Sobre el optimismo

Frame de la película Infierno

Artículo sobre el optimismo escrito en honor al 125 aniversario del nacimiento de Vicente Lombardo Toledano

¿Si Vicente Lombardo Toledano hubiera vivido nuestros tiempos, seguiría siendo un hombre optimista como lo fue en sus tiempos?

Obviamente la respuesta sólo se puede responder indirectamente o, mejor dicho, cargada de especulación pero, dada la experiencia que he adquirido a lo largo de muchos años de estudio de las evidencias históricas de la evolución de la vida en nuestro planeta, puedo hacer un ejercicio mental que me de algunas claves para elaborar una respuesta fundamentada.

Acudiendo no a lo que dijo Vicente Lombardo Toledano sobre el futuro sino a su particular sentido del humor que era, dicho sea, muy fino y agudo, me quiero plantear el siguiente escenario:

Si yo le hiciera ver a Vicente Lombardo Toledano tres películas y le pidiera escoger aquella en que se reflejara mejor el momento que estamos viviendo, ¿cuál de las tres escogería?

La primera sería “El infierno”, dirigida por el realizador mexicano Luis Estrada, que trata sobre la llamada “guerra contra el narco”, que muy bien se podría llamar también “50,000” y no precisamente pesos.

La segunda sería “Presunto culpable”, dirigida por el profesor Roberto Hernández, que trata sobre las vicisitudes judiciales y procesales de un hombre falsamente acusado, que igual podría llamarse “justicia mexicana”.

Y la tercera sería “La cena de los tontos”, en cualquiera de sus versiones, aunque la primera la dirigió el realizador francés Francis Veber, que trata sobre el nivel de banalidad en el que ha caído la sociedad actual.

Estoy casi seguro que Vicente Lombardo Toledano se decantaría por la tercera opción, pues refleja de maravilla el nivel de mediocridad en el que vivimos aquí, en Francia o en cualquier otro lugar del mundo.

El optimismo ante la situación actual

Pero permítanme ahora argumentar si todavía cabe la posibilidad de, ante este panorama, seguir teniendo optimismo.

Para ello me voy a permitir utilizar un recurso metodológico muy socorrido a la hora de proponer grandes soluciones a los problemas de siempre como las que utilizan los gobiernos actuales para, según ellos, ejemplificar sus sesudos análisis, el de la analogía.

La discusión actual acerca del origen de los seres humanos nos dice, independientemente de cuántas especies y cuándo salieron de África, cuna de la humanidad, que tras millones de años de evolución, una de esas especies dio lugar al Homo sapiens, nosotros, y la clave para entender ese proceso fue el desarrollo de su cerebro y con él el de la cultura y el lenguaje humanos. Esto ocurrió con la aparición de las primeras manifestaciones artísticas y la conciencia de sí mismo, hace apenas entre 60,000 y 30,000 años, que produjeron el llamado pensamiento simbólico, el cual tuvo una incubación de más de 50,000 años, marcado por la última gran transformación del cerebro. Esta transformación consistió en un refinamiento de las asimetrías entre los hemicerebros izquierdo y derecho y, consecuentemente, un refinamiento en las especializaciones funcionales de cada mitad del mismo.

¿Y qué tiene que ver todo esto con el optimismo? Desde mi perspectiva lo siguiente:

Las utopías están en desuso, pero recordemos a Tomás Moro, autor del término hace cinco siglos:

“No paréceme menos cierto, amigo Moro —ya que quiero deciros lo que encierra mi espíritu- que doquiera donde mídase todo por el dinero, no se podrá conseguir que en el Estado imperen la justicia y la prosperidad”.

El “Estado de bienestar” que tanto presumió Europa se ha convertido en “Estado de malestar”, si no, véase el llamado movimiento de los chalecos amarillos.

El desarrollo sustentable que nos iba a llevar a un equilibrio con la naturaleza no es tal, si no, véanse los resultados de las cumbres sobre el medio ambiente.

La revolución científico-técnica que nos iba a llevar a la solución de todos los problemas de la humanidad sólo ha traído desolación, si no, véanse las grandes catástrofes naturales y las nuevas y viejas enfermedades producto de la sobrepoblación y la pobreza.

Creo que la única o tal vez la última, no lo sé, oportunidad que nos queda para ser optimistas y honrar a Vicente Lombardo Toledano, uno de los seres humanos más optimistas que he conocido, es apurarnos en avanzar en el conocimiento de cómo funciona ese peculiar órgano que llevamos en la cabeza, el cerebro, para enfocar de un nuevo modo nuestra conducta y cambiar nuestra actual visión del mundo.

Optimismo y neurobiología

Gracias al desarrollo tan grande que ha tenido la neurobiología en las dos últimas décadas, se ha aprendido mucho acerca de cómo, por ejemplo, la luz, el sonido, la temperatura, la resistencia y las impresiones químicas recibidas en nuestros órganos sensoriales activan la liberación de transmisores químicos y variedades eléctricas potenciales que llevan las señales, a través de los nervios, hasta el cerebro y otras partes del cuerpo. También se ha aprendido mucho sobre la manera en que los canales neuronales para la transmisión de información se refuerzan para su uso o son reemplazados cuando se han dañado; o también sobre qué neuronas o grupos de neuronas son responsables del proceso de información procedente de un órgano concreto o de un punto medio ambiental; y sobre otras muchas cuestiones referentes a los procesos neuronales.

¿Nos encontramos en este comienzo del siglo XXI, ante la construcción de una nueva cultura que, basada en los conocimientos que aportan las ciencias del cerebro, pueda llegar a conformar un modo nuevo de pensar y de vivir?

Hace unos cuantos años un buen amigo neurólogo, Bruno Estañol, en un artículo publicado en la revista Ludus Vitalis, señalaba que los seres humanos poseemos dos naturalezas, o lo que es lo mismo, una naturaleza doble: una biológica y otra cultural. Nuestra naturaleza biológica es el producto de la evolución biológica de muchos millones de años, la cual está grabada en nuestro genoma. Nuestra naturaleza cultural es el resultado de la evolución cultural, que es el producto de la adquisición y almacenamiento de información extrabiológica, hecha posible gracias al desarrollo de la técnica. Sin embargo, apunta este autor, dicho desarrollo cultural es el producto de una actividad biológica: la actividad del cerebro, y por lo tanto, que existe una relación dialéctica entre las naturalezas biológica y cultural de los seres humanos. Derivada precisamente de esta relación, Estañol comenta que la cultura no ha sido exitosa en la disminución o en el control de los impulsos agresivos de nuestra conducta. Es decir, el ser humano ha utilizado gran parte de los recursos científicos y tecnológicos que ha logrado gracias a su evolución cultural, para la guerra, la agresión y la destrucción. El Homo sapiens no ha podido convertirse en Homo ethicus, por lo menos, diría yo, con el éxito en que lo pudo hacer en Homo creator, para utilizar un término que Vicente Lombardo Toledano empleaba.

Entonces, de acuerdo con otro amigo neurólogo, Francisco Mora, o bien la moral, el razonamiento moral, y los valores morales y las normas que derivan de ellos vienen emanados de Dios, y, por tanto, la teología tiene casi todo que decir, o bien derivan de los seres humanos mismos, de su proceso evolutivo, de su propia biología en intercambio constante con sus culturas, y por tanto, de su propio cerebro y sus códigos de funcionamiento. En este último caso, la ciencia, la neurociencia en particular y la propia filosofía serían las que tendrían la palabra. Los códigos éticos tienen que ver y han nacido del cerebro humano a lo largo de su proceso evolutivo. A la luz del proceso evolutivo no parece que el cerebro se haya construido a lo largo de cientos de millones de años esperando alcanzar, en el hombre, un conocimiento directamente emanado por Dios y filtrado directamente al cerebro sin que éste tenga ninguna participación. El cerebro no trabaja así. Las verdades éticas humanas son producto del funcionamiento del cerebro en el contexto de su relación social con los demás.

Según este autor, que he querido especialmente resaltar por su, diría yo, optimismo entusiasta, se avecina una nueva forma de pensar y entender la conducta humana.

Conclusiones sobre el optimismo

Hoy sabemos que al igual que cambia nuestra piel, nuestro pelo o el conjunto de nuestra cara, también cambia, con el tiempo, nuestro cerebro. Y que son estos cambios cerebrales los que hacen cambiar nuestra conducta, nuestras percepciones y experiencias, nuestras relaciones con los demás, nuestros procesos mentales y hasta nuestra propia conciencia. Todo esto nos llevará claramente a establecer que todos los procesos mentales, incluso los que dan lugar a los más excelsos pensamientos creativos o espirituales, derivan o son operaciones del cerebro.

Sin poder asegurarlo, creo que Vicente Lombardo Toledano se habría adherido a esta última oportunidad de darle al ser humano la posibilidad de ver el futuro del mundo con optimismo.


Imagen de la película Infierno (2010) albergada en IMDB. Película dirigida por Luis Estrada y producida por Bandidos Films, IMCINE,  FOPROCINE, EFICINE, Estudios Churubusco Azteca S.A y Fonca.

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