabajo académico previo, titulado Aproximación a una reconstrucción evolutiva de la liberíad en la obra de Daniel C. Dennett (2012), adscrito al Grupo de Investigación de Psicología Cognitiva (Universidad de Antioquia), en la línea de Evolución y Cognición. El trabajo fue asesorado por la profesora —y coordinadora de la línea— Mg. Liliana Chaves Castaño.
  2. Psicólogo egresado de la Universidad de Antioquia. E-mail: jonathanech@gmail.com.
  3. Del cual se obtuvo una traducción al español titulada “La adaptación evoluti va”, y a la vez síntesis del original, cuatro años después en la revista Mundo Científico.
  4. Existe una traducción al español disponible en el libro La actitud intencional (1991) del mismo autor; aparece registrada en el capítulo siete titulado “Los sistemas intencionales en la etología cognitiva: Defensa del “paradigma panglos- siano”.
  5. La expresión “psicología evolutiva” es usada en este ensayo como traducción de “evolutionary psychology”; de igual forma a la traducción castellana, del mismo campo de estudio, en Pinker (2001). Otras expresiones equiparables son: “psicología evolucionista” (Cosmides y Tooby, 1997), y “psicología de la evolución” (Mithen 1998).

BIBLIOGRAFÍA

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