El debate entre los marxistas y el partido necesario para los fines inmediatos de la clase trabajadora en México.[1]

El debate entre los marxistas y el partido necesario para los fines inmediatos de la clase trabajadora en México.[1]

Por Cuauhtémoc Amezcua Dromundo.[2]

El Partido Popular, surgido a la vida pública en 1948, tuvo como un antecedente concreto el análisis riguroso de la realidad de México, de acuerdo con el método marxista, que se realizó un año antes, en la Mesa redonda de los marxistas mexicanos, donde se consideró necesaria su creación como instrumento idóneo para la lucha de la clase trabajadora por sus objetivos inmediatos.

En la Mesa Redonda de los marxistas mexicanos se consideró necesario organizar el Partido Popular.
En la Mesa Redonda de los marxistas mexicanos se consideró necesario organizar el Partido Popular.

Como vimos antes, en la citada Mesa redonda, al plantear los objetivos inmediatos de la transformación de México, Lombardo dijo que: 1) La Revolución Mexicana de 1910 no se había propuesto como objetivo inmediato el socialismo, para lo cual indudablemente no existían las premisas necesarias en una sociedad pre-capitalista como era la nuestra, y ni siquiera se daban cuando se realizaba este debate, en 1947. 2) Las fuerzas más avanzadas de la sociedad, por tanto, habían aspirado a destruir la estructura semifeudal y esclavista y desarrollar las fuerzas productivas de la nación, objetivo que seguía siendo vigente para el proletariado, y que además compartían otras fuerzas que, para el momento, se podrían calificar como progresistas. 3) La Revolución además se había propuesto como objetivo medular la emancipación de la nación respecto del imperialismo, que de igual manera se mantenía vigente. 4) Otro propósito fue el establecimiento de un régimen democrático popular, por el cual también había que seguir luchando. Así resumió los objetivos que, de acuerdo con un riguroso análisis marxista, correspondían al desarrollo que habían alcanzado las fuerzas productivas del país en 1910 y que no habían variado cualitativamente 37 años después; objetivos que, en la lucha por alcanzarlos, podían sentar las bases para nuevas transformaciones revolucionarias, rumbo a la sociedad sin propiedad privada de los medios de producción y cambio, la sociedad socialista.

Además, como también vimos antes, otros fines más concretos, planteados por Lombardo en la Mesa redonda de los marxistas mexicanos, serían industrializar al país para romper el desequilibrio que existía entre el desarrollo agrícola y el industrial, y como la fórmula principal para desarrollar las fuerzas productivas. Para el mismo fin habría que orientar el crédito público y privado a propósitos reproductivos y no a finalidades especulativas, como de manera indebida se venía haciendo hasta entonces, incluso en tiempos de un gobierno tan progresista como el de Lázaro Cárdenas. Los objetivos y el programa del proletariado y las fuerzas progresistas de México, ya señalados, se podrían resumir de manera apretada en tres puntos: a) la emancipación económica del país; b) la elevación del nivel de vida del pueblo, y c) la obtención de mejores condiciones democráticas, que vendrían a ser los puntos programáticos fundamentales que enarboló el Partido Popular.

Otros rasgos que debería tener el partido.

Agruparía a las amplias masas de obreros, campesinos, intelectuales y sectores medios de la población, a miles y miles de hombres y mujeres
Agruparía a las amplias masas de obreros, campesinos, intelectuales y sectores medios de la población, a miles y miles de hombres y mujeres

¿Qué otros rasgos deberían caracterizar al partido propuesto en la Mesa redonda y surgido de sus debates? Dado que la clase obrera debería ser la que dirigiera la Revolución Mexicana en lo sucesivo, y ya no capa alguna de la burguesía, porque, como lo precisó Lombardo, se trata de una clase social débil e inconsistente frente al enemigo principal, el imperialismo –aun la que pudiera considerarse como progresista–, y porque, como también lo fundamentó el teórico marxista, sin la dirección del proletariado, los objetivos señalados no podrían alcanzarse, el partido no podría depender del Estado, ni directa ni indirectamente; tendría que ser plenamente independiente del gobierno.

Asumiéndose completamente independiente del gobierno, que se calificaba como un gobierno revolucionario, ¿cómo debería ser la relación del partido con el poder público? Tomando en cuenta que tanto el gobierno como el nuevo partido popular, sin depender ninguno del otro, coincidían sin embargo en postular el programa de la Revolución Mexicana, el partido habría de colaborar con aquél en el desarrollo de dicho programa; sometería los actos del gobierno a examen crítico de manera constructiva; pública y enérgicamente señalaría los errores en que incurrieran el Presidente de la República, los diversos funcionarios o el gobierno en su conjunto, y denunciaría las desviaciones en que incurrieran respecto al citado programa, así como su incumplimiento. El gobierno, por su parte, debería apoyarse en esa fuerza popular organizada y “dar pasos decisivos sin temor a la presión de las fuerzas contrarias ante la debilidad hasta hoy crónica de las fuerzas políticas y sociales del sector revolucionario.”[3]

Por otra parte, puesto que sus objetivos implicaban una transformación profunda de la estructura económica y las superestructuras de México, y dado que tales propósitos sólo podrían alcanzarse por medio de una amplia alianza de fuerzas, ajena a todo sectarismo, tendría que ser un gran frente revolucionario y debería estar integrado no solamente por la clase obrera, sino también por la clase campesina, los ejidatarios, los auténticos pequeños propietarios agrícolas, los peones y aparceros, la clase media: maestros, pequeños comerciantes, profesionistas, intelectuales y burócratas. Su dirección debería ser rigurosamente representativa, formada por exponentes de las clases sociales integradas al partido, en proporción a sus fuerzas.

El programa del partido tendría que corresponder rigurosamente a sus objetivos. De acuerdo con la concepción de Lombardo, en el ámbito nacional, tendría que

“luchar por la emancipación de la nación, por el desarrollo económico del país, por la revolución industrial de México, por la elevación del nivel de vida del pueblo, por el perfeccionamiento de las instituciones democráticas”.

Y por cuanto al panorama internacional, lucharía

“por la conservación de la paz, por la exterminación del fascismo, por la independencia de los países coloniales, por la emancipación de los países semicoloniales, por la política de la Buena Vecindad y por la unidad de la América Latina”.[4]

Además, el partido de nuevo tipo debería nacer de abajo hacia arriba, y no de arriba hacia abajo, como casi todos los que se habían formado en México en los últimos tiempos. Se afiliarían los hombres y mujeres que aceptaran su programa, directa y espontáneamente, no en masa ni obligados o inducidos por autoridades o dirigentes. Los miembros del partido, manejarían directa y democráticamente los órganos del partido en los municipios, los estados y en el plano nacional.

No sería un partido cuya actividad se concretara a los procesos electorales, sino que atendería tareas permanentes, como la educación sistemática y constante del proletariado y de las grandes masas del pueblo. “Formará los nuevos cuadros que requiere este período histórico de la vida de México, y estimulará y promoverá de un modo constante a los nuevos elementos en formación, en cualquier lugar en donde se hallen, en las comunidades agrarias, en los pequeños poblados, en las ciudades, en los centros de cultura.”[5]

El nuevo partido, en las condiciones de 1947, debería ser uno que agrupara a las amplias masas de obreros, campesinos, intelectuales y sectores medios de la población, a miles y miles de hombres y mujeres, “porque frente a los grandes problemas que México tiene que resolver en este período histórico, postular la autosuficiencia del proletariado sería un sectarismo ridículo.” No podría ser un partido marxista “porque ya existe el Partido Comunista Mexicano, y crear otro semejante equivaldría, aunque se diga lo contrario, y aunque se quisiera lo contrario, a inaugurar una lucha infecunda entre partidos marxistas, que podría tener graves repercusiones en la vida política general.[6]

En la Mesa redonda de los marxistas mexicanos se registró un consenso en torno a las proposiciones de Lombardo, puesto que en su seno, aunque hubo discrepancias y apreciaciones diversas sobre los variados que se examinaron –y también coincidencias que dieron pie a futuras acciones conjuntas– no hubo expresión alguna de rechazo al documento central, “Objetivos y táctica de lucha del proletariado y del sector revolucionario de México en la actual etapa de la evolución histórica del país”, presentado por Lombardo, que incluyó la proposición de forjar en Partido Popular con las características señaladas.[7]

[1] Octavo fragmento de mi investigación titulada “Lombardo y sus ideas. Su influjo en la vida política y social de México en los siglos XX y XXI”, recién concluida, y que próximamente será publicada por el Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales “Vicente Lombardo Toledano”.

[2] Maestro en Ciencia Política por la Universidad Nacional Autónoma de México. Investigador de tiempo completo. Coordinador de Investigación del Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales “Vicente Lombardo Toledano”.

[3] Mesa redonda de los marxistas mexicanos, CEFPSVLT, México. 1982. Pág. 69.

[4] Ibidem

[5] Ibidem.

[6] Ibidem.

[7] En los debates participaron: Jorge Fernández Anaya, Dionicio Encina, Blas Manrique y Carlos Sánchez Cárdenas, del Partido Comunista Mexicano; Valentín Campa, Manuel Meza Andraca y Hernán Laborde, de Acción Socialista Unificada; Jesús Miranda, Luis Torres, Leopoldo Méndez y José Revueltas, del Grupo “El Insurgente”; David Alfaro Siqueiros, de la Sociedad Francisco Javier Mina –que solicitó participar en la mesa redonda cuando se había instalado y fue aceptada–; Miguel Mejía Fernández, Rodolfo Dorantes y Enrique Ramírez y Ramírez, de la Universidad Obrera; Víctor Manuel Villaseñor, Rafael Carrillo, Narciso Bassols y Juan Manuel Elizondo, como invitados, a título personal, cada uno por separado, y Vicente Lombardo Toledano, el convocante y ponente central.

Los inicios de la arqueología del Paleolítico

Archæology forms, in fact, the link
between geology and history.
John Lubbock, Pre-Historic Times, 1865.

Primeros pasos.

Capas Estratigráficas. Garganta de Olduvai, Tanzania.
Capas Estratigráficas. Garganta de Olduvai, Tanzania.

La configuración de la arqueología como una disciplina científica, dotada de un objeto de investigación, de técnicas de recolección de información y de principios metodológicos con los cuales relacionar datos empíricos con conclusiones se llevó a cabo, al igual que en otras disciplinas de las humanidades, durante la segunda mitad del siglo XIX. La arqueología recibió especial impulso gracias a los desarrollos teóricos de la geología que va de fines del siglo XVIII a mediados del XIX, en particular de la estratigrafía, y posteriormente a partir de 1859, gracias a la revolución conceptual que en biología supuso la aparición de El origen de las especies.

Durante los setenta o cien años anteriores al histórico texto de Darwin, se habían registrado hallazgos aquí y allá, que habían ido contribuyendo a la formación del cuerpo de ideas e información que ulteriormente daría fundamentos a esta disciplina, aunque la aceptación de muchos de estos conceptos tuvo que esperar a su vez a la admisión de la gran antigüedad humana, que sólo cristalizó, o fue relativamente aceptada, en esa segunda mitad del siglo XIX.

El supuesto básico de la arqueología es que el pasado humano puede conocerse a través de sus huellas materiales. O, más modestamente, que ciertos aspectos del pasado humano pueden conocerse de tal manera. Esta clase de indagación se remonta a épocas muy antiguas: hace más de 2500 años ya había personajes que se interesaban por comprender el origen y significado de los vestigios de gran antigüedad que por diversas situaciones llegaban a sus manos. Por ejemplo, se sabe que Nabónides, último rey de Babilonia (gobernó entre 556 y 539 a.C.), encontró restos de una dinastía ancestral a él, probablemente del rey Hammurabi, quien gobernó entre 1792 y 1750 a.C. y los mandó a desmontar con el objeto de investigar más acerca de ellos y averiguar qué tenían que decir[1].

Este espíritu indagador está emparentado con el de diversos estudiosos de la historia que desde los antiguos griegos hasta el presente han reconstruido por diversas vías la historia humana. La diferencia entre unos y otros estriba en que los primeros se han inclinado por interpretarla a partir de los objetos, restos materiales de diverso tipo y contextos, mientras que los segundos ha privilegiado los relatos, ya sean orales o escritos.

Así pues, por muchos siglos han existido en las diversas culturas los estudiosos y coleccionistas de antigüedades, así como los narradores de historias antiguas. Ambos, pero principalmente los primeros, son antecesores de los modernos arqueólogos.

Los anticuarios y los coleccionistas de la Europa que va del siglo XVI a mediados del siglo XVIII, habían desarrollado un gusto y un conocimiento por los objetos de la antigüedad clásica que llegaban a ellos y con los cuales comerciaban. Un grupo de ellos fundó en 1707[2] la Sociedad de Anticuarios de Londres (The Society of Antiquaries of London), e inició en 1770 la edición de la revista Archaeologia, en la cual se publicaron artículos relacionados con colecciones y hallazgos de objetos antiguos. El estudio que realizaba esta Sociedad, así como sus publicaciones, se orientaban al análisis y discusión de aquellos objetos y colecciones que suministraban información acerca de las grandes culturas de la antigüedad reconocidas entonces: Grecia, Roma, Egipto, Persia, Babilonia. Se abordaban también, aunque en menor grado, otros temas de interés, reflejando así la diversidad de inquietudes de los estudiosos del pasado humano. Pero el énfasis principal de ésta época estaba en la investigación de la antigüedad clásica. La etapa más antigua de la humanidad, que hoy llamamos Paleolítico, apenas se vislumbraba.

John Frere.

John Lubbock (1834 - 1913)
John Lubbock (1834 – 1913)

Con la palabra Paleolítico —con sus fases inferior, medio y superior— se designa al periodo más largo de la historia humana, que abarca desde los orígenes de la humanidad hasta la aparición de la agricultura. En otro artículo hemos señalado cómo John Lubbock definió este periodo como el más antiguo de la humanidad, la Antigua Edad de la Piedra o Edad de la Piedra Antigua.

La rama de la arqueología que se especializó ulteriormente en el Paleolítico, reconoce como uno de los momentos fundacionales de su historia la publicación que se hizo, en 1800, de la carta que el inglés John Frere (1740-1802) envió el 22 de junio de 1797 al Rev. John Brand, secretario de la Sociedad[3].

El escrito fue titulado “Account of Flint Weapons Discovered at Hoxne in Suffolk[4]. En su carta, Frere exponía al reverendo Brand el hallazgo de una serie de armas en el condado de Suffolk y sostenía la idea de que, con base en los datos de que disponía, la evidencia sugería que tales armas habían sido fabricadas en épocas muy remotas. Especulaba incluso que tales épocas rebasarían los periodos históricos reconocidos, remontándolas a una época “más allá del mundo actual”. Su idea se fundamentaba en la posición estratigráfica de los materiales que describió: se habían encontrado en estratos muy antiguos, con evidencias de cambios geológicos importantes.

Frere había obtenido información de que en el mismo lugar se habían encontrado vestigios semejantes, pero asociados a restos de fauna desconocida, lo que confirmaba sus especulaciones.

La carta contenía una serie de ideas germinales que posteriormente resultaron fundamentales para la arqueología, especialmente el énfasis en la descripción de la posición estratigráfica de los restos, la percepción de esta clase de restos líticos como elementos culturales y la relevancia otorgada a su asociación con fauna de otra época.

Recuérdese que Frere vivía en una época en la que prevalecía en muchos sectores la idea lanzada desde más de un siglo antes, en 1650, por el arzobispo Ussher: el ser humano había aparecido en la tierra 4004 años a.C. El clérigo había llegado a este dato a través de un análisis detallado de las genealogías del Antiguo y el Nuevo Testamento y su idea estaba ampliamente extendida y ejercía influencia en grandes sectores de la población.

Frere, no obstante, se atrevió a aventurar en su misiva la idea de que podría haber existido una época anterior a ésta, en la que otros hombres habrían poblado la tierra y elaborado útiles. Señala: “La situación en la cual estas armas fueron encontradas puede tentarnos a referirlas a un periodo en verdad muy remoto, incluso más allá del mundo actual”[5]. Consideró como relevante para su análisis tanto la posición estratigráfica como el contexto en que se encontraban los restos, esto último principalmente a través de las asociaciones de fauna que podía establecer y de las características geomorfológicas que configuraban el sitio.

Su exposición, desafortunadamente, no recibió apoyo. El texto, escrito en 1797 y publicado en 1800, no tuvo mayor repercusión. Fue reconocido como texto precursor sólo sesenta años después, cuando los estudiosos ingleses Joseph Prestwich y John Evans se vieron incentivados por la publicación de El origen de las especies y su consecuente debate y decidieron revisar las pruebas que Frere, en Inglaterra, así como Boucher de Perthes, en Francia, habían expuesto años atrás sobre la asociación de instrumentos líticos con fauna extinta. En otro artículo comentaremos la carta de Frere.

Aura Ponce de León, septiembre de 2014.


Notas.

[1] Schnapp, A (1997), “Orígenes de la Arqueología”, ponencia presentada en el Simposio sobre arqueología Europea realizado en el Museo Nacional de Antropología de México, D.F., en diciembre de 1997.

[2] Como lo indica la propia sociedad: http://www.sal.org.uk/about-us/ (texto consultado en 2014), su Royal Charter es de 1751.

[3] Frere, 1800, en el volumen XIII de la revista Archaeologia, The Society of Antiquaries of London.

[4] Frere, 1800.

[5] (Frere, 1800).


Parte de este texto proviene del libro Arqueología cognitiva presapiens, 2005, CEFPSVLT.

  • Imagen de John Lubbock albergada en wikipedia.
  • Imagen de Capas estratigráficas: Garganta de Olduvai, Tanzania, Aura Ponce de León.

La huelga de ferrocarrileros y la nacionalización de la empresa

La huelga de ferrocarrileros y la nacionalización de la empresa

Por Juan Campos Vega

Poco se han estudiado, mucho menos valorado, las consecuencias que para el movimiento sindical mexicano, así como para la defensa de sus agremiados y de los intereses nacionales y populares, tuvieron las acciones y luchas realizadas por la Confederación de Trabajadores de México (CTM), en los primeros años de existencia de esa central sindical.

Huelgas como las de los sindicatos de ferrocarrileros, electricistas y petroleros, por citar solamente las tres más importantes, y la de los trabajadores agrícolas de las haciendas de La Laguna, marcaron en forma trascendente al movimiento sindical y campesino de México. De ellas se derivan importantes consecuencias jurídicas y prácticas que por haberse abandonado, han llevado al movimiento social y sindical del país a la situación deplorable en la que todavía se encuentra.

Huelga de ferrocarrileros

La huelga es el arma de lucha más importante para que los sindicatos consigan los objetivos que se proponen; en 1936, primer año de existencia de la CTM, las huelgas continuaron incrementándose, alcanzaron la cifra de 659.

Las huelgas pueden realizarse por motivos económicos y laborales, o sea, por demandas inmediatas; pero también pueden tener finalidades más importantes que no siempre se hacen evidentes cuando se inicia el movimiento reivindicatorio de los trabajadores.

Las principales huelgas realizadas por la CTM, en sus dos primeros años de existencia, tienen la peculiaridad de tener esa doble finalidad: conseguir que se eleven las condiciones laborales y de vida de sus afiliados, a la vez que se acompañan de movimientos novedosos en la vida sindical del país que les ayuda a obtener victorias que rebasan lo estrictamente económico, para conseguir resultados de carácter político que benefician al pueblo y a la nación.

A finales de abril de 1936, en la etapa preparatoria de la huelga de trabajadores ferrocarrileros, interviene Lombardo en un mitin para argumentar, en su carácter de secretario general de la CTM, acerca de seis temas: qué es el salario; cuáles sistemas de salario existen; cuál es el sistema de salario de la empresa ferrocarrilera; que implica el sistema de salario de la empresa desde el punto de vista económico, social y jurídico; cómo se puede solucionar el conflicto, y qué valor real tiene el pago del séptimo día, que la empresa no quiere asumir. Finaliza su intervención comprometiéndose ante los trabajadores ferrocarrileros, en nombre del comité nacional, afirmando que si “la empresa se niega a aceptar nuestros puntos de vista, ustedes ya han resuelto la conducta; nosotros, como soldados y como representantes, no tenemos más que cumplir [1]”.

STFRM_1933_b

El 18 de mayo, estalla la huelga, y la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje la declara inexistente. Dos días después, el comité nacional de la CTM protesta ante ese atropello y denuncia, con base en el informe que le rinde el Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana, que la junta de conciliación redactó y mandó imprimir el laudo antes de que estallara la huelga, y no citó a las partes para escuchar sus puntos de vista y valorar las pruebas que éstas pudieran presentar.

Debido a esa violación flagrante de la ley, en su protesta, el comité nacional de la CTM, establece que con la misma sinceridad con la que “ha aplaudido y prestado su apoyo a todos los actos del poder público que tiendan a beneficiar al proletariado y a libertar a la nación de los enemigos de su autonomía, censura hoy el primer grave atropello que el gobierno comete en contra de los derechos sociales de la clase trabajadora [2]”.

El primer consejo nacional de la CTM, efectuado en los primeros días de junio, escucha el informe de Juan Gutiérrez, secretario de trabajo y conflictos  de la confederación, y secretario general del sindicato de ferrocarrileros, relativo a la huelga llevada a cabo contra la empresa Ferrocarriles Nacionales de México; expone ante el consejo nacional el origen y las causas del movimiento, las condiciones de los trabajadores por el pago del séptimo día —la empresa sólo paga veintiséis de los treinta días de trabajo—; agradece en nombre del sindicato la ayuda que la confederación le presta, y demanda que cualquier decisión que se tome contra el injusto laudo que ignora las demandas de los trabajadores [3], no solamente se realice pensando en los trabajadores ferrocarrileros, sino en todo el movimiento obrero de México [4].

La decisión del consejo nacional se sintetiza en cuatro acuerdos, que incluyen realizar el día 18 de junio un paro nacional de una hora —media hora durante la mañana y media hora por la tarde— de todos los sindicatos adheridos a la CTM, para protestar contra el laudo de la junta de conciliación y exigir respeto al derecho de huelga establecido en la Constitución; invitar a todos los trabajadores del país, sin distinción alguna, a que secunden el paro, porque no sólo es un atropello contra el sindicato ferrocarrilero, sino una amenaza contra el proletariado en su conjunto, y contrario a los intereses de todos los sectores del pueblo de México, porque cada vez que los trabajadores enfrentan a empresas donde hay presencia de capital extranjero, se quebrantan o niegan los derechos de los trabajadores, lo que convierte estas prácticas nocivas en un peligro para la nación, por la intervención del exterior en asuntos exclusivos de la administración pública del país. La huelga se realiza con éxito y es “la primera huelga de ‘brazos caídos’ que registra la historia de las luchas sociales de México [5]”.

Nacionalización de los ferrocarriles

En el Segundo Consejo Nacional de la CTM, de octubre de 1936, Lombardo somete a la consideración de la asamblea una ponencia sobre la iniciativa presidencial que propone la creación de una ley de expropiación que se debate en esos días en el Congreso, así como la necesidad de la que la confederación exprese sus puntos de vista a los diputados. El consejo aprueba ambos puntos por unanimidad, y el día 21 suspende sus sesiones para dar cumplimiento al acuerdo. Un mes después, el 25 de noviembre, se aprueba la ley [6].

El 23 de junio de 1937, el presidente de la República, general Lázaro Cárdenas, expide un decreto que expropia los ferrocarriles; en dicho documento se expresan, en los primeros tres considerandos, los planteamientos siguientes:

General Lázaro Cárdenas
General Lázaro Cárdenas

a) La estabilidad política interna y la defensa exterior en gran parte dependen de la eficacia de las líneas férreas; b) La negociación denominada Ferrocarriles Nacionales de México, S. A., que controla las líneas más importantes de la red ferroviaria, está organizada como una empresa de tipo capitalista, es decir, con propósitos predominantemente lucrativos… viene operando en forma que no corresponde a su naturaleza, y sí se han venido creando y arraigando vicios y deficiencias en el manejo del sistema, que son ya endémicos y que han retrasado el ritmo del progreso técnico de las líneas, con perjuicio para la economía del país y para cada uno de los usuarios del servicio; c) No debe descuidarse por más tiempo asunto tan trascendental para la vida y el desarrollo del país y que es preciso adoptar medidas para su pronta solución, a efecto de… procurar que a la brevedad posible se integre el sistema ferroviario de la República, mediante la construcción de las vías que con mayor urgencia reclama el anhelo nacional de progreso [7].

Acerca del decreto de nacionalización de los ferrocarriles, el comité nacional de la CTM expresa su satisfacción por tal determinación:

Consideramos la nacionalización de los ferrocarriles como un paso más del fortalecimiento de su política revolucionaria en beneficio del pueblo mexicano, constituyendo además una positiva actitud antimperialista. Teniendo confianza en que se intensificará esa actitud en el futuro reivindicando para la nación mexicana las fuentes de producción económica que le pertenecen y que son indispensables para el logro de su independencia económica. Expresamos a usted, asimismo, nuestra petición en el sentido de que se respeten las conquistas adquiridas y los derechos de los trabajadores ferrocarrileros [8]”.

El sindicato ferrocarrilero declara que la determinación tomada por el Poder Ejecutivo de la nación: “Merece la aprobación de todos los sectores revolucionarios del país, y… es el momento propicio para realizar el programa revolucionario de su gobierno, que, de acuerdo con el Plan Sexenal tiende a socializar todas las actividades de producción económica como el único medio de ir logrando la transformación del sistema capitalista imperante [9]”.

El presidente Cárdenas precisa que los trabajadores se encargarán de la administración de la empresa expropiada, pero que “No se trata de entregar la propiedad de las líneas a los trabajadores, sino que éstas serán del patrimonio nacional concedidas en administración a sus servidores [10]”.

[1] “Discurso pronunciado por el C. Lic. Vicente Lombardo Toledano en el mitin ferrocarrilero que tuvo lugar en el local de Ponciano Arriaga 20, la noche del 22 de abril de 1936”, en Confederación de Trabajadores de México, CTM 1936-1941, pp. 93-100.

[2] Confederación de Trabajadores de México, “La huelga de los ferrocarrileros fue sofocada. Protesta de la CTM”, en CTM 1936-1941, pp. 101-102.

[3] Véase: “Puntos fundamentales del pliego de peticiones del sindicato de trabajadores ferrocarrileros de la R. M., presentado a la empresa de los Ferrocarriles Nacionales de México”, en Confederación de Trabajadores de México, CTM 1936-1941, p. 101. El pliego petitorio de 16 puntos, incluye, además del pago del séptimo día, aumentos salariales, seguridad en el empleo, y otra prestaciones similares.

[4] Véanse: Confederación de Trabajadores de México, “Huelga de los trabajadores Ferrocarrileros” p. 90, y “Primer Consejo Nacional de la Confederación de Trabajadores de México” pp. 179-194, en CTM 1936-1941.

[5] Confederación de Trabajadores de México, “El Primer Consejo Nacional de la CTM frente al conflicto”, en CTM 1936-1941, pp. 91-92.

[6] Confederación de Trabajadores de México, “Circular de información de la CTM a sus organizaciones filiales”, en CTM 1936-1941, p. 228.

[7] “Acuerdo que expropia, por causa de utilidad pública, los bienes pertenecientes a la empresa Ferrocarriles Nacionales de México, s. a.”, en Confederación de Trabajadores de México, CTM 1936-1941, p. 274.

[8] Confederación de Trabajadores de México, “Declaraciones de la CTM, referentes a la nacionalización de los ff. cc.”,en CTM 1936-1941, p. 276.

[9] “Declaraciones del stfrmsobre la nacionalización de los ferrocarriles”, ibid.

[10] Ibid., p. 277.

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