The Wire: mito, consumismo y nuevos pobres. Heroicidad y arquetipos.

1. INTRODUCCIÓN

En este mismo proyecto de investigación, se han publicado diversos podcasts y entradas sobre la heroicidad de la persona normal frente a la acostumbrada representación del héroe de ficción. En ningún caso hemos pretendido valorar una forma de heroísmo por encima de otras, sino complementar una visión de la heroicidad más reciente. La razón estriba, en que habitualmente —y tal como explica Bauman— el heroísmo sigue entendiéndose desde lo ‹‹extraordinario››, ‹‹notable›› e ‹‹increíble››, y por tanto el título ‹‹sólo tiene sentido como privilegio ofrecido a unos cuantos escogidos›› (Bauman, 2017b: 127). Además, a esto se une el hecho de que el heroísmo en general suele estar representado por un individuo determinado, o como mucho por él y sus allegados. A diferencia del héroe , el común de las personas que deben ser salvadas suele estar representado como un ente pasivo e incapaz de cualquier forma de heroísmo. Cuestión que, en el curso de este Proyecto de Investigación, hemos señalado que no se ajusta de manera exacta a la realidad social de nuestros tiempos, y es probable que tampoco a una realidad histórica en un sentido pleno.

Es importante señalar —como hemos reiterado en este Proyecto de Investigación— que es imposible abordar la mitología sin tener en cuenta su contexto histórico. No hay duda de que la mitología ha sido fundamental en el desarrollo de la humanidad, ofreciendo una guía moral y espiritual que ha propiciado, junto a otras cuestiones culturales y evolutivas, la aparición de un orden social. Tal como explica Choza (2018: 19-25), el desarrollo del pensamiento mitológico, religioso y político desde el paleolítico sucede de manera natural en un ambiente en el que lo normal es lo sagrado. Sólo a partir del calcolítico comienzan a producirse ciertos procesos de secularización en la sociedad (Choza, 2018: 38-47). Esto quiere decir que el desarrollo de los mitos se ha dado durante la mayor parte de la historia de la humanidad en un ambiente sacro, con un orden social cada vez más estructurado. Que esto al menos ha sido así, en mayor o menor medida, hasta la llegada de la Ilustración. Por tanto, el mito hunde sus raíces en la historia que configura la realidad humana de manera natural.

Por esta razón, este artículo ni critica la mitología en sí, ni la visión del héroe que ésta suscita en general. En todo caso, lo que pretende es aportar a este ámbito de conocimiento lo novedoso que pudiera haber en los relatos contemporáneos, a sabiendas de que el tiempo dirá si finalmente se integra en el mito y de qué modo (Eliade, 2008: 49-48).

Lester Freamon The Wire
El arquetipo del héroe solitario, que sólo busca justicia y ser dueño de su destino, tiene sus referencias en el llanero solitario, el rōnin, el justiciero al estilo Mad Max y en policías como Lester Freamon. The Wire (2002-2008), HBO. (Infografía)

2. DAVID SIMON

Los héroes de Simon

David Simon se encuentra entre esos pocos autores que se han atrevido a plantear relatos en relación con los temas previamente introducidos. Lo hace, precisamente, mostrando personas “normales” que se enfrentan de manera heroica a hechos ‹‹fuera de lo común››. Personajes que, pudiendo ser cualquiera de nosotros, no se dejan llevar por las disciplinas y los valores estéticos de las sociedades de consumo, actuando conforme a su compromiso moral.

Otra diferencia fundamental entre los héroes de Simon y los más representativos del monomito, es que no les espera una recompensa al final de la ‹‹aventura del héroe›› (Campbell, 1959: 218-222). Muy al contrario, lo que les espera es castigo y ostracismo.

Es así como el autor nos presenta héroes que no buscan la recompensa de lo divino, del poder o de la riqueza propia de la mitología clásica; ni siquiera del valor más humilde que significaría la libertad para ser dueños de su destino rechazando todo lo demás. Muy al contrario, este tipo de heroísmo adquiere características del realismo más puro, para ofrecernos un espejo donde se reconoce fácilmente la sociedad.

The Wire

La obra más famosa de David Simon ha sido la serie The Wire, de cuyas cinco temporadas ha sido productor ejecutivo y guionista. Pero The Wire no es una excepción en la producción Simon en lo que se refiere a los temas abordados en la serie. Antes que The Wire, David Simon produjo la serie Homicidios (1996-1999) y The Corner (2000); y tras The Wire, produjo Treme (2010-2013) y Show me a Hero (2015). Todas estas series, analizan desde diversas perspectivas las cuestiones propias de los contextos sociales que han entrado en decadencia conforme avanzan las sociedades del consumo. En todas estas producciones, el autor retrata el heroísmo desde una perspectiva que difiere del relato tradicional del héroe.

3. EL CONTEXTO DE THE WIRE

Baltimore

La acción de la serie sucede en Baltimore, una gran ciudad del estado de Maryland entre Washington y Nueva York. Esta ciudad portuaria, sirve para representar la realidad de lugares que vivieron tiempos mejores bajo una economía productiva, que, con la emergencia y dominio de la economía financiera y especulativa, se han convertido en espacios proclives a la exclusión, la pobreza y la criminalidad.

The Wire retrata así los problemas de la posmodernidad de una manera global. Esto es, tras los fracasos socioeconómicos de las grandes urbes que en el pasado fueron un ejemplo de progreso, los sueños de prosperidad económica y social teorizados por el racionalismo, se convirtieron en pesadillas. Al menos, esto es lo que sucede en buena parte de las ciudades que alguna vez tuvieron una industria productiva —el caso de Detroit es paradigmático— y en concreto en los tipos de barrio retratados por David Simon.

Sociedades de control/sociedades de consumo

En términos generales, Baltimore representa el devenir de las denominadas ‹‹sociedades de control›› (Deleuze, 1991) que han evolucionado en simbiosis con las sociedades del consumo. Es en este escenario donde se desenvuelven los personajes de la serie, que en definitiva tienen pocas alternativas en lo que se refiere a cambiar su modo de existencia. Pues, como veremos, sus capacidades sociales en términos de ‹‹elección››, están determinadas por los espacios urbanos, laborales y políticos donde se desenvuelven sus vidas.

Ervin H. Burrell es un personaje de la serie The Wire de HBO, interpretado por Frankie Faison
Ervin H. Burrell es un personaje de la serie The Wire de HBO, interpretado por Frankie Faison (Infografía)

En definitiva, David Simon muestra, por un lado, las estructuras urbanas que determinan la realidad existencial de sus habitantes; y por otro, las disciplinas que constriñen a la sociedad, imponiendo una normatividad que pervierte el libre albedrío necesario para el progreso social. Como recuerdan constantemente personajes como Burrell y Rawls en la serie: hay una cadena de mando; Carcetti: una línea política acorde a unos presupuestos; los narcotraficantes: unos barrios enfrentados.

En definitiva, el contexto de The Wire es el de la constricción más absoluta, donde incluso los espacios urbanos estratifican sobre el plano a ricos y pobres; estableciendo, de este modo, diversos modos de control sobre la sociedad. Sin embargo, este control, como vemos en la serie, tiene sus límites.

La estética policial en The Wire

En la serie, asistimos a un tipo de “control social” ejercido por la policía que no nos es ajeno, que se resume en una escenificación violenta que se dice en defensa de la seguridad ciudadana. Este tipo de trabajo permite mejorar las estadísticas y la imagen de la policía, aunque sin conseguir ningún avance significativo en la seguridad. Es un desempeño superficial que no necesita de gran profesionalidad. Lo puede hacer cualquiera. Tampoco requiere una gran inversión de recursos económicos y humanos, ni que la policía se integre en la vida de los barrios para comprender sus problemáticas y así garantizar la seguridad de sus habitantes.

Esta clase de desempeño policial, convierte los barrios marginales en espacios de control para sus habitantes, donde todos parecen culpables, como si hubieran elegido la marginalidad por voluntad propia, auto-excluyéndose de las virtudes de las sociedades de consumo (Bauman, 2017a: 110). Es así como el fracaso no se presenta como una consecuencia de una sociedad en crisis, sino como algo que entraña una ‹‹elección›› particular. El fracasado —el excluido— lo es porque quiere y, por esta misma razón, se constituye en una amenaza para el orden social constituido.

En suma, la escenificación violenta y excesiva de la policía cumple dos funciones políticas. Por un lado, sirve para publicitar de manera muy estética el desempeño policial y político en la lucha contra la criminalidad. Y, por otro, avisa de lo que le espera a aquel que fracase en las sociedades de consumo.

La creciente multiplicación de comportamientos delictivos no es un obstáculo en el camino hacia una sociedad consumista desarrollada y que no deja resquicios. Por el contrario: es su prerrequisito y acompañamiento natural. (Bauman, 2017a: 117)

Las calles de Baltimore en The Wire
Las calles de Baltimore en The Wire (Infografía)

Es por esta razón que, uno de los espacios escénicos por excelencia en The Wire es la calle; y más propiamente, las calles de los barrios marginales.

El trabajo policial en The Wire

Como espectadores, también asistimos a un trabajo policial mucho más “efectivo”, dedicado a combatir crímenes mayores, que tiene resultados decisivos en el “control de la criminalidad”. Sin embargo, es aquí donde los investigadores deben enfrentarse a los límites extraordinarios que impone la cadena de mando, sujeta al poder político. Este es un aspecto fundamental que vertebra el desarrollo narrativo de la serie, retratando los obstáculos que la jerarquía impone a quienes se implican verdaderamente en el desempeño de su cargo. No es sólo con malhechores con quienes se enfrenta la policía, sino con políticos que a menudo actúan en connivencia consciente e inconsciente con la criminalidad, sometiendo a toda la cadena de mando a sus intereses de campaña electoral.

Vertederos y desechos humanos en The Wire

En su mayoría, los espacios por los que transitan gran parte de los protagonistas no van más allá de unos barrios concretos, tal como reconoce el mismo D’Angelo. Obviamente, estos son los espacios de contención, los ‹‹vertederos›› diseñados para los ‹‹residuos humanos›› (Bauman, 2017b: 55). Es aquí donde la sociedad del consumo arrastra a todo ‹‹consumidor fallido››, ya se trate de delincuentes, drogadictos, pobres o personas que simplemente han quedado atrapadas en la decadencia de los barrios dedicados a tal fin.

Gracias a la serie podemos conocer los dramas en los hogares de madres y abuelas, de niños inocentes atrapados por las circunstancias, de jóvenes abocados a la delincuencia. Pero estos espacios condenados a ser vertederos, también son espacios para la vida. Un barrio como Hamsterdam, retratado en la serie, nos muestra como una de las pocas residentes se niega a abandonar el hogar en el que ha vivido siempre. Y tal como explica este personaje: había sido uno de los mejores lugares para vivir en el pasado. Lamentablemente, ésta es una circunstancia creciente en nuestro tiempo a causa de los procesos de gentrificación y especulación que sufren hoy la mayoría de las ciudades.

Imagen de D'Angelo Barksdale
D’Angelo Barksdale, sobrino del capo de la droga Avon Barksdale, representa a quien no le queda más remedio que continuar con la criminalidad, como forma de vida instaurada de manera familiar, a pesar de ser un personaje inteligente y con sentido moral. The Wire (2002-2008), HBO.

Lo relevante de esta escena, que resume la trama argumental de otra gran serie de David Simon: Show me a hero (2015), es la razón por la cual hay personas que se ven obligadas a ‹‹sumergirse en la clase marginada›› (Bauman, 2017a: 110). En este contexto, la residente tiene la opción de elegir irse a vivir a otro lugar, pero decide quedarse por una cuestión personal: porque ésa es la casa donde ha vivido toda su vida y es lo que da sentido a su existencia. No es porque desee ser una marginada. Sin embargo, las sociedades de consumo no lo ven así.

La integración de la criminalidad en la forma de vida del barrio, como si se tratara de algo elegido por sus habitantes

En cuanto a relato, se suelen retratar los distritos marginales de las grandes ciudades desde una perspectiva que integra, en gran medida, la criminalidad en la forma de vida del barrio, como si se tratara de algo elegido por sus habitantes. Y ésa es la justificación que permite el abandono de los deberes sociales y el cumplimiento de los derechos civiles. Pero como se puede ver en la serie, la realidad de la mayoría de sus habitantes es la propia de una clase trabajadora empobrecida y/o desposeída, que se ve obligada a convivir con la drogadicción, la miseria y toda forma de exclusión.

Es cierto, sin embargo, que debido a la situación de emergencia que atraviesan los habitantes de estos barrios convertidos en vertederos, muchos se ven obligados a tolerar, e incluso participar en la criminalidad. A este respecto, cabe destacar la segunda temporada de la serie, dedicada al tráfico de drogas que sucede en el puerto de Baltimore, en connivencia con el sindicato de estibadores y la corrupción política. Un ejemplo de la crisis de la ‹‹ética de trabajo›› frente a las sociedades de consumo que a continuación analizaremos.

4. LA ÉTICA DEL TRABAJO FRENTE A LA LA SOCIEDAD DEL CONSUMO

Una de las cuestiones más paradójicas y geniales de The Wire, es que en la serie se enfrentan dos modelos económicos de entender la vida, uno dominante y otro en retroceso.

Por un lado, tenemos la supuesta capacidad económica que propicia la sociedad del consumo, que a su vez permite a sus miembros elegir libremente el tipo de vida que desean llevar, como por ejemplo, dedicando su labor a la seguridad pública, a la comunicación o a la educación.

Se nos dice además, que bajo este paradigma las personas tienen mayor capacidad de libertad a la hora de desarrollar su vida, que si es suficiente el desempeño “emprendedor”, inevitablemente llevará al éxito; y si no, se puede probar otra cosa. Ésa es la diferencia entre ser miembro de ‹‹una comunidad de productores con trabajo para todos›› o serlo de ‹‹una sociedad de consumidores cuyos proyectos de vida se construyen sobre las opciones de consumo y no sobre el trabajo›› (Bauman, 2017a: 11). En síntesis, ésta es la diferencia existencial entre el trabajo basado en la ‹‹ética del trabajo›› y el trabajo propio de las ‹‹sociedades de consumo››.

Si la vida premoderna era una escenificación cotidiana de la infinita duración de todo excepto de la vida mortal, la líquida vida moderna es una escenificación cotidiana de la transitoriedad universal. (Bauman, 2017b: 126)

La ética del trabajo

En el libro Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Bauman explica cómo la idea de la ética del trabajo, difundida a partir de la Primera Revolución Industrial, se incentivó para que las personas rechazaran sus propios deseos profesionales, para así integrarse en el poco estimulante trabajo de las fábricas. Lo que se defendía entonces, era que tal sacrificio era por un bien mayor, por el bien de la humanidad. Estamos claro está, ante la aplicación práctica de las ideas de la modernidad en manos de los poderes económicos. Esto permite prever lo que realmente se perseguía:

En la práctica, la cruzada ética del trabajo era la batalla por imponer el control y la subordinación. Se trataba de una lucha por el poder en todo, salvo en el nombre; una batalla para obligar a los trabajadores a aceptar, en homenaje a la ética y la nobleza del trabajo, una vida que ni era noble ni se ajustaba sus principios de moral. (Bauman, 2017a: 21)

Lo bien cierto, es que la ética del trabajo con el tiempo daría como resultado al Estado Benefactor. El motivo era simple: los industriales necesitaban obreros capacitados para trabajar, y si el Estado se hacía cargo de tal responsabilidad, a ellos sólo les quedaba echar mano de estos cuando los necesitaran sin preocuparse de nada más. Con el Estado Benefactor se logró, finalmente y tras diversos experimentos socio-laborales, que el obrero asimilara la ética del trabajo a cambio de seguridad en sus vidas ante el desempleo y la exclusión. Por tanto, el Estado Benefactor, en sí, fue la solución que sirvió para que los dueños de los medios de producción pudieran disponer de obreros cualificados. Para ser más claros, la seguridad del obrero propiciada por el Estado Benefactor garantizaba a los industriales una mano de obra cualificada que se esforzaba bajo la filosofía de la ‹‹ética del trabajo›› (Bauman, 2017a: 73-81).

El capital y el Estado Benefactor

Actualmente, y a tenor de lo que difunden los principales medios, parecería que el Estado Benefactor es una idea marxista, y que por tanto ésta debe rechazarse de plano por aquellos que simpatizan con el capitalismo en mayor o menor grado. Sin embargo, un análisis histórico muestra que el origen del Estado Benefactor tiene que ver con el capital en un alto grado. Otra cosa es que hoy en día, al capital le convenga otro paradigma económico y que, por tanto, desee propagar a través de sus medios ideas que les beneficien, aunque sean contrarias a los intereses obreros.

Por engorrosos que resultaran desde el punto de vista impositivo, los servicios de bienestar publico administrados por el estado representaban, para las empresas, una buena inversión: cada vez que una compañía deseara expandirse iba a requerir, necesariamente, mano de obra adicional; y para eso tenía, siempre disponibles, a los beneficiarios del Estado Benefactor. Ahora, sin embargo —cuando los negocios se miden por el valor de sus acciones y dividendos antes que por el volumen de su producción—, la función de la mano de obra es cada vez menor en el proceso productivo mientras aumenta, al mismo tiempo, la libertad de las empresas en sus emprendimientos multinacionales. Ahora, invertir en las prestaciones del Estado benefactor ya no parece tan lucrativo; los mismos efectos, y mejores, pueden obtenerse a costos mas bajos. Las “facilidades” logradas en lugares distantes —sin mayor dificultad y bajo los auspicios de gobiernos poco exigentes— rinden mejores dividendos. Estos nuevos negocios brindan oportunidades sin responsabilidades; y, frente a condiciones tan buenas desde el punto de vista económico, son pocos los empresarios sensatos que, presionados por las duras exigencias de la competencia, insisten en seguir cumpliendo con su responsabilidad frente a sus trabajadores. (Bauman, 2017a: 84-85).

En este nuevo paradigma, en la globalización económica, ya no se necesita pues una reserva de obreros cualificados, lo que abre las puertas al desmantelamiento de la economía productiva, por una especulativa y extractiva.

La ética del trabajo en The Wire

Imagen de los chavales en The Wire
En esta imagen, se retrata a las nuevas generaciones que se ven obligadas a sumergirse en la marginalidad, no por elección sino por el su lugar de nacimiento. Apenas Namond Brice, el joven que permanece de pié con gorro azul claro, tendrá la oportunidad de abandonar las calles. El resto y cada uno de ellos encarnarán distintas realidades de la marginalidad. The Wire (2002-2008), HBO.

Paradójicamente, en un tiempo en el que todos los economistas parecen empeñados en difundir la idea del emprendimiento, de crear un valor sobre el que especular y venderlo en su mejor momento, en el que la virtud del trabajador está en su movilidad y su capacidad de adaptación a las distintas necesidades de mercado, un grupo de personas muy concreto se empecina en la arcaica ‹‹ética del trabajo›› con sorprendentes resultados. Obviamente, este grupo de personas en The Wire esta representado, principalmente, por los narcotraficantes.

El grupo criminal como ‘Benefactor’

Curiosamente, este colectivo responde al ideal de la ‹‹ética del trabajo››. Integrados en una red criminal desde jóvenes, no parece que tengan mayor elección que la de ‘subir’ a base de esfuerzo, aprendiendo el oficio, progresando desde abajo, eso sí, sometidos a la férrea disciplina impuesta por la mafia. A cambio, a la persona se le da seguridad económica y, dependiendo de la capacidad del grupo criminal en el que se integre, defensa legal y un ingreso continuo para él y su familia aunque acabe muerto o en la cárcel. De alguna manera, el grupo criminal ofrece la seguridad del Estado Benefactor a sus integrantes a cambio de su trabajo, lealtad y sumisión.

A partir de lo dicho creo que se puede concluir que el Estado Benefactor, aunque esté encarnado por una entidad criminal, sigue ofreciéndose como una oportunidad para aquellos que han sido arrojados al ‹‹vertedero humano›› y que no disponen de capacidad de elección. De hecho, una de las premisas del Estado Benefactor es que cualquiera podía integrarse a la reserva de obreros siempre disponibles para las necesidades fabriles (Bauman, 2017a: 73-76).

Sin embargo, tal como explica Bauman en Vidas Desperdiciadas, existe una población creciente que está excluida, desechada, que nunca o difícilmente va a poder reintegrarse al mercado laboral, simplemente porque ya no es necesaria. En un momento en el que se está desmantelando el Estado Benefactor, ni siquiera hay posibilidades reales de formarse y encontrar cierta seguridad para un creciente número de gente excluida. Estas personas han sido marginadas a los guetos que existen en todas las ciudades, a los vertederos humanos destinados al abandono y olvido de quienes perjudican la ‹‹estética del consumo›› (Bauman, 2017b: 85-122).

Es esta situación la que empuja a muchas personas a la criminalidad y a someterse a un tipo de vida que la mayoría de ellos no habrían elegido. Lo sorprendente en The Wire es que la mayoría de ellos, los que se dedican principalmente al narcomenudeo, arriesgan sus vidas, sus cuerpos y su libertad por un poco de sustento, nada más. Es el caso de Wallace, por ejemplo. Es así como se aprecia mejor la tragedia de una población que encuentra mayores posibilidades de sustento bajo el amparo de un grupo criminal que bajo el Estado.

Resumiendo, el modelo de la ‹‹ética del trabajo›› que se encuentra presente en la estructura organizativa y filosófica del narcotráfico, tal como se aprecia en The Wire, sirve para encarnar de manera simbólica la ‹‹ética del trabajo›› fabril, en la que, en realidad, la persona estaba sujeta a una jerarquía disciplinaria. La obediencia al ‘de arriba’ en la estructura mafiosa es también aquí la clave de tener sustento y seguridad; nace, pues, del miedo a perder ambas cosas. En este sentido, este proceso no difiere tanto del miedo infundido por las sociedades de consumo.

En definitiva, para los ‹‹individuos declassés›› de nuestro tiempo, se puede llegar a entender que la criminalidad sea una elección atractiva, o quizás la única, frente a un mercado laboral cada vez más cerrado y paupérrimo (Bauman, 2017b: 59).

La sociedad del consumo en The Wire

Una de las características notables de las sociedades de consumo es la libertad de elección:

La libertad de elección es la vara que mide la estratificación en la sociedad de consumo. Es, también, el marco en que sus miembros, los consumidores, inscriben las aspiraciones de su vida: un marco que dirige los esfuerzos hacia la propia superación y define el ideal de una “buena vida”. Cuanta mayor sea la libertad de elección y, sobre todo, cuanto más se la pueda ejercer sin restricciones, mayor será el lugar que se ocupe en la escala social, mayor el respeto público y la autoestima que puedan esperarse: más se acercará el consumidor al ideal de la “buena vida”. La riqueza y el nivel de ingresos son importantes, desde luego; sin ellos, la elección se verá limitada o directamente vedada. (Bauman, 2017a: 54)

Lo que se persigue en las sociedades de consumo, por tanto, es tener una capacidad de elección superior a la de los demás. Y se dice que para tal caso, el esfuerzo es la clave. Ahora bien, no es lo mismo esforzarse siendo banquero, que siendo cooperante de una ONG, aunque el primero pueda dedicarse a desahuciar a personas caídas en desgracia y la segunda a ayudarlas. Ni es lo mismo ser un jefe de policía como Burrell, alineado con la corrupción, que ser el investigador que lucha contra ésta.

Es en este contexto en el que la libertad de elección produce asimetrías sociales que subvierten la democracia. En otras palabras, si la sociedad de consumo privilegia a quienes tienen mayor libertad de elección, deja de haber igualdad. Y si no hay igualdad en la libertad de elección, entonces tampoco hay libertad. Y, si se trata de competir para ser más libres que los demás, entonces tampoco hay fraternidad. Peor aún: si resulta que aquellos que luchan por un mundo más justo, tienen menor libertad de elección que los que no, entonces, la ley y la soberanía dejan de estar en manos de quienes creen en una democracia real y se esfuerzan por ella. En esas circunstancias las leyes se convierten en meros recursos al servicio de intereses particulares y no del bien público:

En fin cuando el Estado, cercano a su ruina, subsiste solamente por una forma ilusoria y vana, cuando el vínculo social se rompe en todos los corazones, cuando el más vil interés se adorna con descaro con el nombre sagrado del bien público, la voluntad general enmudece entonces; guiados todos por motivos secretos, no opinan ya como ciudadanos, sino como si jamás hubiese existido el Estado; y se hacen pasar falsamente con el nombre de leyes los inicuos decretos, que sólo tienen por fin el interés particular. (Rousseau, s. f., pp. 142-143)

La libertad de elección no está garantizada por la calidad del trabajo realizado

La serie The Wire no hace concesiones a este respecto. La libertad de elección no está garantizada por la calidad del trabajo realizado, por el esfuerzo, y menos aún por “emprender iniciativas” que escapen al control jerárquico. La libertad de elección sólo se verá recompensada en el caso de que favorezca la capacidad de elección de las instancias superiores. Si un trabajo beneficia al interés general, pero perjudica al interés particular de aquellos que tienen mayor poder de decisión, entonces no habrá recompensa alguna, sino castigo. Así le sucede, en mayor o menor grado, a la mayoría de los policías que en la serie arriesgan su propia integridad física y moral por una idea de justicia. Es el caso de Daniels, McNulty, Freamon y Colvin.

Imagen de Daniel y MacNulty
Daniels, a la izquierda, representa al policía que respeta la cadena de mando; McNulty, a la derecha, representa la insubordinación. Ninguno de los dos se librará del castigo al suponer una amenaza para la jerarquía de castas. The Wire (2002-2008), HBO.

Una paradoja

Lo paradójico aquí es que los inspectores de policía se ajustan a lo que podría entenderse como una auténtica ‹‹ética del trabajo››, pero ya no entendida desde una lógica fabril, sino desde la moral. Mientras que la ‹‹ética del trabajo›› industrial lo que buscaba en realidad era la sumisión más absoluta del trabajador, una moralmente estricta ética del trabajo defenderá el trabajo bien hecho —la honradez en su ejecución— aunque ello encierre revelarse ante cualquier disciplina o intromisión injusta de instancias jerárquicamente superiores.

Se genera así una situación paradójica en la que policías honrados que realizan su trabajo de manera éticamente irreprochable son objeto de castigo por eso mismo, al verse moralmente obligados a revelarse contra las órdenes arbitrarias de la cadena de mando, supeditada al poder político.

Pero la auténtica “traición” que en realidad cometen los inspectores es contra el espíritu mismo de las sociedades de consumo. Al actuar de manera estrictamente moral, debilitan su “capacidad de elección” en un entorno de consumo, poniendo en riesgo sus carreras y su futuro, arriesgándose a convertirse en residuos humanos condenados al vertedero. De algún modo, con esta acción, los inspectores se alinean con la marginalidad, algo que justifica su despido y posible exclusión social.

Todo lo que suponga una restricción, incluida la moral, no permite progresar.

En resumen, conforme la libertad de elección y, sobre todo, su ejercicio sin restricciones sean mayores, mayor será el lugar que se ocupe en la escala social. Por tanto, todo lo que suponga una restricción, incluida la moral, no permite progresar. En consecuencia una policía de moral estricta no sirve para las sociedades de consumo; para ellas sólo es adecuada una policía al servicio de la política y de los intereses de mercado.

En el primer caso, quienes terminan excluidos y desterrados son los que “alteran el orden”; en el segundo, los que “no se adecuan a la norma”, Pero, en ambos casos, se culpa a los excluidos de su propia exclusión (…). A través de sus acciones, señaladas como motivo de exclusión —acciones incorrectas— , los excluidos “eligen” su propia desgracia; son, en el proceso, sus propios agentes. Quedar excluido aparece como el resultado de un suicidio social; no de una ejecución por parte del resto de la sociedad. (Bauman, 2017a: 132)

Lo interesante con la condena y exclusión de los inspectores que se revelan moralmente, más allá de estar a favor o en contra de sus acciones, es que su justificación sólo puede legitimarse por un orden jerárquico que se vale de la ley. Por tanto, existe una contradicción en la ‹‹capacidad de elección›› de las sociedades de consumo, como también la hay en ‹‹la ética del trabajo››. Y ésta se produce en la cesión moral que el trabajador concede a la estructura de poder, aunque ésta sea conforme a la ley. Si una persona transfiere su voluntad a otro como garantía de su propio progreso, entonces, no se puede hablar ni de ‹‹ética del trabajo›› ni de ‹‹capacidad de elección››. Podemos hablar, en todo caso, de transacciones con retribuciones socioeconómicas en lo que se refiere a un entorno laboral jerarquizado definido por la ley. Dicho de otro modo, la ‹‹ética del trabajo›› será la que requieran los dueños de los medios de producción y los legisladores, y la ‹‹capacidad de elección›› será recompensada en la medida que el trabajador se someta y produzca beneficios.

5. EL HEROÍSMO EN THE WIRE

A tenor de lo dicho, se podría decir que el “buen hacer” no tiene que ver ni con la ‹‹ética del trabajo›› fabril ni con la ‹‹capacidad de elección›› de las sociedades de consumo. Que estos eslóganes sólo responden a las necesidades de los diseños socioeconómicos en cuestión (Bauman, 2017b: 39). Y que, por tanto, pueden ser sustituidos por otros lemas según sea quién detente la soberanía[A] y el diseño que se desee instaurar. Estas frases publicitarias que intentan cargarse de valor moral y/o libertario, recordando el propio camino del héroe, son sencillamente propaganda. No quiero decir con esto que el trabajo no pueda ser virtuoso y heroico, sino que es, en gran medida, responsabilidad del trabajador, en tanto que al empleador-especulador sólo le interesa, en términos generales y con las excepciones de rigor, la acumulación de capital.

Del monomito a las sociedades de consumo

Imagen de Bunk en The Wire
Bunk es la personificación del policía con código y sentido moral, siempre en defensa de la dedicación virtuosa del “trabajo policial”. Nada de eso le servirá para librarse de las disciplinas, la corrupción y negligencia que impone la política de recortes. The Wire (2002-2008), HBO.

No parece, en principio, que el heroísmo tenga que ver con someterse a lo que se desee de uno. No existe, que se sepa, un héroe que haya conseguido triunfar en su aventura subordinándose, aunque sea al simple devenir de la existencia. Es necesario abandonar la seguridad de lo conocido para atravesar los distintos umbrales de la aventura, entre los que destaca el primer umbral: la llamada a la aventura (Campbell, 1959: 35-44). Un ejemplo paradigmático de esta cuestión en The Wire es que incluso Bunk, el perfecto policía, tiene que saltarse su propio código, su umbral más extraordinario, para conseguir un análisis de pruebas y actuar en justicia. También lo es el ejemplo de Cedric, que prefiere renunciar antes que corromperse, rechazando la seguridad de un ascenso con todo lo que ello implica.

Las series siguen alimentándose de los arquetipos heroicos prácticamente en su totalidad

Pero adentrándonos en el mito y teniendo en cuenta los arquetipos del héroe que Joseph Campbell identifica en El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito (1959), tampoco parece que la descripción del mismo se pueda aplicar de manera categórica a la totalidad de los héroes contemporáneos. Esto significa que, aún partiendo de la base de que los relatos en las series siguen alimentándose de los arquetipos heroicos prácticamente en su totalidad, no todo el heroísmo contemporáneo forma parte del mito en términos generales. Sin embargo, es importante señalar la relevancia cultural que estos relatos tienen para comprender nuestra sociedad aquí y ahora, para comprender las contradicciones a las que nos enfrentamos en cuanto a relatos, mito y realidad.

El héroe mitológico y lo sagrado

Desde un punto de vista histórico, el héroe mitológico está directamente relacionado con lo sagrado, ajustándose en gran medida a los arquetipos del monomito (Varela, Sanmartín-Cava, Herrero, Sanmartín, & Monterde, 2018). De ahí que un héroe secular resultara difícil de entender en momentos de la historia en los que lo sagrado configuraba el pensamiento de la humanidad, en los que todo estaba íntimamente ligado al pensamiento religioso y mitológico. Lo que implica que, por lo menos hasta finales de la Edad Media, prácticamente cualquier héroe, con sus acciones, estaba sirviendo a lo sagrado de alguna manera. Incluso su misma persona era una encarnación de lo sacro.

El héroe de hoy en día

Hoy en día, el héroe es mayormente secular. Sin embargo, a nivel simbólico y tal como explica Bauman, el heroísmo sigue entendiéndose desde lo ‹‹extraordinario››, ‹‹notable›› e ‹‹increíble››, y por tanto ‹‹dicho título sólo tiene sentido como privilegio ofrecido a unos cuantos escogidos›› (Bauman, 2017b: 127). De alguna manera, los arquetipos trascendentales, aunque sea de manera simbólica, permanecen vigentes en la concepción actual del heroísmo.

Esto en sí podría estar produciendo una contradicción entre la concepción del heroísmo y la concepción de la humanidad a partir de la modernidad. Me explico, si bien la Ilustración pone la atención en lo humano enarbolando la idea de igualdad; los relatos, en su mayoría, siguen sustentando la idea del heroísmo tal como la expone Bauman; o sea, desde la desigualdad.

Tanto es así que en la gran mayoría de los relatos, a nivel simbólico, el héroe por antonomasia es excepcional; y en el caso de que no lo sea en su origen, lo será durante y al final del camino, siendo recompensado con riquezas, con más poder, con lo divino o con el reconocimiento de los demás (Monterde, Sanmartín-Cava, Sanmartín, & Terrones, 2018). Como mínimo, esperamos como espectadores, que el héroe sea recompensado con algo deseado por toda persona: ser dueño de su destino [B]. Esta última concepción englobaría a la totalidad de los héroes, desde los que llegan a reyes hasta los que rechazan todo privilegio que no consista en ser fieles a sí mismos.

Es importante hacer aquí una matización respecto del heroísmo que estamos tratando. Si bien el héroe, desde inicios de la mitología, siempre ha luchado por lo que creía, por encima de su seguridad personal y sin esperar recompensa alguna, los relatos —en un sentido histórico— suelen premiar al héroe al final de su camino, o como mínimo no lo castigan. Es ahí donde las series actuales —y otro tipo de formas de expresión— presentan diferencias claras. Un ejemplo paradigmático a este respecto sería Juego de Tronos (2011-2019), serie de gran éxito y espléndida factura en la que los héroes más queridos son castigados de las maneras más funestas.

Realismo y naturalismo en el héroe de Simon

Siendo rigurosos, en realidad lo dicho no constituye una novedad estricta de las series actuales, sino que es una característica fundamental del realismo y el naturalismo. En este sentido las series tienen un referente narrativo en la literatura de la segunda mitad del siglo XIX, con eminentes autores como Émile Zola y Blasco Ibáñez. Estamos asistiendo así a un resurgir narrativo que tiene gran aceptación entre el público, quizás por las similitudes de los problemas humanos que podemos encontrar en las ‹‹sociedades de la ética del trabajo›› y las ‹‹sociedades de consumo››.

Quizás se pueda vaticinar, aunque no de manera categórica, que parte de los arquetipos que han surgido y se han ido desarrollando desde la Primera Revolución Industrial, desde los relatos realistas y naturalistas, ya forman parte de la mitología. Al menos, en el imaginario colectivo de una gran parte del público reside ya el arquetipo del obrero, del explotador y del desposeído. Es posible pensar que en un futuro lejano, cuando se cuenten relatos sobre nuestra época, estos arquetipos formen parte del mito de una manera tan natural como lo son para nosotros los propios de las sociedades feudales —me atrevería a decir que sí—. Sin embargo y de momento, ésta sigue siendo una cuestión especulativa. Es por esta razón, que no se podía esperar que Campbell incluyera un último umbral en ‹‹la aventura del héroe›› que no fuera otro que la ‹‹libertad para vivir›› (Campbell, 1959: 218-222); esto es, que el héroe, como mínimo, fuera dueño de su destino al final de la aventura. Pero como ya hemos visto, existen ya numerosos relatos cuyo umbral final se correspondería mejor a “la perdida de libertad para vivir“.

Eso sí, cabe recalcar que a nivel cosmogónico, tanto el héroe clásico como el referido en este texto, siempre triunfará en términos de conocimiento, iluminación y libertad interior: es el triunfo de lo inmaterial sobre lo material, de la interioridad sobre la exterioridad.

En Simon, no es tanto lo que conquista el héroe como lo que ofrece al mundo

Lo interesante aquí es que, alejándose de la tragedia propia del realismo y el naturalismo, por lo general, las propuestas de Simon suelen ofrecer una perspectiva no tan derrotista. Sus protagonistas, al menos la gran mayoría de ellos, se sienten reconfortados dando sentido a sus vidas aunque signifique perder los privilegios que según las sociedades de consumo otorgan mayor libertad y felicidad. Esto, en definitiva, propone un modo de lucha no tan pesimista en cuanto que el valor de la lucha se vuelve personal. No es tanto lo que conquista el héroe como lo que ofrece al mundo. Y esto es lo que permite al héroe trascender el modelo social impuesto siendo fiel a sus principios, desde una perspectiva cosmogónica de primera instancia, dando sentido a su existencia.

(…) el hombre no sólo busca —en virtud de su voluntad de sentido— un sentido, sino que también lo descubre, y ello por tres caminos. Descubre un sentido, en primer término, en lo que hace o cree. Ve además un sentido en vivir algo o amar a alguien. Y también a veces descubre, en fin, un sentido incluso en situaciones desesperadas, con las que se enfrenta desvalidamente. Lo que importa es la actitud y el talante con que una persona sale al encuentro de un destino inevitable e inmutable. Sólo la actitud y el talante le permiten dar testimonio de algo de lo que sólo el hombre es capaz: de transformar y remodelar el sufrimiento a nivel humano para convertirlo en un servicio. (Frankl, 2003: 34)

La no heroicidad según Bauman

La sociedad, así como la cultura que hace de la sociedad humana un sistema, es un artilugio que posibilita que seres humanos corrientes y no heroicos lleven a cabo las hazañas heroicas de manera cotidiana y prosaica. (Bauman, 2017b: 128)

Para Bauman, el heroísmo concebido por la mitología, tal como se explicó en la introducción, es ‹‹un privilegio ofrecido a unos cuantos escogidos›› (Bauman, 2017b: 127). Dicho de otra manera, el heroísmo sólo es posible para personas extraordinarias. Por tanto, si cualquiera en la sociedad pudiera llegar a ser un héroe, entonces estaríamos frente a una contradicción que no se sostiene en los términos mitológicos que han impregnado nuestra cultura. Por esta razón, el autor rechaza de plano esta concepción de héroes en sí, para hablar de “personas capaces de actos heroicos” dentro de la sociedad. Es una definición apropiada para democratizar la heroicidad. Ya no estamos hablando de héroes “inigualables”, sino de personas normales y corrientes capaces de hacer frente a situaciones extraordinarias. Eso significa que la simbología del poder que se vale de la exclusividad que otorga la figura del héroe deja de ser válida.

No es ningún secreto que hay un buen número de relatos que justifican una ‹‹jerarquía de castas›› gracias a la simbología de capacidad y poder que emana de la figura del héroe (Bauman, 2017b: 82). A este respecto podemos encontrar ejemplos en la inmensa mayoría de los héroes de Marvel, donde destacan Thor, Pantera Negra y Iron Man. Sin embargo, hay otros relatos como The Wire, donde son personas normales y corrientes las que emprenden ‹‹hazañas heroicas›› sin necesidad de ningún poder. El segundo planteamiento alienta al empoderamiento y la participación de las personas, es democrático; el primero no.

6. LA DECADENCIA Y EL ETERNO RETORNO EN THE WIRE

Imagen de Omar Little
Omar Little es uno de los personajes más representativos de la serie. En sí, encarna el arquetipo del vengador, con un código moral fuerte al estilo del samurái. Hay quien lo define como un Robin Hood moderno; sin embargo, no opera en él el altruismo propio de este arquetipo. The Wire (2002-2008), HBO.

Uno de los aspectos más interesantes de la serie es que, el progreso de la acción, tiene también un carácter cíclico. Esto, sobre todo, se aprecia con la aparición de los personajes que toman el relevo en la acción para repetir los roles del héroe, del villano y de la víctima en sus múltiples facetas. Por ejemplo, McNulty es remplazado por Kima y Sydnor, Colvin y Cedric por Carver, Bubbles por Duquan, Omar por Michael, Proposition Joe por Slim, Royce por Carcetti, Carcetti por Nerese, Avon Barksdale por Marlo, Frank Sobotka por Nick Sobotka, Walon por Bubbles, Gus por Alma y así sucesivamente.

Obviamente, hay casos en los que el reemplazo es más acusado y otros en los que tiene un carácter más simbólico. Por ejemplo, si bien Kima es sus hábitos familiares y mujeriegos acaba siendo el vivo retrato de McNulty, al final vemos cómo profesionalmente se diferencia de él hasta el punto de denunciarlo cuando este se inventa un caso. Y en sentido opuesto vemos que Sydnor pasa de ser un policía habitualmente sumiso a uno más reaccionario, llegando en el último capítulo a saltarse la cadena de mando para hablar con el juez Daniel Phelan, tal como lo hizo McNulty en el primer capítulo de la serie. Este detalle refleja muy bien como se cierra un ciclo para abrirse otro con características similares, en un ‹‹eterno retorno›› (Eliade, 2008). Por último, vale la pena prestar atención al personaje de Kenard, en quien podemos adivinar un futuro capo de la droga al estilo de Barksdale y Marlo. Este detalle parece relevante en tanto que nunca se entiende muy bien de donde surgen personajes de este calado, y quizás esto suceda porque de alguna manera escapan al control de la ‹‹ética del trabajo›› impuesta por las bandas, por el control y la jerarquía de los narcotraficantes. Sólo así parece posible la aparición de un actor que escape del control disciplinario de las mafias.

Linealidad y decadencia

Sin embargo, también hay un progreso que se puede considerar más lineal, en este caso claramente decadente. Por ejemplo, podemos ver un cuerpo de policía cada vez más sometido a la política, unos políticos cada vez más interesados en sí mismos, unos medios cada vez más sensacionalistas que periodísticos, mayor especulación y miseria, y una terrorífica escalada en la violencia y crueldad. Quizá porque como dice Eliade: ‹‹el futuro se preconfigura desde el pasado›› (Eliade, 2008, 52).

Y nuestro pasado, desde el Revolución Industrial, ha estado fundamentalmente vertebrado por la economía, que no por la persona, dando como resultado ‹‹las sociedades de consumo››. En ellas los mercados no sólo definen la política desde la economía, sino mediante una ‹‹violencia económica›› cada vez mayor (Sanmartín Esplugues, 2015: 86-88).

No hay lugar donde esta relación se haya puesto más de manifiesto que en los Estados Unidos, donde el dominio ilimitado del mercado de consumo —durante los años del “vale todo”, en la era Reagan-Bush— llegó mas lejos que en cualquier otro país. Los años de desregulación y desmantelamiento de las prestaciones asistenciales fueron, también, los años en que crecieron la criminalidad, la fuerza policial y la población carcelaria. (Bauman, 2017a: 117)

En definitiva, The Wire retrata un fenómeno global [C]. En sus calles, encontramos un reflejo de los problemas del mundo que nos sirve para entender que hay una evolución lineal decadente, que no parece que vaya a ‘quebrarse’ aplicando las mismas recetas de manera cíclica. De hecho, uno de los aspectos más trágicos de la serie y la postmodernidad es que las sociedades de consumo ya no pretenden, siquiera, el bien común auspiciado en la modernidad. Como ejemplo paradigmático, la reinserción de las clases desfavorecidas ya no es una opción, pues como ‹‹clase marginada o subclase›› ya ni siquiera merece el esfuerzo de ser reintegrada en la sociedad, sino destinarla al ‹‹vertedero›› (Bauman, 2017a, p. 103). El uso del término no es baladí, pues sus consecuencias son clave para entender la biopolítica contemporánea.

El termino “clase obrera” corresponde a la mitología de una sociedad en la cual las tareas y funciones de los ricos y los pobres se encuentran repartidas: son diferentes pero complementarias. (…) En cambio, la expresión “clase marginada” o “subclase” [underclass] corresponde ya a una sociedad que ha dejado de ser integral, que renunció a incluir a todos sus integrantes y ahora es más pequeña que la suma de sus partes. La “clase marginada” es una categoría de personas que está por debajo de las clases, fuera de toda jerarquía, sin oportunidad ni siquiera necesidad de ser readmitida en la sociedad organizada. Es gente sin una función, que ya no realiza contribuciones útiles para la vida de los demás y, en principio, no tiene esperanza de redención. (Bauman, 2017a: 103)

El fin del código

Una de las conversaciones más reiteradas en la serie es la que se refiere al código. Los policías hablan de los tiempos en que se podía hacer trabajo policial auténtico, sin necesidad de falsear informes policiales para mejorar las estadísticas. Y los criminales se refieren al pasado glorificando el código que existía incluso en los bajos fondos. Entre todos los diálogos destacan los mantenidos por Wee-Bey con su hijo Namond, donde le explica que alguien como Marlo, en sus tiempos, ya hubiera muerto por romper las reglas; y la conversación que Wee-Bay mantiene tras esto con Bunny Colvin, cuando el ex policía le explica que ya no hay código, que su hijo no sobrevivirá a las calles, que con suerte acabará preso.

Otra conversación muy reveladora a este respecto es la que mantiene Bunk con Omar, como representantes arquetípicos del código a ambos lados de la ley. Los dos son rarezas en un ambiente cada vez más decadente, en el que la política prostituye el trabajo policial y personajes como Marlo despliegan un grado de violencia innecesario por el único deseo de “ceñirse una corona” como capo de la droga, tal como expresa él mismo en varias ocasiones.

En la serie asistimos, en suma, al reemplazo de los viejos modelos, más propios del Estado Benefactor, por otros más acordes a la economía de mercado, desregulado y sin ningún código moral. A este respecto, cabe reseñar el documental Enron, los tipos que estafaron a América (2005), dirigido por Alex Gibney, donde se relata como la política de la empresa era contratar directivos no mayores de 30 años, porque en caso contrario podían oponerse a despedir injustificadamente y negarse a poner en marcha estafas a nivel nacional. De alguna manera, este documental nos sirve para comprender las ambiciones de las nuevas generaciones que han crecido con los modelos decadentes de las sociedades de consumo, sin ningún tipo de código. Es en este “vale todo” donde se profundiza en la decadencia de las sociedades del consumo.

7. BALTIMORE, EL ARQUETIPO DE LA CIUDAD POSMODERNA

Uno podría pensar que Baltimore está muy lejos de cualquier otra ciudad del mundo —ni siquiera parece ser una ciudad relevante de Estados Unidos—. Además, la realidad del narcotráfico difiere de un país a otro en cierta medida. Al menos, en apariencia, no parece desplegarse la misma violencia en México, Estados Unidos o España. Tampoco los sistemas democráticos y judiciales son exactamente iguales. Pero, en el fondo, no es así. Baltimore, como espacio escénico, se ajusta en The Wire al arquetipo de lo que entendemos por una ciudad posmoderna, conectando con aquello reconocible como tal en el inconsciente colectivo (Jung, 1970: 9-11). Y lo que ocurre en Baltimore parece fácilmente generalizable a cualquier otra ciudad portuaria.

Características arquetípicas: el espacio escénico.

Imagen de Bubbles en Thw Wire
Bubbles representa el arquetipo moderno del desclasado, sumergido en su totalidad en la marginalidad. Sus oportunidades se limitan a la supervivencia diaria, donde el consumo de drogas es lo único que da sentido a su existencia. The Wire (2002-2008), HBO.

Todos podemos reconocer el ambiente de miseria de las películas ambientadas en la Revolución Francesa, o el carácter pionero de la conquista del oeste, o el terror en las calles ante el ascenso nazi. En The Wire sucede lo mismo: podemos reconocer las emociones y los retos, los dramas y las tragedias en una ciudad postmoderna de evidente decadencia política, social y moral.

Y siguiendo con nuestras afirmaciones anteriores, aun siendo cierto que el grado de violencia, la actitud policial y la presencia de las drogas difiere de una ciudad postmoderna a otra, en todas ellas se pueden encontrar mercados de la droga al estilo de Hamsterdam, guerras del narco, centrificación, abusos policiales y personas de escasos recursos, desclasadas y marginadas viviendo en barrios reconvertidos en ‹‹vertederos humanos››. También es cierto que, en realidad, el arquetipo de las ciudades con similares características ya existe en los relatos desde los inicios de la civilización. Lo notable es que Simon ha conseguido ajustar el arquetipo de la ciudad contemporánea a la posmodernidad, integrándola al arquetipo más general de la ciudad propia del mito.

A lo largo de la historia, ha cambiado la decoración de las ciudades, hasta cierto punto la escenografía, los actores han sido sustituidos por otros para interpretar prácticamente el mismo papel. En resumen y parafraseando la celebre cita de El Gatopardo (1954-7195): han cambiado un poco las cosas para que todo siga igual. En ese pequeño cambio arquetípico es donde podemos situar a Baltimore.

El drama de Baltimore en sí es el drama de la desigualdad y la injusticia, que en sí es el drama de la historia. La diferencia aquí es la que señala Bauman en los dos libros a que vengo refiriéndome en este artículo y que tienen que ver con los extremos a los que está llegando la economía de mercado en su afán de mercantilizarlo todo, incluso las relaciones y valores humanos. Con un ejemplo concreto, se ha mercantilizado la libertad. Más que eso: se ha mercantilizado la libertad sacrificando la igualdad y la fraternidad, trastocando los valores democráticos hasta el punto de retrotraernos a momentos anteriores a la Revolución Francesa. Tal como dice Bauman, ‹‹en el mundo de la libertad y la igualdad globales, las tierras y la población se han dispuesto en una jerarquía de castas›› (Bauman, 2017b: 82).

Libertad para vivir/libertad para consumir

Este es el drama de nuestro tiempo, en el que los sueños de prosperidad se han convertido en productos de mercado. Ya no se busca una libertad colectiva basada en fundamentos democráticos, sino en disponer de mayor grado de elección que los demás como fuente de “libertad”. No es la ‹‹libertad para vivir›› lo que define la vida, sino la libertad para consumir, creando una ilusión de libertad que hay que conquistar, lo que constriñe a la persona a los deseos del consumo.

Para los consumidores maduros y expertos, actuar de ese modo es una compulsión, una obligación impuesta; sin embargo, esa “obligación” internalizada, esa imposibilidad de vivir su propia vida de cualquier otra forma posible, se les presenta como un libre ejercicio de voluntad. El mercado puede haberlos preparado para ser consumidores al impedirles desoír las tentaciones ofrecidas; pero en cada nueva visita al mercado tendrán, otra vez, la entera sensación de que son ellos quienes mandan, juzgan, critican y eligen. (Bauman, 2017b: 47-48)

El drama de Baltimore es, en definitiva, el drama de las sociedades que han sucumbido ante la desregulación económica, política y moral del neoconservadurismo. De las democracias que viven sujetas a una estética del poder, a una idea de la libertad de carácter publicitario que hay que mantener a través de estadísticas falsas y medios subordinados. En sociedades de este tipo, en las que la libertad se convierte en un objeto de consumo, es evidente que ni puede haber igualdad, ni fraternidad.

Los personajes

Me atrevería a decir que la posmodernidad ha generado sus propios personajes arquetípicos: el inspector de homicidios, el heroinómano, el narcotraficante, etcétera. Y ha complementado algunos ya existentes, como el corrupto, el fuera de la ley, el periodista o el maestro.

La sociedad es un mito viviente del significado de la vida humana, una creación desafiante. (Becker, 1977: 27)

Uno de los aspectos más interesantes del mito, es que muchas veces se nutre de acontecimientos reales que con el tiempo se revisten de manera fantástica hasta fijarse en el imaginario colectivo, tal como explica Eliade. En el caso de The Wire esto ocurre con varios de sus personajes. Por ejemplo, la figura de Avon Barksdale esta inspirada en Melvin Williams, un capo de la droga de Baltimore que tras pasar por la cárcel se dedicó a ayudar a los jóvenes trabajando con sacerdotes locales. Como dato curioso, Melvin aparece en la serie interpretando el papel de Deacon. Omar Little y Michael se inspiran principalmente en Donnie Andrews, personaje real que, como en la serie, robaba a narcotraficantes. Como Melvin, al salir de la cárcel se dedicó a la reinserción de jóvenes delincuentes. También Donnie Andrews aparece en la serie ayudando a Omar como uno de los asociados de Butchie. Bubbles también se basa en un drogadicto e informante de la policía de Baltimore. Y, por último, Snoop había sido en la vida real traficante y culpable de un homicidio.

Además, David Simon basó la serie en la investigación que pudo realizar en el departamento de homicidios de Baltimore y en el trabajo que, como periodista, desarrolló en The Baltimore Sun, diario que aparece retratado en la serie. Este trabajo le sirvió para escribir un libro titulado Homicidio: un año en las calles de la muerte (1991), que le valió para ser guionista de la serie Homicidio (1993-1999). Y antes de The Wire, David Simon también creó The Corner (2000), serie que se focaliza en los drogodependientes de Baltimore.

La libertad para vivir, el nuevo umbral del villano

Como ya vimos en el sub-apartado Realismo y naturalismo en el héroe de Simon, al héroe contemporáneo ahora le espera también un umbral alternativo al de “libertad para vivir”, que supone justo lo contrario: “la pérdida de la libertad para vivir”.

Sin embargo, David Simon no se queda sólo en constatar este hecho, sino que profundiza en la cuestión mostrándonos que, si bien el héroe puede perder la “libertad para vivir” en los términos del monomito, el villano puede ganarla. Eso sí, dentro del paradigma de las sociedades de consumo. Ésta es otra de las grandes tragedias de las sociedades de consumo, la normalización de la impunidad hasta extremos inconcebibles [D].

El más evidente de los casos es el de Marlo, que queda libre, disponiendo de toda su riqueza, influencia política y soporte legal; también Carcetti, que llega a Gobernador incumpliendo todas sus promesas de campaña y siendo copartícipe de la impunidad de Marlo; Rawls, que consigue un ascenso al ocultar la corrupción y desastres legales; Clay Davis, que no sólo queda libre de los cargos de corrupción, sino que consigue dos asientos en el Senado; Burrell, que logra una jubilación de oro a pesar de haber denostado al departamento de policía; Nerese, que presumiblemente llega a alcalde, a pesar de amparar la corrupción a través de sus redes de intereses; Scott, que gana el Pulitzer habiéndose inventado todos sus reportajes. Por último, y en un lugar estelar, se encuentra Levy. Este personaje que aparece en toda la serie de un modo hasta cierto punto discreto, se revela al final en la cima de la pirámide, manejando a su antojo a los criminales, a la justicia y a la policía. Es la persona que lava el dinero de la droga, que corrompe y juega con la ley en beneficio propio, que ampara a delincuentes y corruptos. Es cuanto menos significativo que un abogado, el representante de la ley, sea el villano definitivo.

8. CONCLUSIONES

En cuanto a las sociedades productoras y las sociedades de consumo

En un principio, se podría decir que el buen hacer no tiene que ver ni con la ‹‹ética del trabajo›› fabril ni con la ‹‹capacidad de elección›› de las sociedades de consumo. Que estos eslóganes sólo responden a las necesidades de los diseños socioeconómicos más extendidos desde la modernidad (Bauman, 2017a: 39). De ahí que no sería nada extraño que aparecieran otros nuevos lemas que resultaran atractivos para los trabajadores con el propósito de inducirles otro modelo de sumisión social. Es muy probable que la excesiva propaganda en torno a la figura del “emprendedor” tenga que ver con este hecho. Sin embargo, este discurso falla en tanto que no se ofrece como tal para la sociedad en general, sino para unos pocos grupos muy determinados. Además, para muchos ya es evidente que es una forma de trasladar las culpas del fracaso del Estado a los ciudadanos, que no emprenden o no saben, en vez de a los dueños de los medios de producción, a los gobernantes y a la corrupción que los une. Es, en definitiva, una vuelta de tuerca de la ‹‹ética del trabajo›› en aras de justificar los excesos de ‹‹las sociedades de consumo›. Pero, en vez de ofrecer una nueva esperanza, lo que se ofrece es el miedo a la exclusión. El problema es que en la Revolución Industrial ya se experimentó con el miedo sin buenos resultados, tal como explica Bauman o Foucault. Ésa fue la razón por la que se instauró el Estado Benefactor.

Imagen de Stringer Bell
Stringer Bell es uno de los personajes mejor perfilados de la serie. Aunque no logra triunfar en sus objetivos, sirve para entender cómo funcionan los mecanismos del blanqueo de dinero y de imagen en las sociedades de consumo, por medio las jerarquía de castas. The Wire (2002-2008), HBO.

Dicho esto, sería genial saber si David Simon decidió matar a Stringer Bell simbolizando así la muerte de la “ética del trabajo” en el contexto de las “sociedades de consumo”. De hecho, una de las lecturas más interesantes de la serie es la ingenuidad de Stringer que cree que, adoptando el camino prometido del éxito de las sociedades de consumo, podrá ser libre. Acude a clase, paga sus impuestos, emprende los caminos burocráticos correctos, hasta refulgir con el brillo del emprendedor. Sin embargo, esto no le sirve de nada. Y es precisamente, al intentar hacerlo todo mediante su propio esfuerzo, creyéndose libre, que no se percata de que hay una jerarquía de castas presidida por Levy, lo que en última instancia causa su muerte. Bell no se da cuenta de que la ilusión de igualdad y libertad de las ‹‹sociedades de consumo›› enmascara una jerarquía de poder tan férrea como la de la ‹‹ética del trabajo››. Es más, esta jerarquía es la misma, sólo que adaptada a los nuevos tiempos.

Es absolutamente magistral que David Simon haya construido un personaje como Stringer para mostrarnos que la mayor de las corrupciones, ilegalidades y disciplinas de nuestra sociedad no sucede en los barrios marginales, sino bajo el amparo de la ley. Y es precisamente de esto de los que nos avisa Bauman en los dos libros referidos en este artículo.

A estas alturas, es difícil dudar de que hay una ley para el ‹‹residuo humano›› y otra ley para quienes tienen mayor capacidad de elección. En términos de Foucault, hemos vuelto a la ‹‹ley del príncipe››, lo que significa que las sociedades de consumo han roto el contrato social (Foucault, 2004: 53). Y una vez roto el contrato social, no estamos mejor que antes de la Revolución Francesa, aunque seamos libres para “comprar en la medida de nuestras posibilidades”.

En cuanto al mito

La contribución al mito de The Wire, al igual que toda la producción de David Simon, es absolutamente novedosa, salvando las distancias con el realismo y el naturalismo. Frente a los superhéroes de la ficción, Simon nos presenta personas de carne y hueso capaces de actos heroicos. Frente a una visión del heroísmo elitista, el autor nos ofrece una visión de la heroicidad en términos democráticos. Y, al hacerlo, nos muestra la contradicción que existe entre los valores de la democracia y los relatos que imperan en los media, donde lo que se defienden son los valores de las sociedades de consumo. El problema estriba en que el carácter elitista de las sociedades de consumo conecta, en gran medida, con la simbología del poder que podemos encontrar en gran parte de la mitología, de tal modo que ésta se normaliza ante el público. Es así como se justifica una jerarquía de castas, aun en democracia.

En resumidas cuentas, las sociedades del consumo y su estética del poder, han conseguido que la población haya perdido prácticamente todo control democrático sobre sus gobernantes. Y para evitar cualquier injerencia de los votantes sobre la política, y por tanto del mercado, se les ha negado y/o arrebatado la posibilidad de legislar. Sin embargo y a pesar de todo, en una sociedad cada vez más ‹‹estratificada››, sigue habiendo apariencia de libertad. Se habla de una democracia que hay que defender a toda costa aunque se haya roto el contrato social; gracias, en parte, a los medios y a la ilusión del libre albedrío que provee el consumo.

Por esta razón, son importantes los relatos de David Simon, ya que nos presentan las contradicciones que existen en nuestras actuales democracias. Pero, además, nos muestran que hay un camino para lograr un mundo mejor, pero que, para emprenderlo, hay que aceptar que no seremos recompensados al final del mismo, que seguramente seremos castigados. Que hay que aceptar, de antemano, la humildad, para así poder rechazar el chantaje del éxito social. Aun así, siempre quedará la recompensa personal, la iluminación en el plano cosmogónico, la paz interior con uno mismo, la conquista de la interioridad frente a la exterioridad.

De todos modos, quiero creer que la sociedad en general se mueve por un deseo de prosperidad alineado con lo moral, y que, de momento, somos víctimas de siglos de una organización jerárquica que se perpetúa, también, gracias a la cultura. Por tanto, la obra de David Simon es importante en tanto que complementa el mito con una visión más contemporánea, poniendo en entredicho los valores democráticos de las sociedades de consumo, donde la libertad se puede comprar con cualquier “clase” de dinero, y la ‹‹capacidad de elección›› no es igual para todos. Es así cómo podemos entender que las sociedades del consumo van en sentido opuesto a la esencia de la democracia en términos de igualdad, fraternidad y libertad.

Cabe recalcar que la libertad no puede ser un objeto de consumo; pues al objetivarse deja de serlo en sí, para serlo en comparación.

Por último, hay una cuestión que The Wire plantea a nivel mitológico en lo que se refiere al bien y el mal, y es que, si la ley y la política premian al villano por encima del benefactor, entonces no podemos aspirar a una evolución positiva de la sociedad, sino todo lo contrario. Es más, el hecho de que el crimen quede impune en tanto al capital que provee, significa una mayor estratificación de la sociedad en términos criminales. Esto es, como la capacidad de elección en las sociedades de consumo, en términos de statu quo, siempre va a ser superior para un criminal y un corrupto que para un agente de la seguridad pública y un trabajador, la política y la ley se definirán en gran medida en beneficio de los primeros y en perjuicio de los últimos. Ese es el paradigma en el que vivimos, no otro, y será cada vez peor tal como explica Bauman, si no nos atrevemos a hacerle frente de un modo extraordinario.

Comentario final

Tal como avisa Bauman en los dos libros referidos, estamos llegando a límites sociales, económicos y ecológicos que no parecen vaticinar un buen futuro. En términos históricos, podríamos estar al final de una era que ha estado marcada por lo económico. Pero no nos equivoquemos, lo que ha estado en juego desde, al menos, el inicio de las civilizaciones, es la mayor libertad de elección de unos frente a otros. Por tanto, hay que ser precavidos para no “cambiar un poco las cosas para que todo siga igual”, perpetuando la ‹‹jerarquía de castas››. Debemos procurar que los posibles diseños políticos y laborales que puedan surgir respondan a procesos democráticos que integren al común de las personas. Por tanto, hemos de cambiar el relato de la incapacidad popular frente a lo extraordinario de ‹‹unos pocos elegidos››.

En mi opinión, y para terminar, es necesario adoptar una visión centrada en la persona y en la humanidad en su conjunto. Como individuos, podemos ser mejores a costa de los demás, pero como humanidad, podemos ser mejores con los demás. Es evidente que hay un carácter pernicioso en la primera opción, y habiendo tomado ese rumbo no podemos esperar nada mejor. Es así como el planeta se está trasformando en un gran vertedero para toda clase de residuos, también humanos. Y es evidente que empecinarse en esta dinámica, tal como defienden las sociedades de consumo, tiene más de marketing que de realidad. Necesitamos que sea el “bien común” la razón del progreso social y no otra cosa.

NOTAS

[A] Cabe matizar, que la soberanía no es una cuestión estética, sino práctica. No importa que una constitución diga que la soberanía es del pueblo si este no puede ejercerla. O cuanto menos, que pueda legislar para garantizar el ejercicio justo del gobierno en representación, lo que para Rousseau era un derecho inalienable del pueblo (Rousseau, s. f., pp. 129-130).

[B] En este caso, su elección podría incluso reducirse al recorrido de su propio camino, rechazando la capacidad de elección ofrecida por las sociedades de consumo. Algo que, en cualquier caso, simboliza la añorada libertad de escapar a los tediosos rigores del Gran Hermano (Orwell, 2012). El problema es que tal como explica Bauman en Trabajo, consumismo y nuevos pobres, el outsider corre el peligro de escapar del ‹‹Gran Hermano integrador›› para caer en manos del ‹‹Gran Hermano excluyente››, siendo así relegado al vertedero humano (pp. 169-171).

[C] Para aquellos que deseen tener referencias audiovisuales similares a The Wire, encontramos ejemplos muy cercanos a la realidad de Baltimore en lugares como el barrio de Secondigliano donde opera la Camorra y que inspiró la serie Gomorra (2013-2016), la favela “Ciudad de Dios” que da título a la película estrenada en 2002, la serie documental Flint Town (2018), la Ciudad de México retratada en Amores Perros (2000) y La calle de la amargura (2015), Tijuana, en donde se rodó el documental Navajazo (2014), Los suburbios de París que sirven de marco para la película El odio (1995), el extrarradio de Barcelona donde se desarrolla la acción de películas como Perros Callejeros (1970) y El Torete (1980), Medellín, que inspiró películas como La vendedora de rosas (1988) y La virgen de los sicarios (2000), etc.

[D] Hay una decadencia política y social tan notoria en México que, a pesar de las decenas de miles de asesinatos y secuestros que llevamos desde 2017, no se ha producido un revuelo social ni mucho menos, aunque las cifras están adquiriendo un carácter bélico: 42.583 homicidios y 34.656 desapariciones forzosas oficiales (2017-2018). (Amnistía Internacional, 2018: 312-317). Entre otras cosas, esto lleva al narco a ser cada vez más cruel, con el propósito de infundir mayor terror a una sociedad cada vez más insensible (Amnistía Internacional, 2018).

En cualquier caso, no siempre fue así en México. Hubo una época en la que incluso la población gozó de grandes conquistas sociales y un Estado Benefactor, gracias a políticos como Lázaro Cárdenas, quien contó con la ayuda de Vicente Lombardo Toledano.

BIBLIOGRAFÍA

Amnistía Internacional. (2018). Informe 2017/18 amnistía internacional: la situación de los derechos humanos en el mundo. Londres, Reino Unido.: Amnesty

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Escucha nuestros podcasts del Proyecto de Investigación La Mitología en la Narrativa Audiovisual.


Imagen de portada albergada en la web de HBO para la serie The Wire

“Los Lunes al sol”, el héroe de Fernando León de Aranoa

Fotograma de "Los lunes al sol"

Fernando León de Aranoa es un cineasta que destaca por hacer un cine que no tiene que ver con lo comercial, y menos aún en sintonía con los valores de las sociedades de consumo. Muy al contrario, el cineasta se atreve a realizar un cine que tiene que ver mayormente con la clase trabajadora, mostrándonos vidas reales de personajes que se enfrentan a titanes contemporáneos como el paro, la desigualdad, la exclusión social, la injusticia o el desamparo.

Cartel de "Los lunes al sol"
En esta película dirigida por Fernando León de Aranoa, un grupo de desempleados lucha por sobrevivir tras la desmantelación de los astilleros donde trabajaban, y que definían parte de la cultura local. (Infografía)

En el cine de este autor, sus protagonistas son personas que, ante todo, lo que intentan conseguir es una vida digna, en relación, también, con los demás. De hecho, los protagonistas de sus películas suelen ser bastante dispares en su forma de ser, tal y como sucede en la vida real, pero que, sin embargo y a pesar de todo, encuentran dentro del grupo el apoyo para sobrevivir en una sociedad cada vez más desvinculada de sus deberes morales.

En definitiva, los protagonistas de Fernando León de Aranoa son trabajadores que tratan de sobrevivir, en una lucha que trasciende al individuo para situarse en los barrios, e incluso en los pueblos, que pueden llegar perder el sentido de su existencia. Por tanto, en estos relatos, no se dirime sólo la tragedia de la exclusión que la pérdida de un empleo puede llevar aparejada, sino también la perdida de identidad que esto supone cuando es consecuencia de la especulación financiera, que puede llegar a acabar con sectores enteros a causa de la deslocalización.

El hecho de desmantelar un sector entero, que puede suponer la pérdida de gran parte de los ingresos de una localidad, conlleva al mismo tiempo una pérdida de tradiciones, de valores culturales, y del sentido comunitario que vertebra el conjunto de la población trabajadora. Hay ejemplos notorios de lo que significa esta clase de pérdidas, como por ejemplo Detroit(*) o Flint, que ya han motivado producciones que narran la tragedia que se vive en estas ciudades sumidas en profundas depresiones económicas, causadas por reconversiones indutriales que respodían, ante todo, a intereses del mercado financiero.

Los lunes al sol (2002)

Un ejemplo paradigmático de esta clase de desastre social, se puede ver en Los lunes al sol de Fernando León de Aranoa. En esta película, se nos presenta un grupo de antiguos compañeros y amigos, que antes trabajaban en un astillero, que está siendo desmantelado por las consecuencias de la globalización y la especulación del suelo. En este filme, se muestra con gran agudeza la tragedia personal de cada uno de sus protagonistas, pero también la estrecha vinculación que guardan entre sí, que incluso a pesar de sus diferencias, se comportan como una familia, ayudándose en la medida de la posible, aunque sólo sea a través de pequeños gestos, ánimo o sobrellevando la situación con bastante humor negro y cierta rebeldía.

La película de Aranoa tiene un gran valor humano, pero también es de gran interés documental. En definitiva, Los lunes al sol se inspiró en la realidad de los parados de los astilleros “Naval de Gijón”, tras la reconversión industrial de Vigo (España). A este respecto, en la película destaca Santa, que es el personaje que en sucesivas intervenciones narra los hechos trágicos de la lucha, siendo él mismo protagonista. Santa, a su manera encarna la dignidad del rebelde que no se somete dócilmente, y que se enfrenta a un sistema que antepone el beneficio económico creciente  a la vida de las personas.

La realidad social de los Lunes al sol

Los Lunes al sol pone de manifiesto de manera rotunda la crisis del mito en que, desde un punto de vista ético, se ha venido ‘educando’ desde los sectores dominantes de la economía, especialmente desde los inicios de la Revolución Industrial hasta (al menos) la segunda mitad del siglo XX: lo que da sentido a la vida es el trabajo y quien no trabaja es o porque no quiere, o porque circunstancias coyunturales lo están impidiendo. Es la “ética del trabajo”, en denominación de Bauman (2000).

Quienes han interiorizado esta ética se ven radicalmente frustrados cuando, como hoy sucede, descubren que ya no son circunstancias pasajeras las que les sacan del mercado del trabajo, o no les dejan entrar. Las circunstancias son de tipo estructural. Y lo peor para aquellos que son afectados por las crisis radica en el hecho de que, si han salido del mercado de trabajo, lo tendrán muy difícil para volver a entrar. Y quienes no han entrado, quizá nunca entren. Unos y otros acabarán constituyendo una inmensa bolsa de personas que están a la espera, en muchas ocasiones, de ocupar los puestos de trabajo de otros. Y éstos últimos, mirando hacia bajo, temerán por sus empleos y aceptarán como mal menor la precariedad. Siempre hay alguien que está peor.

Pero las  consecuencias de las crisis en el marco de la ética del trabajo no se reducen a personas individuales. La búsqueda del beneficio –no sólo, desde luego– ha llevado a localizar determinado tipo de industrias en territorios asimismo determinados. Esas localizaciones industriales se han convertido, de acuerdo con los principios de la ética del trabajo, en el orgullo de tales territorios. La deslocalización, el cierre en definitiva, ya no hiere sólo la dignidad de las personas, sino el orgullo de ciudades o, en general, territorios completos. De repente desaparece su santo y seña, como sucede en Los lunes al sol con Gijón.

Por esta razón, estos ataques no sólo son dramáticos para las personas, sino que tienen graves consecuencias en la sociedad y en lo que define a un pueblo. Se ataca, precisamente, aquello que es motivo de unión, aquello que alienta a la solidaridad, a la cooperación y a la lucha.

Resumiendo,  cuando un mercado, en connivencia habitualmente con el Estado, destruye lo que vertebra a un pueblo, como sucede en Los lunes al sol, esto tiene consecuencias que van más allá de lo meramente económico, incidiendo en los valores culturales y democráticos que lo definen, dividiendo al pueblo y generando los síntomas propios de la indefensión aprendida (estamos mal, pero podemos estar peor; mejor, no moverse).

Sus protagonistas

Cada uno de los protagonistas de Los lunes al sol, representa personajes reconocibles de la cultura española, pero con un carácter distintivo y simbólico de las tragedias que se suelen dar en acontecimientos como el descrito en la película.

Primero tenemos a José, interpretado por Luis Tosar, que representa a ese tipo de persona que sin trabajo está perdido, y que sólo encuentra en el alcohol y sus amigos cierto refugio. Lo trágico del personaje es que lo que realmente anhela es poder ser digno de su esposa, de la que huye siempre que puede, en una cultura que aún pone valor en al “hombre de la casa”, lo que añade mayor frustración a la situación de paro. Este personaje es el reflejo de otro, que sirve para entender el destino cruel del que puede ser objeto: Amador. Este personaje simboliza la autentica tragedia de quien lo ha perdido todo, incluyendo a su familia, en un contexto en el que el futuro se plantea imposible. Interpretado por Celso Bullago, Amador personifica el destino fatal que le puede deparar a cualquiera, en las circunstancias que se producen cuando te despiden a cierta edad. Y es precisamente en ese umbral donde se encuentra Lino, interpretado por José Ángel Egido, personaje proactivo en la búsqueda de trabajo, que representa a aquellas personas que no encuentran ocupación, en un mercado laboral que ante todo busca jóvenes preparados.

Por otro lado, tenemos tres personajes que completan lo que significa cualquier entorno de lucha obrera. Primero tenemos a Reina, interpretado por Enrique Villén, que representa a aquella persona que teniendo trabajo, se dedica a aleccionar a quienes no lo tienen, normalmente desde una visión conservadora y superior. Luego tenemos a Rico, interpretado por Joaquín Climent, que escenifica a aquellos que, normalmente, cuando se quiere acabar con una lucha obrera, se les empuja a aceptar las condiciones impuestas por la empresa, a cambio de algún tipo de beneficio que difícilmente pueden rechazar. Frente a estos dos personajes tenemos a Santa, interpretado por Javier Bardem, que de alguna manera representa la dignidad del héroe fracasado, de aquellos que lucharon y no sólo perdieron su trabajo, sino que además son víctimas de una justicia parcial. Principalmente, es a través de este personaje y sus relatos, que comprendemos la razón de su situación y la de sus amigos.

Lo que resulta conmovedor de este grupo, es que a pesar de lo estereotipado, representa bastante bien lo que sería un grupo de amigos de la clase trabajadora, en la cultura española de barrio.

El héroe de hoy frente al héroe mitológico

Si uno presta atención al cine, tendrá la tentación de definir a un héroe desde los aspectos extraordinarios propios del mito. Pero si uno comprende la esencia del monomito definido por Joseph Campbell, se dará cuenta que lo que define al héroe es su capacidad para superar umbrales imposibles, enfrentándose a titanes e incluso a su propia muerte.

Lo interesante aquí, es que nuestra adecuación como espectadores a la narrativa, nos hace pensar que son más héroes los protagonistas de ficciones que nunca han existido que las personas reales del día a día que protagonizan luchas contra los villanos de nuestro tiempo. Es en estas luchas donde se encuentran los auténticos héroes que luchan contra la corrupción, el despotismo representativo gubernamental, una justicia cada vez más desacreditada y la especulación financiera.

Entonces, ¿por qué sucede esto?, ¿por qué creemos que es más héroe alguien que no existe que quien lucha de verdad? Pues tiene que ver, primero, con una tradición narrativa milenaria. Estamos educados de manera natural a identificarnos con el héroe ancestral, y sería un error mayúsculo ver esto como algo negativo. La idea del héroe, culturalmente, la tenemos asociada a personas extraordinarias definidas en una realidad ficticia. Pero eso no quita que se deba completar la definición en función de nuestra realidad, con un carácter más popular y democrático.

Sin desmerecer  la concepción tradicional del héroe, desde la Primera Revolución Industrial, con el surgimiento de los movimientos obreros, la idea de progreso social ya no puede definirse en términos de élites, de individuos extraordinarios. La gran mayoría de las conquistas sociales han sido gracias a los movimientos sindicalistas y de trabajadores, en luchas que han existido realmente, y que no forman parte de una idea concebida desde la ficción o la fantasía. Y eso no quita, desde luego, el valor personal de cada uno. Del mismo modo que en Los lunes al sol cada personaje es diferente y tiene su propio valor, una sociedad sana debería poder integrar las diferentes realidades sin un ánimo homogeneizador.

Los héroes de Aranoa

Los héroes de Aranoa en Los lunes al sol, como ya se ha dicho, luchan contra titanes en unos tiempos donde lo único que parece importar son los mercados financieros, la competencia individual y la superficialidad. Por tanto, la película no muestra el carácter épico de una lucha que se esté ganando, ya que se está perdiendo desde los años 80. Muy al contrario, su historia muestra las dificultades para sobrevivir y reclamar lo que es justo, en unos tiempos donde se ha logrado dividir y desproveer de identidad a la clase trabajadora. Y eso, en definitiva, los hace más héroes si cabe.

De hecho, los personajes de Los lunes al sol se inspiraron en los sindicalistas Cándido González Carnero y Juan Manuel Martínez Morala, que acabaron condenados a tres años de prisión, por unas movilizaciones que protagonizaron en su lucha por los astilleros de Gijón. El juicio, además, estuvo plagado de irregularidades, y finalmente se les aplicó la ley de la Kale Borroka, un abuso cada vez más común en la justicia.

El héroe de la clase trabajadora, conclusiones.

El héroe de de hoy en día no lleva capa, lleva mono de trabajo, o bata de médico, o una mochila repleta de libros. El heroísmo de hoy ya no es cosa de seres extraordinarios, sino de personas normales y corrientes que se enfrentan a los grandes tiranos contemporáneos que pervierten nuestras democracias. Se encuentra en colectivos como la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca), en algunos sindicatos, en aquellos que luchan por sus familias y seres queridos, en las ONGs, y en toda aquellas personas que reclaman mayor dignidad en el trabajo, y sobre todo por aquellas que, aún corriendo riesgos, encuentran un momento para defender a personas vulnerables, sacrificándose por el bien común.

Fotografía de voluntarios trabajando durante el terremoto del 19 de septiembre en México.
Voluntarios construyendo una pasarela desde la azotea de un edificio a otro que se derrumbó durante los terremotos del 19 de septiembre de 2017, en Álvaro Obregón. (Foto tomada por el autor de la entrada)

Es importante recordar que el héroe mitológico es mayormente producto de la ficción, y que por tanto, héroes como los de Aranoa, aunque fracasados, son más veraces que la idea del héroe que pertenece a una élite por sus extraordinarias capacidades, superpoderes e incluso riquezas. Ésa no es la realidad hoy en día, y, si no, que se pregunte a las familias que han podido conservar sus casas gracias al esfuerzo de cientos de personas anónimas, a las personas rescatadas en los terremotos de México gracias a la cantidad ingente de personas normales y corrientes que ayudaron en los rescates ante un gobierno ausente, o a cuantos cooperantes llegan todos los años a los campos de refugiados de Tinduf en apoyo de los saharauis, expulsados de sus legítimos territorios.

Los lunes al sol, ofrecen un buen retrato de la realidad a la que debe enfrentarse la clase trabajadora en el mundo. Es una película necesaria que ha de verse con una mirada que vaya más allá de lo obvio, para entender que todos somos atacados cuando se denigra a un conciudadano. La clase trabajadora representada en la película no está tan alejada de nuestra realidad. Por tanto, es importante comprender el valor heroico de aquellas personas que no se pliegan dócilmente en la lucha por los derechos que son de todos.

(*) Detroit está en los últimos años ‘reinventándose’ a sí misma gracias a las esfuerzos voluntarios de la ciudadanía y de su sacrificio por el bien común. 

Si te interesa el concepto del “héroe de la clase trabajadora,” te recomendamos escuchar el siguiente podcast.

En este podcast han participado Álvaro Terrones (Doctor en Bellas Artes), Luis Manuel Sanmartín (filósofo e investigador en Antropología de los Movimientos Sociales), Rafael Monterde (filósofo e investigador en Filosofía Política) y Josep F. Sanmartín (artista e investigador en Industrias de la Comunicación y Culturales).


    • Imagen del Caballo de Troya tal como aparece en la película Troya (2004), dirigida por Wolfgang Petersen, y producida por Warner Bros Pictures, Radiant Production, Plan B, Winston Azzopardi, Barbara Huber, Wolfgang Petersen, Diana Rathbun y Colin Wilson.

El camino de la liberación y la iluminación en Matrix

Imagen del cartel de Matrix

1. El héroe en la saga Matrix

La reflexión sobre el héroe mitológico, no se hace evidente en la primera película, sino que es algo que se desarrolla a lo largo de la saga. La primera película en sí, estrenada en 1999, relata la historia de un héroe, Neo, quien es capaz de despertar su potencial al final del filme, cuando muere y resucita. Este momento arquetípico es lo que se conoce como “el vientre de la ballena”, y significa la muerte del protagonista literal o metafórica, cuando todo parece estar perdido.

En Matrix, Neo muere de manera literal, y resucita en respuesta al amor a Trinity. Y es en el momento que lo hace que adquiere dones que le permiten manipular la Matrix a su antojo. Hasta aquí es una historia arquetípica en toda regla.

Trinity y Neo (infografía)

El segundo despertar

Sin embargo, en la segunda y tercera entrega, la idea de héroe se retuerce para hacernos comprender que, en realidad, lo que habíamos visto en la primera película no era más que un engaño. Neo, está diseñado por la propia Fuente e insertado en la Matrix como un dispositivo de control final, para evitar que la revolución pueda acabar con el sistema. Lo sugestivo de la historia es que ni siquiera él puede ser consciente hasta el final de la segunda película, y sólo porque el Arquitecto, el diseñador y administrador de la Matrix, se lo revela. De otro modo no lo habría sabido, como muchos líderes de nuestra realidad que nunca sabrán, o no querrán saber, que en realidad son hombres de paja[1].

Además, Neo descubre la verdad porque ha llegado a su límite. Él no la descubre por sí mismo en un sentido pleno, aunque pueda intuirlo, sino que la “verdad” le es confesada como parte fundamental del fin de ciclo diseñado por la Matrix. Esto es, a Neo se le dice la verdad cuando el sistema tenía previsto decírselo.

El libre albedrío

Es cierto que Neo ha recorrido un camino, pero lo ha recorrido dentro de una determinación científica.

Pero no todo está perdido, y eso es lo interesante de la película. Aunque Neo ha recorrido un camino que estaba previsto para él, durante todo el camino lo ha acompañado la duda, y ha sido la duda la que le ha permitido recorrerlo con auténtico libre albedrío.

Neo ha recorrido un camino que le estaba marcado, es cierto, pero comprende por qué lo ha recorrido, y es al comprender las razones que lo han llevado hasta allí, cuando puede construir su propia realidad.

Para comenzar debidamente debemos considerar la idea de la causalidad y ver de qué origen se deriva. Es imposible razonar con exactitud y entender perfectamente la idea acerca de la que razonamos, y es imposible entender perfectamente una idea sin seguirla hasta su origen y examinar la impresión primaria de la que surge. El examen de la impresión concede claridad a la idea y el examen de la idea concede una claridad igual a todos nuestros razonamientos. (Hume, 2001

Neo en la sala del Arquitecto
Neo en la sala del Arquitecto (infografía)

Construcción de realidad

Cuando Neo decide escoger la puerta no prevista para él, que lleva a la destrucción de la Matrix y a la extinción de la humanidad para salvar a Trinity, sabemos que lo hace por amor, pero no sabemos cómo sucede más que por los aspectos científicos que describe el Arquitecto. Sin embargo, sabiendo la cualidad racional sumamente escéptica de Neo, podemos pensar que pudiera tener dudas sobre el Arquitecto y las alternativas que le da.

Así que quizás, se podría pensar que además del impulso amoroso hacia Trinity, Neo dude de tal modo que pueda decidir por sí mismo, convirtiéndose en un auténtico héroe. Puede que con más razón que emoción de lo que parece. De hecho, el Neo que decide hacer lo contrario a sus cinco antecesores, se muestra calmado, racional, y muy distinto a los otros Neos emocionales que al final caen en la trampa de la falsa elección del Arquitecto. Neo, decide.

Se podrían discutir las implicaciones de la decisión de Neo, matizar e incluso contradecir lo expuesto. Sin embargo, hay un hecho difícilmente discutible. Es en el momento en que Neo decide enfrentar lo que se le plantea como un imposible, cuando libera a la Matrix del eterno retorno (Eliade, 2008), de una existencia superflua[2] donde la historia se repita una y otra vez con idéntico resultado (Popper, 1996). Dicho de otro modo, cuando Neo elige actuar bajo su propio criterio en contra de lo que se espera de él, es cuando empieza a construir una nueva realidad.

2. La liberación en Matrix

A nivel cosmogónico, la secuencia del Arquitecto, es de las más importantes de la saga. Es aquí cuando metafóricamente muere el Neo, que es un diseño de héroe, para renacer como Neo el auténtico héroe, que como vemos, adquiere poderes que van más allá de la Matrix.

Neo pasa aquí de nuevo por el vientre de la ballena, que siempre es necesario en toda película y en todo relato. Pero esta vez no sólo es más poderos en lo físico, sino también en lo espiritual. Neo, ha atravesado un umbral que lo encamina hacia el camino de la iluminación, lo que supondrá “su” auténtica liberación.

El embrujo de la caverna

Es cierto que Neo, al final de la saga, pone fin a la guerra entre las máquinas y los humanos, como también es cierto que logra llevar la verdad de lo que es la Matrix a quienes permanecen enchufados. Pero en esencia, las estructuras de poder, simbolizadas por la infraestructura de la Matrix, permanecen igual. En definitiva, Neo ha conseguido incidir en las creencias de los habitantes de la Matrix, pero aún así, la Matrix sigue existiendo. Es más, es posible que como Cypher, que prefiere la vida en la Matrix, los haya muchos más. Y serán estas personas que prefieran no despertar, las que mantendrán el sistema aún a sabiendas de la verdad: que son esclavos.

Morfeo – Matrix es un sistema, Neo. Ese sistema es nuestro enemigo. Pero cuando entras, ¿a tu alrededor qué ves? Hombres de negocios, profesores, abogados, carpinteros. Son las mentes de los mismos que intentamos salvar. Pero hasta que no lo hagamos, seguirán formando parte del Sistema, y eso hace que sean nuestros enemigos. Tienes que entender que la mayoría de ellos no están preparados para ser desenchufados. Y muchos están tan habituados y dependen tan absolutamente del Sistema, que lucharían para protegerlo. ¿Estabas escuchándome, Neo, o mirabas a la mujer del vestido rojo?

Por esta razón, Matrix requiere reflexiones que van más allá de lo evidente. Hay ideas que fulguran en toda la saga, que como la mirada del habitante de la caverna que escapa de sus cadenas y mira al sol por primera vez (Platón, 2012), se aclaran gracias a la iluminación. Es así como Neo sirve de ejemplo para los demás, no como alguien al que seguir ciegamente, sino al que emular desde el conocimiento interior y la razón.

3. La iluminación en Matrix

La auténtica liberación en Matrix supone trascender al sistema.

Uno puede contentarse con ejercer su libre albedrío, su libertad, dentro de un paradigma determinado, o puede trascenderlo y construir una nueva realidad. En definitiva, eso es lo que consigue Neo, liberándose de lo material para alcanzar el mundo inteligible. O al menos, eso es lo que parece si prestamos atención a las referencias simbólicas del Budismo Tibetano presentes en la saga (Padmasambhava, s. f.).

En cualquier caso, y permaneciendo en el mundo sensible, la idea de trascender un sistema determinado es clave para entender cual es el verdadero camino de la liberación. Y en este aspecto, es fundamental el camino cosmogónico que recorremos cada uno de nosotros para intentar comprender, a nivel metafísico, quienes somos y el mundo que nos rodea. Lo interesante aquí es que la Fuente, también en términos tibetanos, podría simbolizar a la Conciencia Universal de la que nos habla el Bardo-Thǒdol, el libro de los muertos tibetano.

Neo iluminado
Neo iluminado (infografía)

Conocimiento y conciencia

Por tanto, el mensaje que las Wachowski podrían estar dando, al menos uno de ellos, es que el conocimiento, tanto personal como cosmológico, es lo que realmente tiene valor, tanto en términos de libertad como espirituales. Es más, el conocimiento es lo que nos da poder para superar la repetición cíclica de la historia, para avanzar hacia paradigmas de mayor emancipación, con mayor liberalización de la conciencia. Y que esto, en sí, facilita el camino de la iluminación.

Por otra parte, y esta es una cuestión importante, al menos desde mi punto de vista, es que en el camino de la iluminación, cuanto más cerca se está del Conocimiento Universal, menos importa lo material. Y en esa materialidad que deja de tener importancia, también se encuentran los receptáculos de nuestra conciencia, de nuestra energía espiritual que se hace igual a la de los demás, sin importar nada más que la iluminación en sí, el conocimiento y lo inteligible.

4. Conclusiones

Como conclusión final, diría que es en el conocimiento donde se abandona lo irracional, y como “lo irracional” me refiero al miedo al otro, a valorarnos según criterios materiales, a la importancia de la clase y del dinero en sí, entre otras cosas. Nada de eso nos acerca al camino de la iluminación. Sólo la comunión con los demás en un deseo de búsqueda del conocimiento universal, puede dar valor auténtico a nuestra existencia, tanto en lo personal como para el conjunto de la humanidad.

Es el conocimiento que se logra a través del camino cosmogónico, lo que nos permite liberarnos de la creencia del “imposible” para abrazar lo “posible”, permitiendo una evolución del historia, que puede correr el riesgo de volverse cíclica. Que en ese “posible”, la humanidad puede aspirar a algo más que a contentarse con ganar algunas libertades, que llegado el momento cabe atreverse a construir paradigmas nuevos que supongan una auténtica evolución cultural, política, social y humana. Y dicho esto diré, que es muy probable que por esta razón, el autoritarismo siempre tenga en alza el discurso de lo “imposible” y de lo “inamovible”, de la estabilidad.

La razón, es lo que nos permite avanzar en la historia sin miedo, y el miedo es lo que nos ancla al deseo irracional de no avanzar. Pero es más, una sociedad que no aspire a avanzar a modelos nuevos de existencia, con mayor libertad de la conciencia, nunca estará encaminada a la iluminación, a pesar de que algunos se atrevan a recorrer este camino por su propia cuenta.

Cartel de Matrix
Saga dirigida por Lana Wachowski y Lilly Wachowski (1999-2003), producida por Warner Bross (infografía)

La importancia de la razón

Por último y a este respecto, se hace importante valorar también las formas de conocimiento que se basan en aquello que no es material pero que sirven de alimento para la mente, para comprender el universo que habitamos. El conocimiento, puesto exclusivamente al servicio de lo científico y lo económico, dejando de lado la razón, nos encamina hacia la esclavitud del devenir de la “causa y el efecto”. Sólo podemos ser libres decidiendo desde la razón que nos permita decidir con conocimiento de causa, y admitiendo que, a pesar de todo, se puede estar equivocado. La arrogancia de la ciencia y de élites económicas, nos está llevando a una catástrofe planetaria, y en parte tiene que ver con haber desestimado, principalmente, la filosofía con un carácter crítico y humanista.

En nuestro contexto actual, la duda no parece algo que se pueda tolerar si se desea progreso, que molesta a la ciencia que avanza alocada hacia un posthumanismo, que parece situarse al fondo de un precipicio al que se debe arrojar a la humanidad.

Yo no me opongo, en principio, a ningún progreso, sólo que creo que antes que el progreso material debe existir un progreso de la conciencia. Porque si se hace al revés, la justicia y la igualdad probablemente se definan por lo material, posibilitando la idea de que unas vidas valen más que otras, y que por tanto el sacrificio de unas por otras, es válido y necesario. Por desgracia, me atrevo a afirmar que esto es así hoy en día.

Personalmente creo, que el camino de la liberación pasa por la iluminación, en términos de la conciencia y la razón, y viceversa.

Para más información recomiendo escuchar los siguientes podcasts

Matrix (1ª entrega). Análisis filosófico, teológico y antropológico

Participan Víctor García (físico y activista), Salva Mestre (pianista, filósofo y director de Politeia Radio y Televisión), Pablo Mondragón (antropólogo) y Josep Sanmartín (comunicador y fundador de Vertiente Crítica); conduce Luis Sanmartín (antropólogo y fundador de Vertiente Crítica).

Matrix Reloaded (2ª entrega). Análisis filosófico, teológico y político

Participan Salva Mestre (pianista, filósofo y director de Politeia Radio y Televisión) y Josep Sanmartín (comunicador y fundador de Vertiente Crítica); conduce Luis Sanmartín (antropólogo y fundador de Vertiente Crítica).

Análisis de Matrix Revolutions y conclusiones de la saga

Participan Salva Mestre (pianista, filósofo y director de Politeia Radio y Televisión) y Josep Sanmartín (comunicador y fundador de Vertiente Crítica); conduce Luis Sanmartín (antropólogo y fundador de Vertiente Crítica).

Bibliografía

Campbell, J. (1959). El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito. México: Fondo de Cultura Económica.

Eliade, M. (2008). El mito del eterno retorno: arquetipos y repetición. Madrid: Alianza Editorial.

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Popper, K. R. (1996). El universo abierto: un argumento en favor del indeterminismo: post scriptum a «La lógica de la investigación científica», vol. II. Madrid: Tecnos.

NOTAS

[1] La idea maquiavélica que subyace es la de crear un líder supremo que parezca que está sirviendo a la humanidad cuando en realidad sirve a la máquinas. Una metáfora que nos sirve para comprender, más allá de la pantalla, la idea del líder político que gobierna en supuesta representación del pueblo, cuando en realidad sirve a una élite. Algo que lamentablemente se ha convertido en una característica de la democracia formal (occidental o representativa) en múltiples países.

[2] Nos encontramos ante una idea importante que se opone a los discursos autoritarios. La auténtica evolución como sociedad sólo se da al enfrentar lo que desde determinados sectores se presenta como un “imposible”. Las sociedades que tienen valor son aquellas donde se evoluciona hacia nuevas posibilidades, mientras que, aquellas que permanecen inamovibles, condenan su existencia a lo superfluo.

Presenta tu comunicación y/o póster en el Congreso: “La Mitología en la Narrativa Audiovisual: Cine“. 

  • Imagen del Caballo de Troya tal como aparece en la película Troya (2004), dirigida por Wolfgang Petersen, y producida por Warner Bros Pictures, Radiant Production, Plan B, Winston Azzopardi, Barbara Huber, Wolfgang Petersen, Diana Rathbun y Colin Wilson.

Los siete samuráis: bushidō, justicia, el valor del grupo, historia y mitología

Imagen de la película Los siete samuráis de Akira Kurosawa

El sentido de la vida en Los siete samuráis, su contexto histórico y el fin de una época

Uno de los principales temas que trata Los siete samuráis es el del sentido de la vida. Sus personajes, se enfrentan a encrucijadas propias de la cotidianidad de finales de la Edad Media japonesa, ofreciendo una visión sobre las razones por las que vivimos y que nos definen como personas. Esta problemática proporciona la oportunidad, a su vez, de narrar los problemas sociales de una de las épocas más convulsas de Japón: el periodo Sengoku.

Este periodo, que duró de 1467 a 1603, llegó a su fin gracias al shōgun Tokugawa Ieyasu, quien acabó con las guerras tribales entre los señores de la guerra, unificando Japón y reestructurando el orden social de los samuráis que, en última instancia, quedaron bajo el mando del shogunato. Hay que tener en cuenta que, además de su talento político y militar, Tokugawa consiguió el apoyo del pueblo llano, que estaba harto de ser víctima de constantes guerras civiles. Así dio comienzo el periodo Edo (1603-1868), que duró unos 250 años bajo el shogunato de los Tokugawa. Este época, es considerada como una de las más florecientes y pacíficas de la historia de Japón, aunque autoritaria.

Los siete samuráis, que se sitúa a finales del siglo XVI, retrata el fin del feudalismo japonés, justificando su ocaso en la violencia y desgobierno imperante. Alejada de la narrativa samurái que acontece en dōjōs, palacios y ambientes sofisticados, la temática de esta película se desarrolla en entornos humildes. Los samuráis protagonistas, son simples rōnin, guerreros, que tras quedar sin señor al perder en alguna batalla, viven como vagabundos buscando a quién servir. Al menos, este es el caso de Kanbei, el líder del grupo, tal y como confiesa en más de una ocasión.

Kanbei observando las tumbas de los samuráis
Kanbei y Shichiroji lamentándose ante las tumbas de sus compañeros.

Otro de los aspectos que en esta película refleja el fin de una época, es el presencia de armas de fuego, introducidas en Japón por los portugueses en 1543, y cuya proliferación, llegados 1560, se dejó notar con fuerza. Esto tuvo como consecuencia el inicio del fin de la guerra basada en el honor, del bushidō; y del declive del camino de la espada, del Kendō y de su antecesor el kenjutsu. De hecho, una cuestión notable de la película es que nunca se ve a quien dispara, mostrando de este modo el lado cruel de la guerra moderna, que sucede a distancia, sin honor, impersonal y fría. Y no es casualidad que uno de los personajes que muere bajo el fuego sea Kyuzu, el maestro de la katana, como una metáfora del fin de la guerra tradicional.

Un momento de la película que puede servir para hacernos entender que Kurosawa retrata el fin de una época, es el propio final. En él, se muestran las cuatro tumbas de los samuráis caídos. Una de ellas es la de Kyuzu, que simboliza el camino de la espada. Otra es la de Kikuchiyo, que representa al campesino que se convierte en samurái ­—algo que en el periodo Edo se hizo imposible ya que se estableció un estricto régimen de clases—. La siguiente tumba es la de Heihachi, que personifica la despreocupación de una clase que gozó de relativa libertad, algo con lo que terminó Tokugawa. El último samurái enterrado es Gorebei, que encarna la astucia del guerrero que comprende sus alternativas y recorre su propio camino, algo que se acabó con el carácter burocrático y estricto del periodo Edo.

El mismo Kanbei, que contempla las tumbas, afirma en esta escena que los perdedores son ellos mismos, y que los vencedores son los campesinos. Es en este momento cuando se podría entender que Kurosawa nos ofrece una metáfora que sirve para justificar el fin de los samuráis, como los causantes de su propio fin —algo que trataré de aclarar a continuación—.

Aspectos principales del sentido de la vida en Los siete samuráis

La supervivencia: Frente a propuestas audiovisuales contemporáneas en las que la supervivencia se aborda desde el egoísmo, la crueldad, la arrogancia y la pérdida de valores, lo que hace tan majestuosa a esta película es cómo la supervivencia se trata desde la humildad, desde el honor y la fraternidad. Es así cómo el sentido de la vida se entremezcla con una interpretación personal del bushidō, para hablarnos del bien, ofreciendo una crítica clave sobre el deber del samurái, del guerrero, en la defensa del pueblo. Es conveniente entender que la propia palabra samurái significa “el que sirve”, en este caso a un señor. Pero, como este señor debía a su vez garantizar la seguridad y bienestar del pueblo, podría decirse que, sirviendo a su señor, el samurái estaba en último extremo sirviendo al pueblo. Al menos esta era la lógica feudal vigente, que obviamente y en muchos de los casos, era negligente.

En esta película, los campesinos no tienen señor que los defienda, y es por esta razón que deciden contratar a varios samuráis para enfrentar a los bandidos que amenazan con saquear sus cosechas. La llegada de Kambei y sus compañeros, aunque es recibida con temor, supondrá la unión del pueblo y los samuráis ante la amenaza de los forajidos, adoptando una visión conjunta ante el problema, y sacrificando intereses personales por el bien del grupo. La bondad del altruismo frente al egoísmo, y la importancia del bien del grupo frente al protagonismo personal, son temas trasversales de la película. En cualquier caso, destacan las lecciones que Kanbei intenta que Kikuchiyo[2] entienda, en especial cuando éste abandona su puesto para emular a Kyuzu[3], quien con anterioridad se había adentrado en el bosque, matando a varios bandidos y arrebatándoles un mosquete:

—No hay nada heroico en el egoísmo que busca la gloria. La guerra no se pelea estando solo.

kikuchiyo sosteniendo al bebé huérfano.

Acto seguido y como premonición, muere Yohei, el campesino que se había quedado a cargo del puesto abandonando por Kikuchiyo, con quien además mantenía una amistad.

El ciclo de la vida: A este respecto, creo que la escena más relevante es la que recoge la muerte un anciano y su familia, dejando huérfano a un bebé. Aunque el contenido de esta escena también guarda relación con el punto anterior, la complejidad de la secuencia a nivel simbólico supera los meros aspectos de la supervivencia para adentrarse en la problemática del ciclo de la vida, no sólo a través de la tragedia que nos relata —la vida y la muerte—, sino por la presencia en ella de elementos como el fuego, el agua y la tierra. Incluso se podría llegar a interpretar que el aire está representado por el último suspiro que da la madre.

Del mismo modo, también adquiere un valor simbólico el espacio escénico: un río que discurre junto a un molino que arde. En sí, se podría entender el molino como un elemento técnico que garantiza una vida mejor, que muele el grano que es germen de vida, pero también es el hogar del anciano del pueblo, símbolo del saber popular y la tradición.

El molino arde, pero el río sigue discurriendo. Una tradición, una época, termina, pero la vida, como el río, sigue. Y lo hará de una forma curiosa: volviendo sobre sí misma, como enroscándose en un ciclo. Las palabras de Kikuchiyo, cuando se hace cargo del bebé, son muy claras a este respecto:

—este niño… soy yo—

Kikuchiyo y el bebé comparten las mismas circunstancias de nacimiento.

Finalmente, hay muchos otros elementos propios del ciclo de la vida representados en la película. Entre ellos destacan la propia existencia de los campesinos y los samuráis, la siembra y la cosecha del mijo y del arroz, el clima y las estaciones, las generaciones representadas, el amor, el aprendizaje, la madurez, el hambre y la abundancia; y, en resumen, la lucha por la vida con todas sus consecuencias.

El saber: Un valor muy interesante de la película es cómo se trata el camino del conocimiento, en el que el maestro cobra especial relevancia. En Los siete samuráis, el maestro está inicial y principalmente representado por Kanbei; luego, por el anciano y, de manera indirecta, por Kyuzu.

En todos los casos, además, se respeta la tradición japonesa, que está presente en la acción, como veremos seguidamente.

Respecto al camino de la espada, es muy recomendable la lectura de Musashi (1945), novela escrita por Eiji Yoshikawa[4], basada en el famoso samurái Miyamoto Musashi, quien fundó el arte de la espada conocido como Hyōhō Niten Ichi-ryū o Niten-ryū, y que escribió El libro de los cinco anillos (1645), sobre tácticas, estrategias y filosofía, que se sigue estudiando hoy en día[5].

En esta novela, se narra la vida de Miyamoto Musashi, conocido de joven como Shinmen Takezō. Musashi, que quedó huérfano a la edad de siete años, ya mostraba un carácter violento desde su niñez. Por esta razón, fue acogido por un tío suyo, sacerdote, que lo inició en las artes del guerrero. Pronto se vio involucrado en diversos duelos, matando a su primer oponente a la edad de 13 años, y decidió iniciar un peregrinaje para perfeccionar sus habilidades a través de numerosos combates, tanto en luchas individuales como en batallas.

Durante todo este periodo de su vida, Musashi se mantuvo aislado socialmente. Nunca se sometió a la voluntad de un señor ni del emperador, a pesar de la promesa de toda clase de prebendas. Vivió como un vagabundo y se dedicó exclusivamente a la búsqueda de la iluminación a través del Camino de la Espada, combate tras combate y aprendiendo de la propia naturaleza. En cualquier caso y a pesar de su aislamiento, Miyamoto conoció a grandes maestros que lo ayudaron a convertirse en uno de los mejores samuráis —probablemente el mejor— de la historia de Japón.

Se dice que nunca se peinó, tomó un baño, se casó, construyó una casa ni crió ningún hijo. (Musashi, M. 2017; p. 6)

Es fácil encontrar similitudes entre la vida de Musashi y los diversos samuráis del filme de Kurosawa. Musashi se parece a Kikuchiyu en su arrogancia, que nace de la ignorancia propia de la juventud. Musashi comparte con Kanbei el saber adquirido a través de la experiencia. Katsushirō nos permite comprender el camino que emprendían los jóvenes, como Musashi-Takezō, que deseaban no sólo instruirse en la técnica de la katana, sino encontrar un modelo del que aprender los valores del kendō y el bushidō. Aunque muchos de ellos no salían de su propio dōjō, era habitual que muchos peregrinaran en busca de enseñanzas de otras escuelas y maestros. Por último, cabe señalar que la escena de Kyuzu practicando con la katana bajo la lluvia, era algo propio del camino de la espada. El propio Musashi desarrolló gran parte de su técnica observando la naturaleza, entrenando en los bosques y bajo los elementos. Por esta razón, la escena de Kyuzu, que puede parecer mostrar una excentricidad del espadachín o una manera de escapar del estrés del momento, en realidad representa un aspecto fundamental de la cultura japonesa y del arte de la espada. Hay que entender que la filosofía en torno al samurái estaba muy influenciada por el sintoísmo y el budismo zen, que se refieren de manera constante a la naturaleza, a su equilibrio, a la vida y la muerte, y a la energía que subyace en todo ser vivo (ki o chi)[6]. Esto es algo que también se encuentra en el Taoísmo, y que es fuente de conocimiento para el Kung Fu y el Tai Chi.

Imagen del anciano Gisaku
El anciano Gisaku.

La última figura que representa el saber en Los siete samuráis es el anciano del pueblo. En el Japón mediaval, como en muchas otras culturas del pasado, y también en culturas indígenas actuales, el anciano o el consejo de ancianos solía regir la vida rural. Aquí, el anciano, Gisaku, que no es otra cosa que un campesino sin formación intelectual, es sabio gracias al paso de los años, sin negar sus capacidades innatas. Su sabiduría práctica se evidencia ya en la primera escena del filme, cuando aconseja contratar samuráis basándose en su experiencia del pasado. Es interesante que Gisaku muera al final de la película consumido por el fuego. Podría verse en ello una metáfora del cambio cultural y político que sufrió Japón con la llegada del periodo Edo, que desarrolló un gobierno que acabó con la relativa independencia de los feudos. En esta época, Tokugawa exigió a los samuráis ponerse al servicio del shogunato para desarrollar, principalmente, trabajos administrativos, obligando a todo samurái que no tuviera categoría aristocrática a abandonar las armas. Y aunque los campesinos, paradójicamente, lograron cierta autonomía, también fueron sometidos a un fuerte control burocrático. De hecho, aunque en el periodo Edo se produjo un gran crecimiento económico, cultural y artístico, también se impuso un estricto control social.

Bushidō y la reflexión de Kurosawa en Los siete samuráis

Retrato de Minamoto no Yoritomo (1193–1199). Atribuido a Fujiwara Takanobu.

El desarrollo del bushidō está íntimamente ligado a la existencia de los samuráis. En un principio los samuráis eran simples guerreros sin un estatus noble, al servicio de los clanes y del emperador. Este tipo de guerreros, que ya existían durante el periodo Asuka (538-710) y Nara (710-794), adquirieron especial protagonismo en el periodo Heian (794-1185), cuando tras varias rebeliones y batallas entre clanes, lograron vencer a la aristocracia a la que habían servido con anterioridad. Entonces, Minamoto no Yoritomo se convirtió en Sei’i-taishōgunshōgun (general o comandante de los ejércitos al servicio del emperador), y constituyó a los samuráis como clase, dando inicio al periodo Kamakura (1185-1333). Fue entonces cuando parece que el bushidō emergió con fuerza, como un sistema de creencias necesario para controlar a los samuráis, un código que garantizara la existencia de cierta moral y lealtad entre esta clase de guerreros y sus señores[7].

El término “bushido” (武士道?) se traduce habitualmente como “el camino del guerrero”, y su definición fue variando a lo largo del tiempo, influido por el Budismo, el Confucianismo, el Zen y el Shintoísmo, hasta convertirse en el código que conocemos hoy. Del budismo, el bushidō adopta una concepción estoica de la existencia con la aceptación de la muerte como realidad ineludible. Del confucianismo asume las virtudes de la lealtad y de la compasión que están a la base de la superioridad moral. Del Zen, la búsqueda de la perfección. Y, finalmente, el shintoísmo otorgó al bushidō los valores éticos de afinidad y amor por todas las cosas vivas, y una profunda enseñanza de la lealtad hacia el señor.

El bushidō pone énfasis en siete principios: el 義 Gi: Justicia basada en las decisiones correctas, el 勇 Yu: Coraje, el 仁 Jin: Benevolencia, el 礼 Rei: Respeto, cortesía, el 誠 Makoto: Honestidad, sinceridad absoluta, el 名誉「名譽」Meiyo: Honor, y el 忠義 Chuugi: Lealtad[8].

La última adaptación del bushidō tuvo lugar en el periodo Meiji (1868-1912), cuando el emperador deseaba ofrecer una visión amable de Japón a Occidente. Tal adaptación resultó un tanto paradójica, pues fue en esa misma época cuando se abolió la clase samurái y se dio fin al shogunato.

Kurosawa, Los siete samuráis y el bushidō

Teniendo en cuenta el significado de la palabra samurái (el que sirve), y los siete principios del bushidō, parece que Kurosawa intenta hacer un alegato sobre la verdadera virtud del guerrero, como alguien que se pone a servicio del pueblo, en vez de buscar el favor de la clase poderosa.

En mi opinión, Kurosawa hace una valoración positiva en esta película de los guerreros que defienden al débil por encima de quienes lo sacrifican. Algo pertinente después de la Segunda Guerra Mundial[9], cuando muchos soldados japoneses fueron sacrificados por defender el ideario del bushidō. Este se sabía extendido ampliamente en el ejército, siendo asumido y defendido por los mandos, que pertenecían mayoritariamente a la aristocracia, y que encontraron en este código una interpretación exacerbada del camino del guerrero. Hay que tener en cuenta, además, que en la Segunda Guerra Mundial no sólo se sacrificó al ejército, sino también al propio pueblo.

Kikuchiyo llevando los pertrechos samuráis a Kambei. Encabeza el grupo Yohei.

Resulta interesante observar que, en Los siete samuráis, los bandidos portan la vestimenta propia de un ejército, y que los dos jefes de la banda, visten armaduras que normalmente se reservaban para los mandos samuráis. Este importante detalle de la película no es un error, sino que sirve para entender algo que sucedió en Japón durante las innumerables guerras civiles que sangraron el país antes de la llegada del periodo Edo. Cuando los diferentes señores se enfrentaban, con sus respectivos ejércitos de samuráis, el bando que perdía, se veía obligado a abandonar sus tierras y llevar una vida fugitiva. Esto era algo usual. Y era una de las razones que llevaba a los campesinos a perseguir y aniquilar a los perdedores de las batallas, por pillaje y en venganza por los sufrimientos de la guerra; y, en cierto sentido, como medida de precaución. Esto último puede servir para entender la indignación de Kanbei y el resto de samuráis cuando Kikuchiyu lleva los pertrechos de los samuráis que ocultaban los campesinos. Es aquí cuando Kanbei, ante la estupefacción de Kikuchiyu dice:

—Alguien que jamás haya sido perseguido no lo puede entender.

Lo bien cierto es que en la versión traducida al castellano no se acaba de comprender el alcance de estas palabras. En la versión inglesa se entiende un poco mejor. Aquí, Shichiroji le dice a Kikuchiyu que esas armaduras son de samuráis perdedores, y Kanbei matiza:

—Samuráis perdedores, cazados por lanzas de bambú—

De esta manera, se profundiza en la tragedia de los samuráis perdedores, que eran cazados por los campesinos. Algo que también aparece, por cierto, en las narraciones sobre las experiencias del propio Musashi.

Pero la escena no acaba aquí. Tras las palabras de Kanbei, Kikuchiyu reacciona con rabia y les echa en cara, a él y a los demás, el que los campesinos sean así por culpa de los samuráis. Y no parece faltarle la razón si tenemos en cuenta la acción de la película y el contexto histórico. Hay que comprender que los campesinos tenían razones para odiar a los samuráis, pues estos tenían total impunidad para actuar sobre las clases más bajas. Lo habitual era que no hubiera consecuencias de ningún tipo si un samurái abusaba e incluso asesinaba a un campesino. Su palabra era más que suficiente, algo que por otra parte también sucedía en la Europa medieval. Es aquí, en mi opinión, donde Kurosawa confronta la idea de un bushidō de carácter moral y popular frente a un bushidō de carácter egoísta y aristocrático.

Akira Kurosawa (1910-1998).

El sentido de la vida del samurái, lo que justificaba su existencia, era cumplir los preceptos del bushidō. Eso es cierto. Sin embargo, este código establece disposiciones como la lealtad y el honor, que podían servir para anestesiar otros mandatos como la justicia basada en las decisiones correctas y la benevolencia. Pero esto, también podía funcionar en sentido contrario. Así que, en el fondo, el bushidō no dejaba de encerrar ciertas contradicciones. En este sentido, los samuráis del filme podían haberse negado a ayudar a lo campesinos para perseguir mayores ambiciones, justificándose en el propio código. Por tanto, no es un simple código lo que les empuja a tomar las decisiones que determinan su futuro, sino, en mayor o menor grado, su propio sentido moral.

Me gustaría matizar que este punto, al igual que el artículo en general, se refiere a Los siete samuráis, no a toda la cinematografía de Kurosawa. En otras películas de samuráis del autor no vamos a encontrar esta reflexión de un modo tan evidente, puede incluso estar inexistente. Así que sería equivocado atribuirle a Kurosawa una ideología sobre el bushidō teniendo en cuenta sólo este filme.

El valor del grupo en Los siete samuráis

Otro de los aspectos fundamentales de la película, respecto al sentido de la vida, es el que se refiere a las relaciones personales y a la colaboración en grupo de campesinos y samuráis.

El valor de la amistad

En esta película, se retrata de una manera prodigiosa el valor de la amistad. Aquí destaca la vieja relación entre Kanbei y Shichiroji, o las nuevas amistades que se establecen, como cuando Gorobei le dice a Kanbei que se une a él no por la naturaleza de la misión sino por la simpatía que despierta su amistad. Otra amistad significativa es la que se fragua entre Kikuchiyo y Yohei, o la que surge por la simpatía que Gorebei siente hacia Heihachi. O la hermosa amistad —quiero creer—, no exenta de comprensión y compasión, que surge entre Kikuchiyu y el resto de samuráis. En otro orden de cosas figura la devoción que Katsushirō siente hacia Kanbei y Kyuzu. Y por último, es necesario mencionar el amor representado por Katsushiro y Shino, el amor propio de la juventud, inmaduro y díscolo, enfrentado a los miedos de un padre que afronta la situación imponiendo su autoridad con violencia.

La unión hace la fuerza

El filme de Kurosawa encierra otros valores dignos de resaltarse, en particular: la necesidad de unirse para alcanzar eficazmente un objetivo. Los campesinos y los samuráis deben unirse para vencer a los bandidos. Cada uno de ellos ha de hacerlo en la medida de sus posibilidades; pero, sobre todo, con ánimo fraterno.

—Ésta es la naturaleza de la guerra: Protegiendo a otros, te salvas a ti mismo. Si sólo piensas en ti mismo, te destruyes a ti mismo

Esto es lo que dice Kanbei Shimada en la película cuando, para hacer frente a los bandidos, decide abandonar a su suerte dos granjas y un molino situadas a las afueras del pueblo. Aunque para ser justos, hay que decir que los campesinos afectados no aceptan con alegría la decisión de Kanbei, y que intentan revelarse. Sin embargo, este episodio que muestra una reacción dentro de lo que cabría esperarse, es la excepción. En la película, todos colaborarán, lucharán y se sacrificarán por los demás. Y eso es lo que les permite vencer a un grupo de bandidos preparados para la guerra. Es más, durante las batallas, tanto samuráis como campesinos sangran y mueren unos junto a los otros, como iguales. Y al final, tanto campesinos como samuráis comparten todo lo que tienen.

El protagonismo del grupo

Imagen del manuscrito de la Odisea de Homero.

A modo de conclusión, Los siete samuráis redefine el mito del héroe en el tratamiento del grupo: el protagonismo no corresponde a un individuo, sino a un grupo integrado por distintos individuos que interactúan para generar un cuerpo consistente capaz de superarse a sí mismo. El todo, en suma, es más que las partes que lo integran.

No es que no existan ejemplos de este tipo de tratamiento en la mitología. Lo que sucede es que predomina la narrativa en la que el camino del héroe se hace en solitario. Es más, aunque el protagonismo del grupo ya aparece en un relato tan antiguo como La Odisea (siglo VIII a. C.), en realidad, este grupo pivota en torno a Ulises, cuyo camino es el principal —los demás son sus acompañantes—. En Los siete samuráis, sin embargo, no se podría decir, en absoluto, que la película trate sobre Kanbei, aunque evidentemente sea el líder indiscutido. Ésa es la diferencia con Ulises.

Así, Los siete samuráis redefine el camino del héroe para mostrar no el triunfo de la individualidad, sino del grupo, sumándose así a producciones como: El Señor de los Anillos (2001-2003), Los Goonies (1985), Los siete magníficos (1960) (remake destacable de Los siete samuráis), Los vengadores (2012-2018), La Guerra de las Galaxias (1977-2017) y Harry Potter (2001-2011)[10][4]. No son muchas las películas que reparten el protagonismo entre sus personajes, y sin embargo, estas películas suelen tener una gran repercusión en el público. Quizás esto sea así porque vivimos conectados a los demás. Y, aunque tengamos nuestras preferencias, éstas se dan dentro de un grupo. Es posible que ésa sea la razón de que nos sintamos identificados con este tipo de historias.

Por último, y en relación a lo dicho, es importante señalar que la conexión de los personajes en Los siete samuráis se desarrolla en un ambiente de humildad, de fraternidad, de aceptación, de sacrificio, de esfuerzo, de justicia y de honor. ¿No es de esto de lo que trata precisamente el bushidō? Al menos, parece una buena manera de darle sentido a la vida.

Si te interesa saber más, puedes escuchar el podcast “Los siete samuráis: Análisis histórico, antropológico y cultural”, realizado para ¡Qué significa esta película?, seleccionando aquí.

Bibliografía y recursos audiovisuales:

Campbell, J. (1959). El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito. México: Fondo de Cultura Económica.

Ikegami, E. (2012). La domesticación del samurái: el individualismo honorífico y la construcción del Japón moderno. México; Barcelona: Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales; Anthropos.

Musashi, M. (1945). El libro de los cinco anillos. Colombia. Cuba: Digitado por Henry Binerfa Castellanos Camaguey. Recuperado el 14 de enero de 2017 de https://karateyalgomas.files.wordpress.com/2014/07/ellibrodelos5anillos.pdf 

Sanmartín Cava, L. M., Sanmartín-Cava, J. F., Plá, Á., y Villegas, A. (2017). El Señor de los Anillos: análisis antropológico, político y mitológico. ¡Qué significa esta película? España / México: Vertiente Crítica. Recuperado el 20 de mayo de 2017 de https://www.ivoox.com/senor-anillos-analisis-antropologico-politico-audios-mp3_rf_18485472_1.html

Yamamoto, T. (2005). Bushido: El camino del samurai. Editorial Paidotribo.

NOTAS:

[1] La introducción presenta a todos los personajes protagonistas, incluyendo a Shino, la campesina de la que se enamorará Katsushirō, el joven al que le falta todavía experiencia para ser, en el sentido estricto del término, un samurái.

[2] Kikuchiyo es un joven de origen campesino que quiere convertirse en un verdadero samurái. Tiene un carácter iracundo y se mezcla a menudo en trances divertidos.

[3] Kyuzu es un samurái maestro habilidoso en el arte de matar con la espada que sólo persigue perfeccionar su estilo de combate.

[4] Cfr. asimismo el manga Vagabond (1998-actualidad) realizado por Takehiko Inoue, basado en esta misma novela.

[5] Es el análogo japonés del texto chino de Sun-Tzu titulado El arte de la guerra.

[6] Cfr. en este mismo blog la entrada de Jacinto Choza Elaboración de la noción de espíritu. La noción china de Qi (https://proyectoscio.ucv.es/actualidad/la-revelacion-originaria-la-religion-de-la-edad-de-los-metales-iii/).

[7] De todos modos, es posible que existieran antecedentes de este código ya desde el periodo Heian e incluso antes.

[8] En cualquier caso y según parece, el bushidō asumido por los samuráis cuando los señores dominaban Japón, no era tan honorable como el que normalmente se retrata en el cine.

[9] Hay que recordar que esta película se estrena en 1954, 9 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial.

[10] Todas estas películas mantienen un protagonismo repartido en mayor o menor grado, entre las que destaca El Señor de los Anillos, no sólo porque el protagonismo está diluido, sino porque incluso su propio protagonista falla, y la victoria se consigue gracias al grupo: a Sam y a todos los demás. A este respecto, se puede escuchar este podcast: El Señor de los Anillos: análisis antropológico, político y mitológico

 


La conexión en la obra cinematográfica: autores, público e influencia

La conexión humana

El concepto de conexión está muy presente en nuestra sociedad, sin embargo, se define más en un paradigma de capacidad que de significado. La razón podría ser que, cuando se habla de conexión, se tienen en cuenta más los procesos mecánico-tecnológicos que lo permiten, que lo que significa la conexión en relación a lo humano. Esta afirmación puede resultar una paradoja discutible en la era de las Redes Sociales. Sin embargo, la cosificación que sufren los usuarios nos obliga a plantearnos cuál es el papel que realmente ejercemos en este mundo hiper-conectado. Mi punto de vista en esta cuestión es que los humanos no somos entes mecánicos, ni sujetos pasivos, ni en esencia: productos. Otra cosa es que se nos trate como a tales, y que esto no parezca que vaya a cambiar en un tiempo breve, sino todo lo contrario. En cualquier caso, parece ser que inevitablemente nos influimos unos a otros, introduciendo constantemente variables en el sistema, y que esto sucede a través de la comunicación. Tanto es así que, cuando un grupo determinado de personas conecta a través de una idea, puede influir en la opinión pública, llegando incluso a generar movimientos de cambio (Monzón Arribas, 2006, p. 39). Además, es gracias a la comunicación que mostramos parte de lo que somos, incluso de manera involuntaria. La comunicación no es sólo la transmisión de un mensaje, también es un ejercicio de ‹‹presencia›› (Christakis, Fowler, 2010, p. 270). Por Tanto, la conexión humana parece ser cuanto menos un proceso mecánico unidireccional, invariable y cerrado. Muy al contrario, la comunicación se muestra variable, abierta y polidireccional (Sanmartín-Cava, 2017, p. 203).

La identidad no produce representaciones, son las representaciones las que producen identidad (Zafra, 2004).

Foucault, M. (1992). El orden del discurso. Buenos Aires: Tusquets.

El reto es claro, reivindicar a la humanidad por encima de la fascinación de lo tecnológico y de los propósitos de mercado. Pues es en la seducción del marketing más innovador, donde se puede acabar venerando al “canal” por encima de todo lo demás. Y dominar el canal significa dominar el ‹‹discurso›› (Foucault, 1992, pp. 11-21). Y dominando el discurso se desprovee de voz al usuario, de categoría, subyugándolo a los discursos tradicionalmente hegemónicos. Y, si algo había conseguido el usuario con la llegada de Internet, había sido, precisamente, cambiar su categoría dentro de la Red, influyendo en la sociedad significativamente. Pero eso podría cambiar si no estamos atentos.

De todos modos, sería un error considerar que la conexión no existía antes de la llegada de las Redes Sociales en términos de presencia e influencia. La conexión entendida desde lo humano siempre ha existido. De hecho, las redes sociales ya existían antes de la llegada de Internet. Una red social en sí es simplemente un grupo de personas que se unen ante un propósito. Por ejemplo, una comunidad de vecinos, una tribu, una pandilla, un club de fans o una ONG. Dicho esto, la conexión también puede existir de una manera más íntima, con un fuerte componente de presencia, entre un autor y su público. Es así como podemos comprender el temperamento de Goya a través de su arte; el compromiso y la frustración de Lorca a través de su letra, o la personalidad de Luis García Berlanga a través de su cine. Y, en términos culturales, con un fuerte componente de influencia, podemos hablar de las redes de conocimiento que modelan nuestro conocimiento y contexto contemporáneo. Un ejemplo cultural claro es como se configura prácticamente toda la narrativa universal, vertebrándose mediante arquetipos heredados de la mitología (Campbell, 1959, pp. 40-41)[1], que no parecen haber cambiado desde las primeras historias contadas alrededor de una hoguera.

Si dos personas son capaces de sentir lo mismo, aunque sea solo una vez, entonces siempre se comprenderán. Aunque uno viviera en la Edad de Piedra y el otro en la Nuclear (Tarkovski, 2015, p. 28).

Partiendo de aquí, de cómo conectamos unos con otros, Christakis y Fowler realizan una interesante definición de la humanidad como una red global, como un superorganismo humano (Christakis y Fowler, 2014, pp. 14-15). Y, en este sentido, abandonan la idea del homo economicus, egoísta y desconectado del bienestar ajeno, proponiendo una nueva definición, la del homo dyctyous, un ser conectado que no se mueve sólo por su propio interés. En mi opinión, la obra Conectados, publicada por ambos autores en 2010, ofrece una definición muy pertinente de lo que implica ser humano. Personalmente, estoy a favor de la definición de Christakis y Fowler respecto al homo dyctotyous. También simpatizo con la idea del superorganismo humano, aunque me temo que mis conocimientos no me permiten afirmar con rotundidad tal definición.

¿Y cómo conecta todo esto con el cine?

Uno podría pensar que, actualmente, la conexión sucede en mayor medida en las redes sociales, y en menor medida entre autores y público. Y podría ser cierto. Sin embargo, creo que todos podemos coincidir en que la capacidad de influencia que tienen determinadas obras puede incluso llegar a superar al poder de las redes sociales entendidas como tales. Aunque, en mi opinión, lo acertado es pensar que tanto las obras, como los autores y el público, configuran redes de conocimiento que, a su vez, están conectadas a otras redes, formando híper-redes. En cualquier caso, y como se ha explicado en el apartado anterior, la conexión humana parece existir en toda forma de comunicación, y eso es lo verdaderamente relevante.

A lo anteriormente dicho hay que añadir que, centrándonos en las obras narrativas y en el cine en particular, la conexión sucede a varios niveles. Se podría decir que el cine es en sí una herramienta para la conexión, que a su vez surge de la conexión de ideas previas, en un entorno cultural, y bajo la influencia de todos los miembros que producen la película[2], y los distintos contextos de cada uno de ellos, más la demanda de un público que genera un ambiente de expectativas, de ‹‹pasiones››, que a su vez pueden satisfacer diversas redes de conocimiento (Parret, 2002). Por tanto, es fácil vislumbrar la híper-red que configura el entorno donde nace una película, por mucho que algunos directores intenten reclamar su total autoría[3]. En cualquier caso, difícilmente una película podrá nacer desconectada. Ya de por sí, toda película está conectada a una tradición narrativa asentada desde la mitología. Y el mito, a su vez, está conectado a otras fuentes de conocimiento (Campbell, 1959, p. 11). En mi opinión, si alguien tuviera el propósito de hacer un cine totalmente desconectado, no tendría éxito. Antes de continuar, me gustaría señalar que, como muchos se habrán dado cuenta, en realidad, lo que le sucede a una película le sucede a toda obra que desee ser comunicada. De alguna manera, esto muestra lo conectados que estamos todos y el poder de las ideas.

El otro aspecto relevante de la conexión en el cine es la influencia que produce en la sociedad. Es evidente que el cine puede llegar a generar opinión pública, o todo lo contrario, puede adormecerla. Esta capacidad ha sido explotada desde que David Wark Grifith dirigiera The Birth of a Nation (1915)[4]. También hay que decir que Grifith realizó esta película sin una intención verdaderamente propagandística, sino para su público, obviamente racista. Lo que nadie podía prever es que el interés de la película atraería en masa a públicos afines y detractores, lo que generó un intenso debate sobre el racismo. Sería un error considerar que esta película sirvió para superar el racismo. Sin embargo, generó un debate que atravesó todos los Estados Unidos, cuya polémica sirvió para enfrentar el problema (Sanmartín-Cava, 2017, pp 210-211). Problema del que ni siquiera Grifith era consciente, ya que él no se consideraba racista, y sólo tras el estreno de la película se dio cuenta de los prejuicios heredados de la sociedad en la que vivía[5].

Los medios, en principio, median la opinión pública y posibilitan su expresión. El problema radica en saber si es una mediación neutra y fiel, reflejo de las opiniones de los públicos, o si la mediación se convierte en mediatización, reflejo de los intereses de aquellas instancias que se amparan en los mismos (Cándido, 41).

El Acorazado Potemkin (1925). Dirigida por Serguéi M. Eisenstein.

El cine es una herramienta poderosamente influyente, incluso cuando parece no tener ese propósito. Por ejemplo, el cine más ingenuo, sobre historias nada críticas, puede servir para asentar la idea de que todo va bien. Pero, otras veces, su propósito es claro: influir en la opinión pública. Y, si bien el cine puede “mediar” una idea, una crítica necesaria, como cuando Francis Ford Coppola realizó Apocalypse Now (1979), enfrentando el problema del Vietnam; otras veces, puede “mediatizar” una opinión ajena a la sociedad. Un ejemplo de esto último fue la película The Hurt Locker (2008)[6], un filme que pretendía mostrar una parte de la realidad de Irak como la total realidad del país, sin tener en cuenta las miserias de sus habitantes y la causa de las mismas: la invasión de los Estados Unidos y la extracción de sus recursos. Pero, para que además el discurso quedara bien establecido, se usó el canal de los Oscars para premiar a la película como la mejor, dos años más tarde de su estreno, y por encima de Avatar (2009). Curiosamente, esta última película trataba de cómo una empresa minera, ayudada por un ejército de marines, pretendía extraer los recursos de una luna, acabando con el hábitat y la cultura de una raza humanoide que al final lograba resistir.

El cine tiene una capacidad de influencia evidente y sobran los ejemplos de películas que han marcado épocas, generando movimientos culturales o contra-culturales, definiendo la sociedad en la que vivimos. Así, podríamos nombrar películas como: Bronenosets Potyomkin (1925)[7]Modern Times (1936), Shichinin no Samurai (1954)[8]Rebel Without a Cause (1955), 2001: A Space Odyssey (1986), Easy Rider (1969), A Clockwork Orange (1971), Star Wars (1977), Blade Runner (1982), Full Metal Jacket (1987) o Matrix (1999).

Quizás, el éxito del cine radique en que la conexión se da a través de la ‹‹identificación›› principalmente (Metz, 2001, p. 70), haciéndonos conectar con otros seres humanos, sus emociones y sus pensamientos. Podría ser que cuanto más conecta una película con nuestras problemáticas, más identificados nos sentimos y más repercusión tiene en la sociedad.

Conclusiones

Creo, sinceramente, que es importante reivindicar el papel de todos y cada una de nosotros en la la sociedad. Todos somos importantes incluso como público. Las personas no somos entes pasivos, al menos no enteramente ni en todos los casos. Por tanto, el mero hecho de ir a ver una película tiene implicaciones políticas directas e indirectas. Cuanto más conecta el cine con su público, más repercusiones tiene en la sociedad, pudiendo llegar incluso a generar movimientos y redes de conocimiento. De todos modos, es importante señalar que la capacidad de influencia que tiene el cine puede usarse también en contra de los espectadores. Es aquí donde hay que tener en cuenta qué está “mediado” y qué está “mediatizado”. A este respecto, es importante tener una visión crítica de los canales empleados, pues la categoría de un canal no es garantía de veracidad. Es más, la categoría de un canal puede servir a propósitos propagandísticos[9].

Notas

[1]  Véase también el artículo adjunto “Identificación, conexión e influencia en la experiencia cinematográfica” (pp, 196-199)
[2] En el artículo adjunto a continuación, publicado para la revista SCIO, se describen detalladamente los principales procesos psicológicos, cognitivos y biológicos que acontecen en la experiencia cinematográfica respecto a la conexión. Es un artículo que sirve como guía para entender qué nos motiva a ir al cine, los procesos de identificación y los distintos efectos de las películas en la sociedad (también se puede leer el paper seleccionando aquí).
[3] En mi opinión, el “cine de autor” no existe. Entiendo el concepto que se intenta acuñar con este término, pero me parece desacertada la elección de palabras, ya que no hace justicia a la creatividad aportada por cada uno de los miembros a una película.
[4]  Nacimiento de una nación.
[5] Más tarde se intentó redimir con Intolerance (1916) y Broken Blossoms (1919). Esta última película está considerada por la crítica como una de las mejores de Griffith.
[6]  En tierra hostil
[7]  El acorazado Potemkin
[8] Los siete samurais.
[9] A este respecto, vale la pena leer el punto dedicado a “La influencia del cine en el Yo y el mundo” (pp. 210-217), del artículo adjunto.

Bibliografía

Campbell, J. (1959). El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito. México: Fondo de Cultura Económica.
Christakis, N. A., y Fowler, J. H. (2014). Conectados: el sorprendente poder de las redes sociales y cómo nos afectan. Ciudad de México: Santillana Ediciones Generales: Taurus.
Foucault, M. (1992). El orden del discurso. Buenos Aires: Tusquets.
Marzal, J. J. (1998). David Wark Griffith. Madrid: Ediciones Cátedra, S. A.
Metz, C. (2001). El significante imaginario. Barcelona: Paidós.
Monzón Arribas, C. (2006). Opinión pública, comunicación y política. Madrid: Tecnos.
Parret, H. (2002). Las pasiones: ensayo sobre la puesta en discurso de la subjetividad. Buenos Aires: Edicial.
Rovigatti, V. (1981). Lecciones sobre ciencia de la opinión pública. Quito: Ciespal.
Tarkovski, A. (2015). Esculpir en el tiempo: reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del cine. Madrid: Rialp.
Zafra, R. (2004). Loading-searching-doing (cartografías del sujeto on line). PDF.

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